En las últimas semanas, la banca española ha anunciado ajustes de empleo que suman más de 17.000 puestos de trabajo, lo que es una cifra sin duda significativa, aunque superada por la caída del empleo en 2013 de 18.398 puestos de trabajo, al año siguiente del rescate bancario.
El ERE tras la fusión por absorción de Bankia por Caixabank es el más importante, ya que los 8.291 empleados afectados suponen casi la mitad del total de los ajustes planteados, aunque también es el banco más grande por negocio en España. Son cifras sin duda preocupantes por el coste social que supone y la cara más amarga de las fusiones bancarias.
Para entender la racionalidad de semejante ajuste del empleo hay que poner las cifras en el contexto del problema de baja rentabilidad que tiene el sector bancario español y que comparte con otros muchos sectores bancarios europeos.
No es un problema derivado exclusivamente del impacto de la crisis del Covid-19, sino que es un problema estructural que viene de más lejos por la combinación al menos de los siguientes factores.
Son cifras sin duda preocupantes por el coste social que supone y la cara más amarga de las fusiones bancarias
El primero un entorno de tipos de interés negativos, cuyo reflejo es que el Euribor está en terreno negativo desde principios de 2016 y que explica en gran parte que el margen con el que intermedian los bancos se sitúe a finales de 2020 en un mínimo histórico del 0,86% del activo.
El segundo una estricta regulación bancaria cuyo cumplimiento es muy caro y conlleva la exigencia de captar capital a un coste elevado.
En tercer lugar, una competencia intensa entre bancos en un contexto de pérdida de negocio por el desapalancamiento del sector privado.
Y por último, el cuarto punto es la competencia creciente de los gigantes tecnológicos que se aprovechan injustamente de un tratamiento regulatorio mucho más favorable.
Si a estos cuatro factores añadimos que la pandemia ha aumentado y mucho el coste del riesgo en 2020 y las provisiones se han triplicado en el negocio doméstico, el resultado final es que la rentabilidad del capital (ROE) se sitúa en terreno negativo (-1,5%).
Todos los factores comentados pasan factura en términos de rentabilidad, y el primero me temo que va a seguir pasándola unos años más ante un escenario de tipos muy reducidos al que se suma la penalización que tiene la banca por su exceso de liquidez.
Los depósitos siguen creciendo (un 15%, 178.000 millones de euros desde febrero de 2018), pero no hay demanda de crédito suficiente para absorberlos, de forma que a la banca le supone un coste captar depósitos por dos vías: por la penalización del -0,5% del BCE al exceso de liquidez, y por la cuota que tienen que pagar al Fondo de Garantía de Depósitos (FGD).
Así, la esencia de la existencia de un banco que es captar depósitos para conceder préstamos se pone en cuestión, lo que supone un reto para el futuro del sector.
La banca española lleva años "adelgazando" en tamaño (activo) y por tanto, perdiendo negocio en paralelo al desapalancamiento de empresas y familias.
La deuda del sector privado ha caído un 25% desde su máximo a mediados de 2010, y una parte muy importante son préstamos bancarios. De hecho, el stock vivo de crédito es hoy un 35% inferior a su nivel máximo a finales de 2008, lo que supone una pérdida de 'ventas' de 658.000 millones de euros.
El stock vivo de crédito es hoy un 35% inferior a su nivel máximo a finales de 2008, lo que supone una pérdida de 'ventas' de 658.000 millones de euros
Con semejante pérdida de negocio, la cura de adelgazamiento para eliminar la grasa sobrante ha sido intensa, habiendo cerrado el 51% de sus oficinas (hasta la actualidad) y aligerado un 35% (hasta 2019) el tamaño de su plantilla de trabajadores.
Pero el ajuste en la capacidad instalada no es suficiente porque el negocio sigue sin ser viable, es decir, la banca sigue sin ser atractiva para el inversor porque no es capaz de ofrecerle una rentabilidad (ROE) por encima de la que reclama el mercado (el llamado coste de captar capital). Y lleva años sin lograrlo, ya que el coste del capital se estima en al menos el 8%-10%, y la ROE no llega a ese nivel.
¿Qué más puede hacer la banca para mejorar la rentabilidad? No tiene más remedio que seguir ajustando su capacidad para recortar costes y mejorar así la eficiencia. Y hay margen cuando comparamos la banca española con la europea en variables como la densidad de red de oficinas o el tamaño medio de las mismas.
No tiene más remedio que seguir ajustando su capacidad para recortar costes y mejorar así la eficiencia
En 2019, mientras la ratio población por oficina de España es de 1.955 habitantes, la media de la UE es de 3.143 (un 61% superior a la de España), lo que nos sitúa como el segundo país solo por detrás de Francia en densidad de red de oficinas.
Asimismo, mientras España dispone de 7,2 empleados por oficina, en la UE la media es de 16,1, más del doble, siendo el sector bancario español el que tiene las oficinas más pequeñas de los 27 países de la UE. Con esta comparativa, es evidente que en España hay margen de maniobra para seguir ajustando la red de oficinas, y cerrar oficinas implica que sobran trabajadores.
No olvidemos tampoco que la digitalización es un proceso que va a más, y que posibilita acceder a los servicios financieros por canales distintos a la oficina bancaria.
Con motivo de la pandemia y las restricciones a los desplazamientos ha aumentado el porcentaje de clientes que utilizan la banca online (el porcentaje de personas de 16 a 74 años que utiliza este canal de acceso ha pasado de un 54,9% en 2019 a un 62,1% en 2020), lo que da margen de maniobra para cerrar oficinas sin que ello implique que haya exclusión financiera.
En esta tormenta perfecta en la que se encuentra la banca, el negocio bancario tendrá que reinventarse, y la reconversión también implica cambios en la composición del empleo. Desgraciadamente, una parte del empleo es prescindible (y confío en que las salidas se hagan al menor coste posible para los trabajadores), pero surgirán nuevas tareas y puestos de trabajo en actividades más cualificadas para prestar los servicios más digitales que demanda la clientela.
Pero si la banca ahora no hace los necesarios ajustes, las consecuencias sobre el empleo serían aún mayores, ya que si la rentabilidad no se recupera, el negocio no es viable.
*** Joaquín Maudos es catedrático de la Universidad de Valencia, director adjunto del Ivie y colaborador del CUNEF.