En esta semana que inicia el final de las vacaciones estivales, la opinión pública, las redes sociales y los informativos están copados por las informaciones que nos llegan desde Kabul.
Independientemente de quién fue el primer país en tomar medidas, quién lo hizo de manera más eficiente, qué dirigente apareció ante los ciudadanos para dar explicaciones cuando debía y demás, quiero dedicar este comienzo a expresar mis deseos de que los españoles que estaban destinados en Afganistán regresen sanos y salvos y que los afganos que facilitaron su labor no sufran consecuencias a manos de los talibanes, radicales amigos de la violencia.
Una lección importante que se desprende de los vaivenes de este país es la importancia de valorar la cultura propia para poder respetar la ajena y ser conscientes de que los principios, las ideas y la cultura se pueden defender de muchas maneras, unas adecuadas y otras no. Es decir, el fin no justifica los medios.
Pero otros problemas nos esperan a la vuelta del descanso veraniego. Uno de ellos es, o mejor dicho, sigue siendo, la situación económica. Ni la gestión del desastre afgano, ni la ola de calor, ni los baños en el mar, las caminatas en la montaña o la maravillosa vida en el pueblo se han llevado las subidas de precio en consumos tan estratégicos como la gasolina o la electricidad. Sin embargo, se aprecia un rebote en nuestra economía que es necesario calibrar.
En primer lugar, recordemos que rebote no es sinónimo de recuperación. Es una buena noticia porque indica que estamos en el camino. También será una buena noticia recuperar los niveles de crecimiento anteriores a la pandemia. Y mejores aún, los de antes de la crisis del 2008. Pero no será suficiente para recuperar el aliento y respirar tranquilos.
No me estoy poniendo en plan "cenizo" como alguna vez me han dicho. Pensemos en nuestra economía como en un brazo que sufre una lesión. Una torcedura es menos grave que romperte un hueso. Y, en función de la gravedad, la cura y la recuperación será tanto más complicada. Si el trauma es grave, incluso restaurado el estropicio hay que acudir a sesiones de rehabilitación para recuperar el movimiento.
Es muy buena señal poder subir el brazo y ponerlo en cruz. Aún mejor poder subirlo hasta la vertical. Pero no es suficiente si no se consolida la recuperación. Volviendo a la economía, si no se consolida el crecimiento vamos mal, o al menos, no vamos bien. Y, según muchos expertos, para lograr esa consolidación es perentorio emprender algunas reformas estructurales importantes. Hoy no me voy a detener en cuáles exactamente, o en los entresijos de alguna en concreto.
No me estoy poniendo en plan 'cenizo' como alguna vez me han dicho. Pensemos en nuestra economía como en un brazo que sufre una lesión
Prefiero plantearme qué características debe reunir el equipo reformador. Lo más inmediato es tener claridad de miras y apuntar en la dirección correcta, sin dejarse influir, en la medida de lo posible por interferencias ajenas, como las partidistas.
Es importante saber describir el problema, sus ramificaciones, cuál de los sub-problemas son prioritarios, cuál tiene una solución menos costosa, cuál es el origen de otros tres o la consecuencia de otro más gordo. También es importante conocer tus herramientas, saber qué puedes hacer y qué no. Y, por supuesto, tener desarrollado el pensamiento lateral: salirte de las soluciones de siempre para no repetir los errores de siempre.
También es aconsejable no tener prejuicios, de manera que si la solución no es afín a tu ideología o a tu partido, no te paralices sino que lo afrontes con valentía. Y aquí es donde me quiero detener hoy.
Para emprender las reformas económicas estructurales que van permitir consolidar el crecimiento y la recuperación
Primero lo tienes que defender ante los tuyos. Luego tienes que aplicar medidas impopulares y dejar que te señalen, que auguren lo peor y esperar a que ningún factor externo te arruine los efectos beneficiosos de esa medida.
Conozco quien ha propuesto una medida adecuada y sana en la sanidad y el partido la ha diluido, modificado, pervertido y descompuesto. Cuando esa medida no tuvo los efectos esperados, por supuesto, el partido le dio la espalda. Es lo normal, me dicen.
Primero lo tienes que defender ante los tuyos. Luego tienes que aplicar medidas impopulares y dejar que te señalen
Tengo la suerte de conocer a Leszek Balcerowicz, padre del plan económico que lleva su nombre y que permitió que la economía polaca pasara de la planificación soviética a la economía de mercado. Y a la pregunta "¿Qué hace falta para emprender un viaje así?" Su respuesta fue breve y clara: principios y determinación. Añado: principios de verdad y determinación de verdad. Nada de apariencias y postureo.
Todo auténtico. Si tuviera que describirle con una sola palabra sería valiente. Pero qué es la valentía y qué es la cobardía. Hablando con la periodista malagueña Berta González de Vega me planteaba el tema desde el punto de vista médico: la cobardía como un rasgo común a la mayoría de los seres humanos, y la valentía casi como una enfermedad incómoda e incurable.
En parte es cierto, los valientes son impulsivos, tienen una percepción del riesgo de ser censurados y castigados por ello diferente. Tiene más valor hacer o decir lo que crees que debe hacerse o decirse que las consecuencias. Como todas las valoraciones, es subjetivo.
¿Estamos dominados por el afán de sobrevivir indemnes?¿Nos hemos convertido en una sociedad cobarde escondida detrás de lo cómodo? No podemos esperar que nuestros políticos se comporten de otra manera. No podemos esperar que emprendan reformas valientes, ni que las propongan a menos que ello les reporte un beneficio electoral. O cambiamos nosotros o tendremos más de la misma cobardía para mucho tiempo.