El IPC escaló al 5,5% en octubre, la mayor alza de los últimos 29 años. La inflación subyacente subió el mes pasado el 2%, la tasa más elevada desde 1986. La hipótesis según la cual, el incremento del nivel general de precios no debía de preocupar porque su parte estructural, no ligada a la volatilidad de componentes como la energía, era muy baja y no repuntaría comienza a saltar en pedazos.
La hipótesis según la cual el rebote inflacionario es coyuntural resulta cada vez más un ejercicio de voluntarismo incluso para quienes "hasta ayer" se aferraban a esa idea. Si a la trayectoria ascendente del IPC se añade, la desaceleración de la economía, el riesgo de estanflación cobra peso.
El error de quienes consideran temporales las tensiones inflacionarias, provocadas por la elevación del coste de la energía, es evidente a la vista de los elementos que determinan aquella. Sin duda, su alza es consecuencia de factores cíclicos, un crecimiento de la demanda superior al de la oferta; en concreto del gas.
Ahora bien, la causa de la restricción de la segunda no obedece sólo ni principalmente a razones de índole pasajera, sino tienen una raíz estructural; esto es, destinada a permanecer. Esto es esencial para comprender la evolución previsible de los precios del gas; cuestión a la que se presta escasa atención. Quien espere un retorno a los precios existentes en 2019 puede cometer un grave fallo de análisis.
Los planes de transición energética hacia la arcadia de un mundo verde y descarbonizado mediante la electrificación a través de las renovables lanzan una señal clara: la demanda de combustibles fósiles, entre ellos el gas, será declinante a medio plazo y terminará por desaparecer.
Los planes de transición energética hacia la arcadia de un mundo verde lanzan una señal clara: la demanda de combustibles fósiles terminará por desaparecer
Ello provoca dos respuestas por parte del mercado: primera, una menor inversión en exploración y producción; segunda, un aumento de los precios actuales para minimizar la pérdida de ingresos futuros. Esta es la reacción racional y esperable de los principales operadores en esa industria. Ambos factores se traducen en un shock negativo de oferta sobre las economías importadoras cuyo origen es una decisión política; el empeño en avanzar a un horizonte de emisiones cero a velocidad de vértigo y sin alternativas que garantizan el suministro de una energía abundante y barata.
Pero no sólo existen razones de naturaleza económica que influyen sobre la trayectoria de los precios del gas, sino también geopolíticas. Rusia para quien la energía ha sido siempre un instrumento de poder tiene pocos estímulos para suministrar gas a Europa, que mantiene sanciones al régimen de Putin, cuando puede hacerlo a China y a otros lugares.
Argelia en pleno conflicto con Marruecos carece de interés en seguir inyectando molécula al gaseoducto que atraviesa el reino marroquí con destino a España etc. Esto pone de manifiesto la extraordinaria vulnerabilidad energética de Europa y, por tanto, plantea un panorama muy inquietante.
En el supuesto de que la economía continental, por un milagro, creciese de manera significativa en 2022, la demanda de gas, ceteris paribus, crecería y con ella los precios por los motivos señalados; en el caso de que eso no sucediese, Europa precisaría menos gas, pero su coste seguiría en niveles altos por los argumentos apuntados con anterioridad.
Cualquiera de esos dos escenarios sugiere un paisaje muy poco optimista. Y queda, asunto sobre quien escribe estas líneas no tiene ni idea, cómo serán de altas o de bajas las temperaturas europeas en el próximo invierno… Dada la laxa política monetaria del BCE, las presiones inflacionistas en la zona euro tenderían a mantener su recorrido alcista en cualquiera de las dos circunstancias descritas.
Esta semana, el Banco de España y la Airef han revisado a la baja y de manera significativa sus proyecciones de crecimiento de la economía española para 2022 y lo han hecho con las expectativas de que se produzca un descenso sustancial de los precios de la energía a lo largo del año venidero, extremo bastante discutible, y con unas previsiones de inflación demasiado benévolas.
A la caótica política económica, por decir algo, del Gobierno se le une ahora el tsunami de un shock de oferta imprevisto y adverso. Es la tormenta perfecta para acabar con un rebote de la actividad cuya transformación en una recuperación sostenida es ya una conjetura de ciencia ficción.
La coalición gubernamental es como un boxeador sonado. Discurre por el ring lanzando golpes al vacío y todos en la dirección inadecuada. Es terrible pero cierto y resulta estremecedor porque quedan dos años largos de legislatura. En este contexto, lo único sensato es invocar a los dioses.