Llega el frío y, con él, noticias económicas inquietantes que frenan las economías. Aparece una nueva mutación de la Covid-19, la omicrón, vertiendo un jarro de incertidumbre en las expectativas de todos. Pero, siendo la Covid-19 una enfermedad causada por un virus como la gripe, el que haya mutaciones no debería ser una sorpresa.
Además, dado cómo ha sido el desarrollo de las vacunas y la llamada a la precaución de los virólogos, que advertían que las vacunas que conocemos no impiden ser contagiados ni contagiar, pero sí que la manifestación de los síntomas del virus sean graves, el que sea necesario vacunarse cada cierto tiempo, tampoco es extraño. Al fin y al cabo, la vacunación contra la gripe, como todo el mundo sabe, es anual, y no impide que los vacunados pasen la gripe. Y nadie se lleva las manos a la cabeza por ello.
¿Qué es lo que resulta tan amenazador, entonces? Volver a la casilla de salida. Repetir el horror de la saturación del sistema sanitario. Revivir un nuevo parón de la actividad económica global.
Las economías occidentales, en general, han soportado el cese de actividad y aún estamos padeciendo los desequilibrios fruto de la situación que vivimos en los momentos más extremos de la pandemia. Por ejemplo, el desajuste en el comercio internacional que, junto con las tensiones entre Occidente y China, han llevado a escasez de contenedores, de micro chips, de materias primas esenciales y mucha tensión ante la amenaza de desabastecimiento, en una época como la navideña.
A nadie se le escapa que es un período corto de mucha demanda que representa un balón de oxígeno para muchas empresas dedicadas a la importación y la exportación. No es un tema resuelto, a pesar de las noticias que llegan de algunos puertos atascados por la crisis de los contenedores, como el de Los Ángeles y que están en vías de solucionar el problema. Es normal que, tras tanto tiempo de parálisis, el reinicio venga con sorpresas, y que la actividad comercial se reinicie lentamente, o al menos, más lentamente de lo que nos gustaría, de lo que necesitamos, para calmar la ansiedad.
Porque para el común de los mortales, se mire desde el lado de la oferta o de la demanda, a la preocupación por nuestra salud, que es primordial, hay que sumar la preocupación económica: nuestros trabajos, el de los jóvenes, el mantenimiento de todo este gasto, la recuperación de las empresas, generadoras de riqueza, el desentumecimiento de la inversión, sumida más que nunca en un mar de incertidumbre.
A la preocupación por nuestra salud, que es primordial, hay que sumar la preocupación económica
Mucho se ha escrito señalando la importancia de tener vacunas que permitan restablecer las relaciones internacionales. Y, ahora que las tenemos, resulta que aparece una variante para la que, tal vez, haga falta más investigación, mejora en las vacunas, más medidas de precaución, ralentización de la actividad, de nuevo. Ese "tal vez" es un puñal en la confianza de inversores, empresarios y consumidores.
La otra perspectiva que preocupa es, si esa posibilidad se convierte en algo más, ¿cómo van a afrontar los gobiernos esta situación? Porque, como era de esperar, el incremento de gasto sustentado con incremento de cantidad de dinero está generando un aumento de la inflación.
Y, más allá de los debates entre quienes buscamos el origen, sea en el aumento de costes, sea en factores puramente monetarios, sea en una combinación perniciosa de ambos, la cuestión es que la inflación reduce el poder adquisitivo de todos los ciudadanos. Es el impuesto de los pobres: un deterioro del nivel de vida, que no es momentáneo.
Y, de nuevo, los analistas económicos nos detenemos en definir si será estructural, generará una crisis o si podemos determinar el sexo de los ángeles. Que no es que no me importe. Me encantan esos debates de salón. Pero me preocupa lo poco preparada que están nuestras alforjas para este viaje. No solamente para una recuperación de lo que ya tenemos encima, que no es poco, incluso teniendo en cuenta el salvavidas de los fondos europeos. Sino también para una variante omicrón que genere más perturbaciones, más inseguridad, más gasto público mal sustentado, más políticas improvisadas movidas por la proximidad de las urnas.
El dato de noviembre no es bueno: la inflación aumenta dos décimas y nos deja un IPC del 5,6% en España. Y, mientras tanto, Luis de Guindos, desde su despacho de la vicepresidencia del Banco Central Europeo, preocupado por los efectos de "segunda ronda".
Esto es, la tensión al alza de los salarios puede llevar a una espiral de subidas de precios y salarios de la que es muy difícil salir. Es normal y sensata su preocupación pero en nuestro país cae como un jarro de agua fría.
La razón es la inoportuna subida de impuestos que estamos viviendo, que merman, aún más, los bolsillos de todos: los malísimos ricos, los no tan ricos, los que llegamos regular a fin de mes y, mucho más, los que no llegan a fin de mes.
Una posible nueva contracción empresarial pondría en una situación muy delicada los ERTES, el mercado de trabajo, que se va a ver perjudicado por el intento de desmantelamiento de la reforma de mercado laboral, el desempleo y, en general, la situación real de nuestras economías.
Si ahora estamos en el furgón de cola, nos vamos a descolgar del grueso de las economías europeas durante décadas. ¿Es que las demás economías no se ven afectadas por la posibilidad de una variante omicron en su peor versión? Sí, por supuesto que se ven afectadas. Pero en el pasado año, muchas de ellas han bajado impuestos y han hecho lo posible por tomar medidas que refuercen el tejido empresarial, en vez de debilitarlo.
No tienen un Gobierno social-comunista que pretende dictar cómo debe ser la vida de los ciudadanos, igualados en la pobreza y en la precariedad educativa. Solamente queda esperar que la amenaza de omicron quede en una posibilidad que no se hizo realidad.