Hace ya 10 días que los mercados entraron en trance de convulsiones, y todo el mundo se hace la misma pregunta: ¿es solo un susto más, de entre los muchos sobresaltos pasajeros que suelen dar de vez en cuando los mercados, o es el inicio de algo más serio?
Si juzgamos por las apariencias, no parece una broma cualquiera. El inicio se parece demasiado al mes de marzo del año 2020, mes en el que los índices de Bolsa tuvieron fuertes bajadas (como ejemplo representativo, el índice S&P 500 de la Bolsa de EEUU cayó un 35%) mientras los demás activos tenían caídas de precio muy abultadas, siendo las más espectaculares la del petróleo Brent, que llegó a completar en abril un -76% desde el inicio del año, y la del contrato de futuros del crudo ligero en EEUU, el WTI, que marcó brevemente un precio negativo de -40 dólares por barril.
Todo aquello está olvidado, tras los 21 meses de euforia económica, financiera y política, que no sanitaria, moral ni psicológica.
Han sido 21 meses en que la recuperación de las Bolsas ha sido la mayor y más rápida de las que se han producido tras las correspondientes bajadas de las ocho recesiones de los últimos 60 años y la de un momento tremendo en 1966 en que también se hundieron, sin que hubiera recesión alguna, lo que llevó al Premio Nobel de Economía Paul Samuelson a acuñar su conocida humorada de que “las Bolsas han anunciado nueve de las seis últimas recesiones”. Y eso a pesar de que la caída de marzo de 2020 fue ese 35%, considerablemente menor que la de 2000-2003 (-48%) y de 2007-2019 (-57%).
Tras esos 21 meses de abundancia, ¿ha llegado el día del juicio, el día de rendir cuentas?
Usando la parábola evangélica de “los talentos”, se puede decir que, en el caso de EEUU, a su economía y a la del resto del mundo, la Reserva Federal la premió con unos talentos abundantes, más que duplicando su balance (de 4,1 a 8,6 billones de dólares) lo que permitió que el Tesoro de EEUU financiara los dos programas económicos de Trump y uno más de Biden para estimular fiscalmente la actividad económica. Además de eso, redujo el tipo de interés de referencia desde 1,75% a 0%.
¿Dieron el fruto debido esos talentos o se han malgastado en buena parte? A juzgar por los últimos datos de productividad del tercer trimestre para la economía de EEUU el fruto ha sido escaso ya que está por debajo de la del tercer trimestre de 2020: -0,63%. ¡Tanto programa de estímulos fiscales para este fruto! Ha dado de sí para sobrevivir y para especular. Hasta alguno de los más fervientes partidarios del presidente Joe Biden opina ya que su programa de 1,9 billones (trillion) de dólares de la primavera pasada (“que ningún economista reclamaba”) fue un error.
Todo el mundo sabe que, cuando bajan los tipos de interés, o cuando se inyecta liquidez al sistema financiero, las Bolsas suben. Y eso es precisamente lo que sucedió desde el inicio de la primavera de 2020.
Hoy, ya empezado el mes de diciembre, la Reserva Federal se dispone a iniciar la reducción de los estímulos monetarios (es decir, a ir comprando cada mes menos deuda pública y cédulas hipotecarias que el mes anterior) hasta dejarlos en cero para mediados del año próximo. También parece dispuesta a acelerar más esa reducción de las compras de bonos. Incluso en el horizonte se avizora una o dos posibles subidas de tipos de interés dentro del año 2022.
En esas circunstancias, que están cada vez más cercanas, ¿podrán seguir subiendo las Bolsas? La respuesta más razonable es que no, aunque el exceso de liquidez que aún se mantiene en los mercados puede dar de sí para cualquier fantasía que se nos ocurra: baste mencionar que la banca de EEUU rebosa tal exceso de liquidez que está teniendo que llevarla diariamente a pernoctar en el balance de la Reserva Federal (que se la retribuye a un 0,05% anual) a falta de poder dedicarla a algo más rentable. Esa liquidez ronda los 1,5 billones de dólares.
Los peores augurios, sin embargo, no vienen solo de esa eventual subida de tipos de interés ni de esa iniciada reducción de las compras de deuda pública por el banco central de EEUU (que, así y todo, supondrá la compra de bonos por 435.000 millones de dólares más) sino por la manera en que se ha iniciado la caída de precio de prácticamente todos los activos desde el día 26 de noviembre: se parece extraordinariamente a la de los diez primeros días que siguieron al 8 de marzo de 2020.
Entonces, el activo cuyo precio cayó más fue el del Bitcoin seguido por el del petróleo. En este momento, y a causa de la bajada de precio que han tenido las criptomonedas durante el fin de semana (un verdadero crac súbito de -20% la noche del viernes al sábado) el Bitcoin también encabeza el ranking de los perdedores (-40% desde su máximo del mes de noviembre) seguido por el Gas Natural (-37%). Y todo ello, a pesar de que el petróleo Brent también cae fuerte: -19%.
Pero es que el precio del grupo de los metales industriales (que suele ser mucho menos volátil que el del petróleo, el gas y el Bitcoin) cae exactamente lo mismo que en aquellos 10 días de marzo del año pasado: -3,7%. En suma, que casi todos los activos bajan de precio y ni el oro, supuesto “activo refugio” por excelencia, consigue mantenerse con ganancias, tal y como le sucedió entonces, en el período comentado.
La aparición de una nueva variante del coronavirus SARS-CoV-2 (Ómicron); la inflación que no para de subir, de momento, y el que el Congreso de EEUU tenga que debatir y renovar la autorización al gobierno para que pueda emitir más deuda pública con la que hacer frente a sus pagos, termina de complicar el panorama.
Y, aunque resultara que, como se sospecha, la nueva variante del coronavirus es menos dañina y no obligará en general a confinamientos extremos, sí hay que recordar que cuando las tensiones sobre si el Tesoro USA hará impago o no de su deuda alcanzan momentos extremos de incertidumbre, las Bolsas caen. Eso es, al menos, lo que sucedió en 2011: -22%, el índice S&P 500.
Esos son los riesgos conocidos, que se suman a las tensiones financieras y geopolíticas habituales, por no hablar de los que, al no estar sobre la mesa, ni siquiera somos conscientes de su existencia, y que son los que constituyen los verdaderos “cisnes negros”: esos eventos desconocidos que ni siquiera sabemos que los desconocemos.
Por cierto, el pánico vendedor del Bitcoin se parece demasiado al de noviembre-diciembre de 2018, y el Gas Natural, tras sus últimas bajadas de precio, ya iguala al que fue su precio máximo de 2018, también. Ese 2018 que nos está sirviendo como referencia y que vuelve cada dos por tres, ora para orientarnos, ora para amedrentarnos.