Cuando en otoño de 1985 volví a España, tras 5 años viviendo en EEUU pude comprobar que, sin darme cuenta, habían cambiado muchos de mis hábitos sociales. Por ejemplo, en un gesto automático, me colocaba el cinturón de seguridad nada más subirme a un coche, tanto si iba de conductor como en el asiento de copiloto.

Ello llamaba mucho la atención, al menos de los colegas de mi generación, jóvenes de 25-30 años. "¿Por qué tienes tanto miedo?" era el comentario habitual. Los más radicales decían "a Miguel le han hecho un acojonado en EEUU". ¡Un acojonado! Y los más racionales me indicaban que "no era obligatorio el uso del cinturón en ciudad" (de hecho, no lo fue hasta 1992).

Yo, muy liberal en aquella época, decía que no sólo había que hacer las cosas que fueran obligatorias, que me había acostumbrado a hacerlo y que creía que era una buena costumbre que todos debíamos tener. Así, sin quererlo, había descubierto el ahora famoso concepto de la "responsabilidad individual", más allá de las normas de obligado cumplimiento.

Unos pocos años después, y gracias a una valiente decisión de la ministra de Asuntos Sociales, Matilde Fernández, el gobierno socialista lanzó una campaña para promover el uso de los preservativos, bajo el slogan "Póntelo, pónselo". La campaña fue criticada porque, según algunos, promovía las relaciones sexuales entre jóvenes y adolescentes, como si dichas relaciones no estuvieran a la orden del día.

De hecho, la pandemia del SIDA empezaba a hacer estragos en nuestro país. Y algún energúmeno dijo que "hacer el amor con preservativo era como comerse un caramelo con papel". Pero, pese a todos esos rechazos, la campaña oficial fue un exitazo.

Es obvio que el uso del preservativo nunca fue obligatorio. Pero ese anuncio claramente lo recomendaba y rompía el estigma que sufrían muchos y muchas a la hora de comprar los preservativos en una farmacia, no pocas de las cuales se negaban a venderlos. En definitiva, la campaña apelaba a la responsabilidad individual a la hora de tener relaciones sexuales de riesgo.

¿Se imaginan una campaña de una empresa privada ridiculizando en esos años 80 el uso del preservativo por parte de unos "acojonados"? ¿o el uso del cinturón de seguridad? Seguramente habrían tenido éxito comercial, pero ¿qué pensaríamos de ellos tan sólo unos años después?

Ahora, a finales de 2021, una conocida marca de embutidos ha emitido un spot navideño, de fuerte difusión en redes y en televisión que, bajo el título "Acojonados", me ha traído a la memoria esas experiencias personales de los años ochenta.

En el anuncio, el gran actor Karra Elejalde, interpreta a un ciudadano fuertemente preocupado por el contagio del Covid que lleva mascarilla, saluda con el codo o con el puño, guarda las distancias de seguridad, usa gel de manos y, cuando llega a su casa, abre la ventana para ventilar. Es decir, que cumple estrictamente con todas las recomendaciones de las autoridades sanitarias y de la práctica totalidad de los científicos y expertos, para tratar de frenar los contagios.

"Somos los 'acojonados' los que evitan que esto vaya peor, y los que sufren las consecuencias de "los valientes" que viven la vida sin restricciones"

El individuo en cuestión queda ridiculizado por sus amigos y vecinos por su actitud. E incluso por su pareja, porque, al parecer, también deja de ducharse como medida preventiva. Como dice un amigo mío, "que nos llamen acojonados tiene un pase, pero ¿que nos llamen guarros?".

Y es que, nunca ha habido ninguna recomendación sanitaria en contra de la higiene corporal, más bien lo contrario. Ni en comer uno u otro tipo de alimento durante la pandemia. Si acaso fue al revés, la gente que podía permitírselo, probablemente se dio, y se da, alguna alegría con la alimentación, incluyendo los embutidos de esta marca.

Y, desde que la teoría de los aerosoles se hizo la dominante, nadie ha alentado estar encerrado en casa sin ver el sol. Por el contrario, se recomienda el ejercicio en lugares abiertos. Y ni mucho menos estar en casa a oscuras, rechazando las innovaciones tecnológicas y favoreciendo el aislamiento.

Por el contrario, se anima al uso de las nuevas tecnologías tanto para las actividades profesionales (teletrabajo) como para el ocio y el contacto virtual con los seres queridos. ¿Y qué tendrá que ver el precio de la luz, que es cierto que agobia a mucha gente, con el Covid? ¿Y qué tiene de divertido dicho agobio?

Lo peor del anuncio, sin embargo, es que contrapone las ganas de vivir y de socializar con la actitud de los "acojonados", es decir, de los que siguen las normas de responsabilidad individual para tratar de acabar de una vez con todas con esta pandemia. Y es todo lo contrario. Son (somos) los "acojonados" los que evitan que esto vaya peor de lo que va, y los que sufren las consecuencias de "los valientes" que viven la vida sin restricciones de ningún tipo.

Muy parecido a lo que ocurría con los "acojonados" que se ponían el cinturón de seguridad o usaban el preservativo cuando no era obligatorio. Porque todos estamos hartos de la Covid-19, casi dos años después de su origen.

Pese a haber cumplido con todas las normas, habernos vacunado las veces que nos han dicho y respetar las recomendaciones de responsabilidad individual, en ausencia de normas de obligado cumplimiento, vemos que la situación no termina de arreglarse. Y estamos hartos. Por eso, lo último que necesitamos es que se nos ridiculice en un anuncio navideño.

El fracaso de un modelo

Lo que subyace a la frustración social que trata de recoger el anuncio, y que es bastante cierta, es el hartazgo con el modelo occidental de gestión de la pandemia. Es decir, el modelo de "convivir con el virus". Dicho modelo trata de llegar a una situación manejable, lo que se llama en matemáticas un "estado estacionario", en el que hay un número estable de contagios, de ingresos hospitalarios y en UCIs y, finalmente, de fallecimientos.

Pero en una pandemia no existen los estados estacionarios, sino unas olas o curvas que suben a medida que los contagios se multiplican y, cuando alcancen un determinado nivel, se frenan gracias a medidas de contención. Dichas medidas se relajan cuando la incidencia vuelve a descender, y así hasta que surja la siguiente ola.

El modelo de "convivir con el virus" te obliga a ir por detrás de la curva. Reaccionar cuando se llega a una situación de contagios inaceptable, porque se sabe que tras esos contagios vendrán las hospitalizaciones y todo lo demás. Es un modelo, por tanto, en que la pandemia no desaparece hasta que, finalmente, se cree una suficiente "inmunidad de rebaño" natural que evite la extensión de los contagios.

El modelo es también el que más daña la economía, por la duración de la pandemia y las subidas y bajadas en el consumo, la inversión, el turismo y el comercio internacional de bienes.

Con la llegada de la vacuna todo parecía que iba a cambiar. La vacuna iba a adelantar esa inmunidad de rebaño que, en vez de ser "natural" (mediante los contagios) iba a ser "inducida" (mediante la inmunización por las sucesivas dosis).

Pero las vacunas se han demostrado eficaces para reducir los ingresos hospitalarios y las muertes, lo que es muy importante, pero no los han llevado a cero. Tampoco han reducido el número de contagios, al no ser esterilizantes. Y la circulación del virus, que continúa, hace surgir nuevas variantes más contagiosas y que introducen incertidumbre en la economía y el hartazgo de la población.

"Las vacunas se han demostrado eficaces para reducir los ingresos y las muertes, lo que es muy importante, pero no los han llevado a cero"

Mucha gente dice que la incidencia, el número de casos, ya no importa, que las personas vulnerables están protegidas y, para los demás, contagiarse equivale "a una gripe o un mal catarro". Eso pensaba Boris Johnson, el primer ministro británico, cuando en julio decretó el "freedom day" y el final de las restricciones. En esa época el Reino Unido había registrado 5 millones de casos desde el inicio de la pandemia, y España 4 millones.

Desde julio a aquí, el Reino Unido ha registrado 6 millones de casos más, ya han superado los 11 millones, y 20.000 muertos. Es verdad que eso supone una tasa de letalidad del 0,33% de los casos registrados, muy inferior al 2,5% de la primera parte de la pandemia. Pero no han conseguido la ansiada inmunidad de rebaño natural, unida a la inducida por la vacuna, y registran ahora 90.000 casos al día, que se traducirán pronto en 300 muertos diarios, según la nueva tasa de letalidad.

Parece que el Reino Unido se está replanteando su situación y probablemente vuelva al modelo de "convivir con el virus" con sus consiguientes restricciones que eviten la explosión de casos. Holanda, Austria y Alemania ya están con restricciones, algunas muy severas.

En España tenemos unos excelentes niveles de vacunación, todo un éxito colectivo. También un buen uso de las mascarillas. Pero todo ello no sido suficiente para evitar una sexta ola bastante explosiva, desmintiendo el discurso de la autocomplacencia. Pero no debe extrañarnos.

Portugal, con más vacunación que nosotros, ya nos anunció que la sexta ola podría llegarnos en cualquier momento. El caso de Corea del Sur, pese a ser más lejano, es incluso más llamativo. Pero aunque tiene un nivel de vacunación más alto que el nuestro, como ilustra el gráfico 1, está sufriendo ahora la peor ola de la pandemia, tanto en número de casos como en número de muertes, tal y como recogen los gráficos 2 y 3.

Fuente: Our World in Data

Fuente: Worldometers

Fuente: Worldometers

Corea del Sur ha sido un país "exitoso" en toda la pandemia. Con una población de unos 51 millones de habitantes, sus cifras de pandemia son ridículas comparadas con las nuestras o las del Reino Unido. Así, han registrado apenas 565.000 casos en toda la pandemia, la décima parte que nosotros, y 4.700 muertos. Pero sólo desde el mes de octubre han tenido nada menos que 251.000 nuevos casos y 2.230 muertos. Es decir, pese a su vacunación, la tasa de letalidad no sólo no se ha reducido, sino que ha aumentado desde el 0,80 al 0,89%.

Es lógico que la población española esté confundida con los mensajes recibidos en los últimos meses. Si podía o no hacer "vida normal" tras la vacuna. Si debía preocuparse o no con las nuevas variantes. Si la vacuna garantizaba no pasar por el hospital, aunque se sufriera un contagio.

Lo cierto que los mensajes han sido poco claros, cambiantes y ahora la incertidumbre vuelve a buena parte de la sociedad española. La que es responsable. Está claro que los negacionistas de la pandemia y/o los negacionistas de la vacuna viven ajenos a esta preocupación. Pero el resto, no.

Y, en ausencia de normas de obligado cumplimiento, que probablemente serían lo más deseable, tomen sus propias medidas de prevención: cancelación de la asistencia a eventos masivos, test de antígenos antes de las reuniones familiares, distancia de seguridad, mascarilla, ventilación y gel de manos. Y, lejos de burlarnos de ellos, debemos agradecerles su esfuerzo, porque no sólo lo hacen por su propio bien, sino por el de la sociedad en su conjunto.

Por tanto, gracias y ¡Feliz Navidad, acojonados!

Miguel Sebastián - Universidad Complutense e ICAE