El impuesto silencioso que marcará estas Navidades
Las familias verán condicionado su gasto navideño por la inflación de forma desigual: pensionistas y funcionarios tendrán alzas salariales y alimentarán la subida de precios.
Tradicionalmente, la primera parte de la Navidad tiene un 'efecto calentamiento' del gasto que tiene efectos inflacionistas, los cuales se disipan con facilidad semanas después con la campaña de rebajas. Sin embargo, esta Navidad será diferente no sólo en cuanto al gasto de las familias sino muy especialmente en materia de precios.
Al incremento de precios energéticos, alimentarios y de bienes industriales intermedios que experimentamos con más intensidad desde el principio del verano pasado, ahora se suma el encarecimiento de ciertos bienes y servicios estacionales, pero con recorrido alcista más allá de la propia Navidad.
La última tasa de inflación interanual registrada correspondiente al mes de noviembre (5,5%) escalará probablemente hasta el 5,8% en diciembre (según la última estimación realizada por Funcas), apenas se moderará un punto porcentual en enero (4,8%) y volverá a subir en febrero (5,5%).
Salvo que se produzca una normalización drástica de los precios energéticos, no se produzcan subidas bruscas de las tarifas reguladas y no se materialicen políticas de mark-up en productos y servicios (lo cual llevará a una subida generalizada de precios) –todo ello más que probable– la inflación continuará persistentemente alta en 2022 y muy por encima de las estimaciones del consenso que poco a poco está incrementado su expectativa de variación del IPC hasta cerca del 3%.
En este sentido, el cierre de la inflación general de 2021 será el más alto de las últimas tres décadas, y por si fuera poco con otro efecto perverso: la subida de salarios públicos y pensiones que llevará aparejada según los acuerdos políticos alcanzados en los últimos meses, lo cual se traducirá en una mayor desigualdad de consumo entre las familias que van a tener una mayor capacidad de gasto frente al resto que verá mermada su renta disponible real (que son la gran mayoría).
Esta desigualdad de consumo se traduce en subidas asimétricas de los precios, especialmente de productos y servicios que podrían contribuir a reducir la presión inflacionista si no tuvieran una inyección discrecional de este tipo de consumidores (el caso, por ejemplo, de los paquetes turísticos, los precios del transporte o de las comunicaciones, entre otros).
Si la economía no produce subidas generalizadas y sostenibles de la renta nominal, sino que se limita a subidas de carácter político y asimétrico, en un escenario de inflación elevada, es caldo de cultivo de un empobrecimiento notable de las familias en términos reales. Bajo una estimación conservadora realizada por la Asociación de Educadores y Planificadores Financieros (AEPF), la renta real familiar podría descender hasta un 10% entre 2021 y 2022, además de haber cedido en términos nominales en 2020 un 4%.
Ante esta situación, el impuesto silencioso (como se ha denominado históricamente a la inflación) es implacable: dada la dificultad de cambiar con cierta rapidez los patrones de consumo de las familias (especialmente las de renta más baja), un consumo más o menos estable o incluso levemente incrementado en la temporada navideña genera un agujero importante en el presupuesto familiar, el cual causa problemas inmediatos de corto plazo: algo más que la famosa ‘cuesta de enero’.
Estamos ante el caldo de cultivo de un empobrecimiento notable de las familias en términos reales
A la mayor parte de las familias no les queda más remedio que gastar más por el efecto estacional de la Navidad en bienes y servicios de consumo inmediato, a pesar de que no cuenten con más recursos. También a lo largo de los años, las épocas navideñas eran catalizadoras de gastos en bienes duraderos.
Sin embargo, esta Navidad también será diferente en ese aspecto. A los problemas de las cadenas globales de suministro y el encarecimiento de los combustibles se suma la falta de confianza generalizada de las familias sobre el más inmediato futuro, lo cual se traduce en una caída del consumo en bienes duraderos y la inversión en otro bien duradero como es la vivienda.
La actualización realizada por el INE de las cifras de crecimiento de los tres trimestres de 2021 ya pasados no quita un ápice de preocupación sobre las expectativas de los consumidores. Cuando hace un año la mayor parte de los macroeconomistas confiábamos en la fuerza del 'ahorro COVID' como motor de crecimiento del consumo, estamos viendo que el principal problema es la ausencia de claridad en torno al futuro más inmediato. El INE ha revisado a la baja los datos de gasto en consumo final de bienes duraderos y la formación bruta de capital fijo en vivienda tanto del primer como del segundo trimestre, y ha reducido a la mitad la caída del tercer trimestre.
Con este panorama macro, no es difícil concluir el 'cuello de botella' en el que se encuentran las finanzas familiares. Sin caer en el error mayúsculo que sería recuperar la indexación de los salarios al IPC (y, por tanto, la vuelta al 'círculo vicioso' de salarios e inflación), es necesario buscar fuentes adicionales de renta. Para ello es imprescindible retomar la senda reformista en la economía española, la cual no puede estar condenada a la inacción hasta que llegue 2023 y se recuperen las normas de estabilidad presupuestaria europeas.
*** Javier Santacruz es economista.