2022 va a estar presidido por menor crecimiento, menor inflación y políticas monetarias restrictivas. Y esto no es una novedad, porque parece claro desde hace varios meses.
Yendo un paso más allá, sobre esas tres variables señaladas en el titular hemos repetido que el crecimiento, aunque menor que en 2021, seguirá estando por encima de la media de los últimos años; que la inflación, aunque menor que el nivel actual, seguirá estando por encima de la media de los últimos años, de los niveles objetivo de los bancos centrales; y que las políticas monetarias contractivas no implican únicamente subidas de tipos de interés: reducir o cortar completamente los estímulos monetarios supone ya una contracción importante.
Pero en lo que no habíamos caído es en un potencial ataque de Rusia a Ucrania. De hecho, es el último ingrediente que faltaba para agitar una semana en la que la Reserva Federal puede anunciar un paso más agresivo en las políticas contractivas.
Ahora bien, no hacía falta este giro geopolítico y una sesión de lunes tan agitada (muy negativa en Europa y una montaña rusa con final feliz en Estados Unidos) para saber que una de las claves de 2022 será la volatilidad.
La razón es sencilla: la Reserva Federal estadounidense ha dejado de ser tan predecible (como sí lo ha sido desde el primer trimestre de 2020) al no dejar claro cuál es el destino final de sus políticas en el medio plazo. Además, lo erráticos que han sido en las formas y en el cambio de speech ha añadido una incertidumbre innecesaria.
La Reserva Federal estadounidense ha dejado de ser tan predecible al no dejar claro cuál es el destino final de sus políticas en el medio plazo
Esto ha hecho que los mercados sobrerreaccionen en las últimas semanas y hayan puesto en precio varias subidas de tipos de interés en el muy corto plazo (cuando se esperan a lo largo de todo el año).
El tipo de mercado del bono a 10 años americano ha pasado de 1,34% a principios de diciembre a 1,76% a 21 de enero, llegando a tocar algún día el 1,90% de rendimiento. Esa subida de un 31% es una pérdida muy importante para los que hubieran invertido en el bono (un -4,20%) y supone un efecto negativo para casi cualquier activo de renta fija.
En renta variable la sobrerreacción ha sido la misma, pero más concentrada en el tiempo: desde el 3 de enero, y en tan sólo 14 sesiones, el S&P500 había caído más de un 7%.
Y a partir de ahora, ¿qué?
A partir de aquí, las simetrías entre clases de activos desaparecen: los bancos centrales, por muy concentrados que estén en contener la inflación, van a tener mucho cuidado de no pasarse de frenada y acabar con el ciclo económico. Es auténtico el pavor que se tiene a otra recesión económica tan próxima a la que tuvimos en 2020. Esto nos indica que el crecimiento económico va a seguir siendo sólido y que sigue existiendo un horizonte positivo para la renta variable.
Por el contrario, para la renta fija no parece haber expectativas tan buenas. Es un hecho que los bancos centrales seguirán aplicando políticas de reducción de estímulos y, posteriormente, de subidas de tipos. A la vez, no es esperable que el comportamiento tan difícil de las últimas semanas se alargue durante los próximos meses. Y, además, con las subidas de las últimas semanas, los rendimientos actuales de los bonos son suficientemente buenos como para que compense estar invertidos en ellos.
Por tanto, parece claro que una reacción tan violenta debiera relajarse en los siguientes meses, que el crecimiento económico seguirá siendo sólido y que la renta variable diversificada seguirá siendo la clase de activo donde cosechar mejores ratios de riesgo/rentabilidad.
*** Gonzalo Pradas es director de Openbank Wealth.