Una mirada cínica a los bancos centrales
El adelanto de las subidas de tipos obedece en parte a la presión política y no implica que se vayan a arriesgar a hacer descarrilar la recuperación.
Ha terminado el primer ciclo del año de reuniones de los banqueros centrales. No ha habido decisiones inesperadas, pero sí varios preanuncios de adelanto de los calendarios de subidas de tipos y de reducción de la expansión cuantitativa que han vuelto a zarandear a los mercados.
Cabe preguntarse qué les mueve a adelantar sus pasos y por qué se lanzan a esta escalada retórica si mantienen el diagnóstico sobre el carácter transitorio de la mayor inflación y no anticipan que los tipos se situarán por encima de lo previsto hace unos meses. Y parte de la respuesta puede que tenga que ver con la naturaleza política de los bancos centrales.
Es evidente la creciente presión social, política y mediática para que las autoridades monetarias hagan algo para frenar las subidas de precios. Al moverse con premura, no solo muestran su capacidad de reacción, sino que, lo más importante, podrán ponerse una medalla cuando la inflación comience a relajarse en los próximos meses.
Quien sepa de economía tendrá claro que unas subidas de unos cuartillos -cuando se parte del 0% o de tipos negativos- apenas hacen mella sobre los sectores más recalentados, que la política monetaria opera con retardos considerables y, sobre todo, que no hay nada que la Fed o el BCE puedan hacer para aliviar las tensiones en los mercados energéticos (que explican más de la mitad de la subida del IPC) ni los cuellos de botella en puertos y fábricas.
Así que parece que la estrategia subyacente consiste en ganar tiempo. En una crisis y una recuperación tan peculiares, con unos estímulos monetarios y fiscales sin precedentes, con una enorme volatilidad y falta de visibilidad en los indicadores económicos e inmersos en dos revoluciones simultáneas -la tecnológica y la digital- que transforman las estructuras productivas y los mercados laborales, los bancos centrales necesitan mucho tiempo para evaluar si las dinámicas que determinan la inflación están realmente cambiando. Y tiempo para comprobar que, efectivamente, las presiones inflacionistas son transitorias.
Con esta visión cínica en mente y cuando todo nuestro análisis nos conduce a ese mismo diagnóstico de una caída abrupta de la inflación en el segundo semestre, no parece pertinente cambiar nuestras expectativas sobre hasta dónde llegarán los tipos de interés en este ciclo. Sí en el calendario de las subidas y del fin de las inyecciones de liquidez, por supuesto, pero no en lo verdaderamente importante para la actividad económica, empresarial e inmobiliaria y para la valoración de los bonos y las acciones.
La Fed llegará antes de lo inicialmente previsto al entorno del 2,0%, pero es improbable que vaya más allá. Quizás el BCE comience a subir ya a principios de 2023, pero apenas llegará a adentrarse en terreno positivo. Y si es así, los tipos a largo plazo no deberían de irse muy por encima de los niveles actuales, prolongando unas condiciones de financiación todavía muy favorables para gobiernos, familias y empresas.
Por lo tanto, no esperamos mayor presión sobre los múltiplos bursátiles, lo que, en combinación con un crecimiento robusto de los beneficios, sugiere un potencial muy atractivo en las acciones mundiales, que pronto podrían retomar la tendencia alcista.
Así que no se tomen al pie de la letra todas las declaraciones de los banqueros centrales. Están confundidos, como todos, con unas dinámicas económicas novedosas y erráticas. En el fondo, también están actuando de cara a la galería, para ganar tiempo y para apuntarse el tanto si, como esperamos, la inflación y muchas otras cosas vuelven pronto a su curso.
*** Roberto Scholtes Ruiz es director de Estrategia de UBS en España.