Hay un héroe justiciero aclamado por los clientes de la banca analógica (es decir la no digital). Aparece vestido de anciana/o jubilada/o y bondadosa/o. Rechoncha/o, en la cabeza, si es ella, lleva un sombrero de paja con una flor de tela en uno de sus lados; o una gorra a cuadros con visera, si es un caballero. Sobre su nariz, algo respingona, hay unas gafas de concha redondas que le dan aspecto singular.
Aparece sorpresivamente ante el empleado bancario. A poder ser el que está al cargo de la caja. Su hora de entrada en la oficina bancaria es minutos antes del cierre de esa caja para los clientes. Hora que en algunas sucursales es a las 11:00 a m.
Hora que ha obligado a la persona mayor a levantarse relativamente pronto porque ha tenido que: arreglarse, lo que esa edad requiere tiempo; desayunar; tomarse las medicinas mañaneras; llevar a uno o varios nietos al colegio; en algunos casos oír misa matutina; pasar por el super; el quiosco; comprar el cupón de la ONCE y, después, esperar en la cola del cajero del banco en que tiene su cuenta que abrió cuando se fue a vivir a ese barrio. Todo antes de las 11:00 a m.
La cuenta es aquella en la que domicilió la hipoteca del piso que se compró para crear su hogar de toda la vida. También domicilió en ella las nóminas de los que trabajaban fuera de la casa en la familia y los recibos de: luz, gas, teléfono, seguros, … Siempre tuvo números negros, tanto en aquellas épocas lejanas en las que le pagaban algún interés por su saldo, como ahora que parece que al banco le molesta que tenga su dinero allí.
El cliente pregunta con voz suave y amable: ¿por favor, me podría ayudar a realizar esta transacción? Son varias modalidades de operación a las que se refiere. Puede que en un sobre lleve un dinero para transferir a un familiar. También es normal que quiera sacar dinero efectivo, alegando que no sabe manejar el cajero automático, que siempre se traga su cartilla de ahorro (como la llama). En algún caso, alarga su móvil (uno de esos de números grandes) a través de la ventanilla para que le arregle la APP que le pide una contraseña de la que nunca se acuerda…
El cajero le mira con ojos llorosos. No es la primera vez que justo al límite del tiempo le aparece este tipo de cliente. Para los probos empleados bancarios romper con las reglas de productividad impuestas por la entidad es un drama. Sabe que está deteriorando la cuenta de su querido (o no tan querido) empleador.
El atracador del tiempo bancario no tiene piedad. Cuando el bancario (que no banquero) ha acabado de hacer la operación y respira con satisfacción, viendo que sólo ha consumido unos pocos minutos del preciado tiempo de su oficina, se escucha otra vez la voz bondadosa del cliente: ¿y ahora, por favor, me podría ayudar en…?
A la tercera petición los ojos del bancario están inyectados en rojo y grita:"¡Esto es un atraco! ¡Al banco le están robando tiempo!" Sin disimulo aprieta un timbre rojo que tiene debajo de su mostrador.
¡Esto es un atraco! ¡Al banco le están robando tiempo!
Aparecen miembros del servicio de seguridad. Agarran delicadamente al cliente y lo separan del empleado que está a punto de saltar sobre él o ella agresivamente.
El cliente protesta: "¡Oigan que yo no he hecho más que pedir que me hagan lo de siempre! Atenderme por ventanilla".
El miembro del equipo de seguridad le responde: "¿No sabe usted que el tiempo es oro? ¡Usted está robando al banco! ¡El tiempo ahora vale más que el dinero! ¡No se puede consentir!"
"Pues cancelaré la cuenta", responde indignado el cliente-.
Se oye la voz del empleado atracado: "Haga lo que quiera, después de las últimas fusiones bancarias la sucursal más cercana está a varios kilómetros y ¡también es nuestra!"
"Entonces seguiré aquí", añade el cliente. "Yo y todos mis conocidos ¡Esa va a ser mi mejor venganza!".
Y acaba: "¿No se da cuenta de que sin nosotros usted sobra?"