Hace 1.500 años, la ciudad de Constantinopla estaba dividida entre los azules y los verdes en una cuasi guerra civil permanente. Previamente había otras dos facciones más (rojos y blancos) pero los rojos se habían incorporado a los verdes, como en una precuela del Siglo XXI. Eran las bandas enfrentadas en las carreras de carruajes tirados por caballos en el Hipódromo. Solo una vez se unieron, quizás aleatoriamente, en una rebelión contra el emperador Justiniano I El Grande, y a punto estuvieron de provocar su huida de la ciudad. Lo impidió la actuación decidida de la emperatriz Teodora que le recordó sus responsabilidades con una frase lapidaria: “La púrpura solo es una mortaja elegante”. Faltaban 500 años para que el Derecho Romano llegara, gracias al Código de Justiniano, a inspirar las primeras legislaciones de la Edad Media, y otros 500 años más para que la Escuela de Salamanca y el padre Juan de Mariana justificaran el tiranicidio del que trataba de escapar Justiniano.
Y es que el tiranicidio era una amenaza que siempre sobrevolaba las cabezas de reyes y autócratas, hasta el punto de que Luis XIII de Francia, niño al que tocaba reinar tras el asesinato de su padre Enrique IV a manos de un exfraile bernardo, exclamó: ¡yo no quiero ser rey; que lo sea mi hermano!
Se iniciaba el Siglo XVII, que habría de sufrir una de las peores y más duraderas crisis económicas conocidas de la historia, en mitad de una emergencia climática que para sus “decretales” cósmicas querrían hoy algunos gobiernos diletantes: se les había echado encima la llamada Pequeña Edad de Hielo.
Volviendo al presente… La situación económica mundial se deterioró un poco más durante la semana pasada. Probablemente el peor dato, y el menos comentado en España, es uno que procedía de los Estados Unidos de América: la productividad de su economía (excluido el sector agrícola) bajó un 7,5%, durante el primer trimestre del año.
Hay que remontarse a la década de 1975-1985 para encontrar caídas tan pronunciadas de la productividad, y, con todo y con eso, ésta de 2022 es mayor que todas ellas. Es más, es la peor caída de la productividad del trabajo en EEUU desde 1947. Algo que no es extraño pues en un trimestre en el que su Producto Interior Bruto caía un 1,4% anualizado, el empleo se mantenía pujante (por cada parado norteamericano hay dos puestos de trabajo vacantes en oferta) y el número de horas trabajadas subía un 5,5%, a la vez que los costes laborales unitarios se incrementaban en un 11,7%.
La caída de la productividad es un pecado que afecta al conjunto de las economías del G7
La caída de la productividad es un pecado que afecta al conjunto de las economías del G7. También a España, como hemos comentado aquí varias veces, pues, mientras el empleo ha superado los niveles de antes de la pandemia, el PIB sigue bastante por debajo de donde estuvo entonces, lo que hace que la productividad del trabajo sea un 4% inferior.
La explicación más general de este fenómeno está en el gráfico que se incluye hoy en esta columna. Un gráfico que explica también la subida descontrolada de la inflación y que, por su enorme potencia explicativa, merece ser llamado “El Gráfico del siglo”.
¿Y que es lo que muestra? Pues muestra el crecimiento desde el año 2000 del balance de los cuatro mayores bancos centrales por separado y también (línea rosácea de más arriba) la suma de todos ellos. Esos cuatro bancos centrales son, obviamente, la Reserva Federal de EEUU, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y el Banco de la China Popular. Y la suma equivale en estos momentos a más de 31 billones (trillion) de dólares.
Observando el gráfico se ve que en los 15 años transcurridos entre finales del año 2006 y finales de 2021 el balance agregado de los cuatro bancos centrales se ha incrementado en 26,5 billones de dólares, de los que 14,7 corresponden a la necesidad de contrarrestar los efectos negativos de la crisis financiera y fueron desplegados a lo largo de 13 años, y los otros casi 12 billones han sido inyectados a las economías de los EEUU, China, La Eurozona y Japón en tan solo dos años.
¿Alguien tiene dudas sobre cual es el origen de la presión al alza de los precios que se está viviendo actualmente?
Lo llamativo en esta argumentación es que los precios no se descontrolaran mucho antes, vista la magnitud de las cantidades de dinero creado de la nada que los bancos centrales habían inyectado a sus respectivas economías entre 2007 y 2018. Pero la explicación del caso es casi trivial. Primero, porque, en ese período, la cantidad de dinero inyectado solo se produjo a un ritmo medio de poco más de un billón de dólares por año, mientras que durante la pandemia esa cifra se ha multiplicado por seis: una media de seis billones de dólares por año ha sido inyectada durante dos años a esas cuatro economías desde que en marzo de 2020 se reconoció que la pandemia se había extendido fuera de China.
En segundo lugar, mientras que esas cantidades ingentes de dinero llegaban directa (como en EEUU) o indirectamente a los consumidores en 2020-2022, el mundo pasaba por los efectos de un hundimiento primero y una recuperación después de su Producto Bruto, lo que provocó que hubiera mucho más dinero a la caza de muchos menos productos, algo que no había sucedido durante la década posterior a la crisis financiera por dos razones: ni la disparidad entre producción y poder de consumo había sido tan fuerte y concentrada en un período tan corto, ni el dinero de los bancos centrales llegaba en esa medida a los consumidores pues estuvo dedicado a salvar de la quiebra a los gobiernos y a los bancos, lo que a su vez mantenía vivas las economías.
Un exceso de demanda agregada tan brutal coincidió con el descoyuntamiento de las redes de distribución.
Para complicar más las cosas, un exceso de demanda agregada tan brutal coincidió con el descoyuntamiento de las redes de distribución y los cuellos de botella consiguientes que retrasaban por tierra, mar y aire, la llegada de los productos a su destino.
Por si esto fuera poco, la primera fase expansiva del balance de los bancos centrales (2008-2018) coincidió con un ciclo secular bajista del precio de las materias primas, lo que contribuyó no poco a que los precios se mantuviesen controlados. Ahora está pasando justamente lo contrario y, aunque no se pueda afirmar aun categóricamente, parece que el precio de las materias primas ha cambiado de ciclo.
Finalmente, las baraturas procedentes de China se van deteriorando: el índice de sus precios de exportación ha subido casi un 14% en los últimos doce meses.
La creación de 26,5 billones de dólares de la nada (a los que hay que añadir dos o tres billones más de los demás bancos centrales) ha servido para mantener viva y palpitante la economía mundial. También para tener a raya los brotes de descontento popular que, de otra manera, se hubieran producido (así y todo, el mundo vivió varios derrocamientos, una guerra civil y un tiranicidio durante un episodio de subida del precio del pan y la llamada “Primavera Árabe”). Todo era posible mientras no hubiera inflación, otra fuente de descontento clásica que aún está por estallar en este 2022 por la subida del precio de los alimentos y las disminuidas cosechas que llegarán al mercado por causa de la invasión rusa de Ucrania. Todo hace temer una hambruna en buena parte del mundo.
Ha llegado, una vez más, el momento de la verdad. Si la caída de la actividad económica era la gran amenaza a la que se enfrentaba el mundo en 2008, y la pandemia lo era en 2020, en estos momentos el gran peligro es la inflación. Inspirándonos en las tremendas palabras de la tremenda Emperatriz Teodora, la inflación es, ahora, la mortaja, nada elegante, por cierto, de la economía global. ¿Habrá un “Emperador Justiniano” (o una Teodora monetaria) que reaccione a tiempo para combatirla?
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