Me preguntaban esta semana pasada si los buenos datos de empleo y afiliaciones a la Seguridad Social del mes de mayo reforzarían políticamente a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, y yo contestaba que no. Pero no por mérito o demérito de la ministra.
Tampoco porque los datos sean espléndidos, como le parece al gobierno, o un trampantojo, como dice la oposición, sino porque la marea política y, su culminación, la electoral, va por rachas. Y ahora al gobierno y a los partidos que lo forman les ha tocado la racha baja. El reflujo.
Al ciclo electoral le sucede lo mismo que a los grandes movimientos de las Bolsas, porque no hay nada que sea tan parecido al comportamiento de los electores como el que tienen los inversionistas en los mercados de valores.
Efectivamente, las Bolsas tienen ciclos de subida y bajada de la misma manera que los tienen las victorias o derrotas electorales. Y una de las primeras cosas que aprenden los novatos en Bolsa es que las subidas y bajadas (sea en ciclos largos o en sub-ciclos, y, por tanto, más cortos) van por rachas o por movimientos pendulares. Aunque esos mismos novatos no puedan, ni quieran, creerse que todo lo que han estudiado y estudian para entender el porqué del movimiento de los índices de Bolsa se dé de bofetadas con la idea de que existen esas tendencias, en apariencia irracionales, contra las que no se puede hacer nada, excepto sumarse a ellas.
Por eso, se sorprenden cuando, tras una subida de tipos de interés, las Bolsas, en vez de bajar, suben. O cuando una mala noticia política, que pone en riesgo la estabilidad de los mercados, no consigue que estos retrocedan. O cuando la disminución del déficit público de un país no logra que el precio de su deuda suba.
Es decir, la dura realidad se impone: normalmente, cuando las Bolsas están en una racha alcista, no hay noticia mala que logre tumbarlas, y, al revés, cuando la racha es bajista, no hay noticia buena que consiga enderezarlas. Y lo malo para Yolanda Díaz es que los partidos del gobierno del que ella forma parte están, desde hace trece meses, en racha electoral bajista.
Se podría discutir si esa racha empezó antes, hace 23 meses, o no, pero en ambos casos la conclusión parece clara: los partidos que forman la coalición de gobierno están en racha bajista y, mientras eso no cambie, sus esfuerzos para convencer al electorado serán baldíos y las buenas noticias que les afecten tendrán poca o ninguna influencia.
¿Y cómo se explica todo esto? Lo mejor del caso es que no hay una explicación. O, cuando la hay, se tiene que recurrir a cosas que nadie ha visto en la realidad, como la “psicología de masas” que, si fuera verdad que existiera tal cosa, actuaría de la misma manera en la mente de los inversionistas que en la de los electores: por movimientos pendulares.
Los partidos que forman la coalición de gobierno están en racha bajista.
Pero esa explicación es tan mala e imaginativa como la que hubiera dado el “Pseudo Dionisio” para explicar en qué se fundaba para saber que la Corte Celestial está compuesta de nueve coros: serafines, querubines, tronos, virtudes, dominaciones, potestades, principados, arcángeles y ángeles (no confundir a Pseudo Dionisio con su contemporáneo del siglo V a VI, Dionisio el Exiguo, al que debemos el primer calendario cristiano y el error, ¡pobre!, de equivocar la fecha de nacimiento de Cristo entre cuatro y siete años, además de su fallo inevitable de no introducir el año cero: el cero aún no se conocía en Europa).
A las discusiones sobre las Bolsas y sobre las elecciones se les puede asignar la categoría escolástica de “flatus vocis”. O sea, “ahuecaciones de la voz”.
No quiero con esto desanimar a los miembros del Gobierno ni a sus partidarios pues las cosas y las rachas pueden cambiar de la noche a la mañana. Tampoco pretendo que los partidos de la oposición crean que están tocados por el ala de la Fortuna y se tumben a la bartola, a esperar cómo las elecciones caen cual fruta madura en su cesto.
No. Al fin y al cabo, aunque las Bolsas tengan rachas, por debajo de la superficie fluyen los resultados de las empresas (aunque también tengan rachas) y sus componentes, los costes de financiación, la subida de los salarios, etc. Es decir, todo es la resultante de buenos y malos resultados empresariales, combinados de manera más o menos convulsa con el resto de “eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa”.
Los mismo en los mercados financieros que en la política, salvo en raras excepciones, se tienen los elementos que deberían constituir la explicación, pero no la explicación misma.
Como hemos venido comentando desde finales de febrero, las rachas de las Bolsas en este año de 2022 se parecen, casi como dos hermanos gemelos, a las que hubo en 2008. Igual que entonces, desde principios de año las cosas han ido muy mal en Bolsa, sin ni siquiera noticias buenas que intentaran cortar esa racha. Todo lo contrario: si en 2008, en enero, un administrador infiel (Jérôme Kerviel) casi consiguió que quebrara el banco Société Générale y en marzo quebró el banco de negocios norteamericano Bear Stearns, en esta ocasión, en febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania, los datos de inflación han sido casi todos los meses peores que los del mes anterior y una crisis energética que ya apuntaba maneras el año pasado se ha agudizado y convertido en endémica.
Las rachas de las Bolsas en este año de 2022 se parecen, casi como dos hermanos gemelos, a las que hubo en 2008.
Todo ello sin contar con las amenazas de escasez de alimentos y otras cosas tremebundas que parecen convocadas todas a la vez por la mala suerte. Entre ellas está la posibilidad de que, en un país tan alejado de nosotros como Paquistán tenga que cerrar 40.000 fábricas por la imposibilidad de asumir costes energéticos tan elevados como los actuales. Con su secuela de despidos… Hambrunas y despidos que llevarían, de hacerse realidad, a una inestabilidad social insoportable.
Pero en varios días de la semana pasada, tal y como sucedió entre marzo y mayo de 2008, las Bolsas parecían haber iniciado una nueva racha: en este caso buena, alcista. Y medio mundo se puso a dudar de si no estaríamos exagerando las dificultades. Ojalá fuera así (aunque finalmente la Bolsa de EEUU cayó un 1,2% por lo que es la octava caída semanal de las últimas nueve semanas). Pero es que ahora, como en 2008, por estas fechas de junio, lo peor estaba aún por venir.
Hay que tener en cuenta que el primer aldabonazo de la crisis financiera (y las primeras quiebras bancarias) tuvo lugar en agosto de 2007, aunque entre marzo y mayo de ese mismo año ya habían quebrado los primeros fondos de inversión libre. O sea, que, entre los primeros temblores del terremoto financiero y el momento en que alcanzó su máxima intensidad “en la escala de Richter” (la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008) pasó un año y medio, y de ahí a empezar a estabilizarse las Bolsas transcurrieron seis meses más. Total, pasaron dos años entre el inicio de los temblores y que dejara de bramar la tierra. Después ya solo habría réplicas menores.
Si aplicamos esa plantilla a la situación actual, tenemos lo que resta de 2022 y todo el 2023 por delante antes de que el panorama empiece a despejarse.
Podríamos estar, por tanto, en esa mini-racha buena dentro de una super-racha mala. O eso parece: que las cosas seguirán inexorablemente su curso, por mucho que el dinero de los bancos centrales siga llegando a espuertas aún a Europa y vaya a empezar a hacerlo de nuevo en China. Pero el ritmo que marca EEUU con las subidas de tipos de interés parece que no va a dar tregua.
Las rachas y los ciclos son así también en política. A veces un respiro electoral es el comienzo de una racha buena o es un espejismo de mini-racha buena dentro de una racha mala. En dos semanas justas sabremos si continúa o no la racha mala del gobierno y la buena de la oposición. Y debatir, por pasar el rato nada más, sobre si “los contratos de Yolanda Díaz” han podido influir algo en el resultado. Las multitudes son doblemente tornadizas, y su amor efímero: “quien lo probó, lo sabe”.
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