La presidenta del BCE, Christine Lagarde.

La presidenta del BCE, Christine Lagarde.

La tribuna

La subida de tipos de interés en una guerra energética

Tenemos meses por delante de más intereses, menos crecimiento económico, y una inflación que se resistirá a bajar. Europa empieza a afrontar su realidad con una subida de tipos que llega tarde.

9 septiembre, 2022 03:50

Estamos inmersos en una guerra energética, aunque algunos no se hayan querido dar cuenta hasta ahora que Putin ha cortado el suministro de gas a Alemania por el gasoducto NordStream. Desde el momento en que Europa, más que justificadamente por otra parte, impuso sanciones a Rusia, era inevitable que Rusia respondiese utilizando la energía como un arma.

Esto supone una reducción de la oferta de crudo, refino de petróleo, y, sobre todo, de gas. Las consecuencias de afrontar una guerra energética son dos: la subida del precio de la energía y, eventualmente, el desabastecimiento.

En cualquier caso, seamos conscientes de que los precios de la energía ya habían subido antes de la guerra de Ucrania, que acabó por disparar los precios. Esto se debió a que la demanda de energía tras la pandemia se recuperó antes que la oferta.

Así, algunas instalaciones de extracción de gas por el sistema de fractura hidráulica-fracking, cerradas por falta de rentabilidad durante la pandemia, tardaron en abrir.

Además, otros factores como la escasa emisión de derechos de CO2, hicieron que su cotización se disparase con la reapertura de la economía. Estos derechos encarecen la producción de energía eléctrica a partir de gas y carbón.

Por otra parte, la recuperación de la demanda de gas en Asia, encareció notablemente su precio. Todo esto se ha agravado porque el sistema de fijación de precios de la electricidad era marginalista, es decir basado en que la fuente de energía más cara utilizada para producir electricidad es la que fija el precio para todo. El mercado eléctrico europeo estaba basado en que el gas era barato.

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Por otra parte, llevamos más de un año con niveles de inflación crecientes y superiores al 2%. Pero, hasta julio, el BCE estuvo comprando deuda de los Estados y con tipos de interés negativos.

La justificación era que sus previsiones de inflación indicaban que la misma era transitoria. Además, algunos economistas señalaban que como la causa de la inflación era de oferta, por problemas en las cadenas de suministro de algunas materias primas y componentes, como los semiconductores, y los problemas energéticos que hemos visto antes, el BCE no podía hacer nada.

La realidad es que un Banco Central, cuando sube los tipos y/o retira moneda de circulación deprime la demanda, al reducir la inversión y el consumo, por lo que reduce el nivel general de precios. Naturalmente, esta intervención es "dolorosa", porque se reducen los precios, pero también la actividad económica, con lo que implica de destrucción de empleo y bienestar.

Este jueves, el BCE se enfrentó a la desagradable tarea de tener que “anclar las expectativas de inflación" y "recuperar la credibilidad", en un escenario de guerra energética.

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Esto quiere decir que debe convencer a los agentes económicos de que subirá los tipos de interés todo lo que haga falta para contener la inflación. Si los agentes económicos no se creen que el BCE vaya a controlar la inflación, entonces intentarán subir precios, los empresarios, y salarios, los trabajadores, para mantener, al menos parcialmente sus rentas. Esto lleva a una espiral inflacionaria.

Pero, unas subidas de tipos demasiado rápidas y continuas pueden llevar la economía a la recesión. Por otra parte, la política monetaria restrictiva necesita un tiempo para empezar a producir efectos. Entre tanto, la subida de los precios energéticos llevará a más inflación, y después, también, a deprimir la demanda.

La política monetaria necesita un tiempo para producir efectos. Entre tanto, la subida de los precios energéticos llevará a más inflación

Ésta es la coyuntura, y conviene no generar falsas expectativas. Por ejemplo, la limitación de la retribución, en la producción de electricidad, de las energías renovables y nuclear es un límite parcial al precio, no exactamente un tope.

Toda la energía eléctrica producida con gas, o en parte con gas, cogeneración, hay que pagarla al precio de un gas importado, cada vez más escaso, y, en consecuencia, más caro. Si además, hay que consumir más gas, porque aumenta la demanda, o hay menos agua para producir energía hidroeléctrica, porque ha llovido mucho menos en toda Europa, entonces, el coste será superior.

Lo que tampoco puede ser es limitar el precio de un gas que no tenemos. Como ha señalado Putin, si los europeos pretenden pagar menos por el gas o el petróleo ruso, entonces Rusia no se lo venderá.

Putin ya ha anunciado que se lo venderá a China y a India. Por cierto, si Alemania y toda Europa Oriental le compraba el gas a Rusia era simplemente porque era de más calidad y más barato. La razón fundamental por la que era más barato eran los gasoductos.

El gas comprado por esta vía no hay que licuarlo, ni pagar el transporte en un barco metanero ni regasificarlo. Por esa razón, la previsión es tener que pagar un gas más caro. Y si no se creen el razonamiento, no hay más que echar un vistazo al mercado de futuros.

Si no se creen el razonamiento, no hay más que echar un vistazo al mercado de futuros

El precio del petróleo sólo se reducirá si hay una disminución mundial de la demanda, es decir si hay una recesión global. Esto ya se está produciendo, y ante este hecho, la OPEP, el cártel de los principales exportadores de petróleo ha anunciado un recorte de la producción.

En el caso del gas, lo que se tendría que producir es una disminución significativa de la demanda en Europa, superior a la disminución de la oferta rusa. Y eso sólo es posible si pasan dos cosas al mismo tiempo, un invierno muy suave, que disminuya la demanda de gas y luz para calefacción, y una recesión o un parón forzoso de la industria.

Con este panorama, el BCE ha subido 0,75 puntos los tipos de interés, lo que supone la mayor subida de tipos de la historia del euro. Además, la presidenta del BCE, Christine Lagarde ha dejado claro que piensan seguir subiendo tipos.

Las perspectivas de inflación y crecimiento del BCE son algo más realistas que las anteriores, es decir que empeoran y mucho. La previsión es que el crecimiento del año que viene, 2023, sea raquítico, del 0,9% con una inflación del 5,5%.

Pero como señaló Lagarde, la previsión se basa en que la demanda se deprima y que los precios energéticos no sigan subiendo. Tristemente, lo primero es mucho más fácil que lo segundo, en tiempos de guerra energética.

Afrontamos un invierno muy complicado en toda Europa. La causa fundamental son los errores de política energética que comentamos la semana pasada. Sin embargo, además, el BCE debía haber actuado antes. Ahora, está obligado a subir tipos aceleradamente, bajo la presión de una moneda, el euro, que se devalúa frente al dólar, divisa en la que se refugian los capitales porque la Reserva Federal no solo ha subido mucho más, y mucho antes, los tipos de interés, sino que, además está reduciendo los dólares en circulación.

La revalorización del dólar supone pagar más caros muchos productos importados, fundamentalmente gas y petróleo.

Tenemos unos meses por delante de mayores intereses, menor crecimiento económico, y una inflación que se resistirá a bajar mientras no lo haga el precio de la energía, que no bajará hasta que termine esta guerra energética que Occidente no se puede permitir perder. Y una forma segura de perder cualquier guerra en la economía es dejar que la inflación destruya la economía.

Como señalaba Keynes, citando a Lenin, "la forma más segura de socavar las bases del capitalismo es la corrupción de la moneda". Por eso, la decisión de hoy del BCE va a tener muchos costes, y alguno se hubiese reducido de haberse tomado antes, pero es la opción menos mala, incluso en una guerra energética: empezar a afrontar la realidad.

*** Francisco de la Torre Díaz es economista e inspector de Hacienda.

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