Tras toda una vida profesional, más de 32 años, trabajando en la investigación, la divulgación y la comunicación de la tecnología a personas de todo tipo de edades, niveles educativos y experiencia, mi mayor frustración es la aparente dificultad que todos ellos tienen para entender el fenómeno tecnológico como tal.
La inmensa mayoría del escepticismo y de las resistencias al desarrollo tecnológico provienen de personas que, por alguna razón --entre las que sin duda se incluye la mala praxis por parte de las compañías tecnológicas-, son incapaces de entender cuáles son las reglas que gobiernan el fenómeno tecnológico y su aceptación por el mercado.
Unas reglas que, en caso de ser entendidas correctamente, facilitarían muchísimo el aprovechamiento de las ventajas que esa misma tecnología puede generar para los individuos, para las compañías y para la sociedad.
Si revisamos la mayoría de los "problemas" que muchas personas aducen a, por ejemplo, las tecnologías asociadas con la descarbonización, absolutamente fundamentales para conseguir enfrentarnos al mayor de los problemas de la humanidad, la emergencia climática, ¿qué nos encontramos? Fundamentalmente, desinformación.
Cuando hablamos, por ejemplo, del vehículo eléctrico, una parte significativa del mercado cree que "su fabricación contamina muchísimo", algo que se ha probado en infinidad de ocasiones que no es así.
Las baterías no son inflamables ni peligrosas en su manipulación, y no contaminan
Que las baterías son alguna especie de "punto débil": pelígrosísimas, imposibles de reciclar, ultracontaminantes, y que carecemos de materias primas para fabricarlas… cuando la realidad es no solo que las baterías se reciclan continuamente en distintas fases de uso, sino que además, no son inflamables ni peligrosas en su manipulación, y no contaminan.
¿Sus componentes? Queda aún muchísimo litio en el planeta, el litio no se quema ni se destruye en su uso, y hay al menos 10 tecnologías ya avanzadas y en marcha para sustituir el litio por otros componentes mucho más abundantes.
¿Sorpresa? Lo único que impide a un lector sorprenderse con esos datos es que lleva tanto tiempo autoconvenciéndose de que no es así, que simplemente, me tildará de mentiroso y seguirá pensando lo mismo que pensaba antes.
Pero en realidad, lo único necesario para entender esto es asimilar las leyes con las que funciona el desarrollo tecnológico, las mismas que hacen que los microprocesadores duplican su potencia cada dos años (ley de Moore); o que los paneles solares reduzcan sus costes un 75% cada 10 años al tiempo que mejoran sus prestaciones (ley de Swanson); o que las baterías mejoren constantemente su capacidad de almacenamiento, su durabilidad y su rendimiento a medida que más baterías son fabricadas.
Cuando muchas personas critican una tecnología determinada, tienden a cometer siempre el mismo error: el de pensar que la tecnología es, de alguna manera, una "foto fija", que refleja cómo funciona y va a seguir, supuestamente, funcionando en el tiempo.
La tecnología prácticamente nunca, jamás, se comporta así. Los límites de la tecnología los marcan ciencias como la física o la química.
Y sus límites, aunque existen, pueden ser mejorados aplicando cambios en los que los investigadores trabajan constantemente, porque mejorar las prestaciones de una tecnología tiende a crear oportunidades interesantes que pueden ser activamente explotadas.
Esa, y no otra, es la razón por la que cambiamos nuestros smartphones constantemente, aunque en algunos casos aún funcionasen bien: porque la velocidad de desarrollo de la tecnología hace posible que se incorporen en ellos mejoras de prestaciones que nos resultan interesantes.
Por supuesto, eso puede ser medioambientalmente irresponsable, generar basura tecnológica y convertir a muchos en una especie de esclavos de la tecnología. Pero nos pongamos como nos pongamos, no se puede evitar: es una característica de la tecnología, y es imposible pedir a las compañías que no la intenten explotar.
Podríamos pedirles que obligasen a un reciclado responsable, que recomprasen a los consumidores los productos anteriores a precios competitivos o muchas otras posibilidades. Pero no que no mejorasen sus productos al ritmo que el desarrollo tecnológico, porque eso, sencillamente, no puede hacerse y además, no tendría ningún sentido.
Si nos molesta que nuestros dispositivos se queden obsoletos en un año, la culpa no es de quienes los fabrican y venden, sino del propio hecho tecnológico: nadie en su sano juicio querría seguir utilizando un smartphone de hace 10 años, y es muy posible que ni siquiera pudiera hacerlo.
Invertir en entender el hecho tecnológico es una de las mejores inversiones que podemos hacer, tanto para nuestro propio desarrollo personal, como por el bien de una civilización humana que depende, fundamentalmente, de hasta qué punto seamos capaces de progresar tecnológicamente hacia nuevas energías que no conlleven quemar nada.
Cuanto antes lo entendamos, antes podremos ponernos a solucionar algunos de nuestros problemas más acuciantes.