A medida que la crisis energética que se anticipa este invierno en Europa se acerca, crecen las voces que reclaman que los diversos países del continente opten por invertir para tener lo que se suele denominar como "un balance energético razonable", que evite poner "todos los huevos en la misma cesta".
La idea de algo "balanceado" tiene, indudablemente, connotaciones muy positivas, como las tiene la de la diversificación de fuentes energéticas. Una red balanceada parece, a priori, una forma de intentar evitar problemas debidos a limitaciones o problemas de un proceso de obtención de energía determinado, sea el que sea.
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De hecho, muchos achacan a países como Alemania el haber optado por anticipar el cierre de sus centrales nucleares a cambio de incrementar de manera claramente excesiva la dependencia del gas ruso -muy probablemente, además, con tramas de corrupción política involucradas en la decisión- algo que se ha convertido en el germen de los posibles problemas que pueden estar por venir.
Por poner las cosas en contexto, preguntémonos si se han hecho mejor las cosas en un país como Polonia, que ha rehusado en gran medida invertir en energías renovables y, en cambio, ha optado por mantener un tejido de generación mayoritariamente basado en la energía más contaminante, el carbón, de la que tiene importantes reservas.
A cambio, tiene una dependencia mucho menor del enemigo ruso, y mantiene precios generalmente más bajos que el resto de países de su zona. Pero… ¿estamos seguros de que esa es la mejor decisión o la que tiene más sentido? ¿De verdad?
¿Hizo bien Alemania en adelantar el cierre de sus centrales nucleares? Es difícil saberlo. En el momento en que se tomó la decisión, la presión social era ya de por sí muy intensa -en Alemania, históricamente, siempre lo ha sido- y se había incrementado tras accidentes como el de Fukushima.
Los alemanes no son tontos, y saben que en un mundo en creciente inestabilidad climática, las centrales nucleares suponen un problema creciente: nunca se sabe dónde va a surgir una inundación, o un incremento generalizado de la temperatura que impida, como ha ocurrido recientemente en Francia, que sus centrales refrigeren.
Pero la cuestión no es si Alemania hizo bien o no en cerrar sus centrales, sino en lo que hizo para cubrir el hueco que dejaron en su tejido de generación. El país se lanzó en pos de un incremento generalizado de las renovables, y mientras tanto, cubrió la demanda con hidrocarburos procedentes de un país caprichoso e inestable como Rusia.
Ahora, el problema se presenta con una magnitud importante#, pero es, en realidad, un problema a corto plazo: cómo abastecer la demanda ante un previsible invierno frío. A medio y largo plazo, sin embargo, el país lo tiene claro: sobredimensionar en renovables es la única solución razonable. Y sobre todo, la única solución responsable.
La cuestión no es si Alemania hizo bien o no en cerrar sus centrales, sino en lo que hizo para cubrir el hueco que dejaron
Evaluemos esa decisión: ¿debemos anticipar el cierre de las centrales nucleares? Muy probablemente, no sea el momento ni la coyuntura adecuadas para hacerlo. Hablamos de centrales muy amortizadas, con un historial de seguridad generalmente adecuado, con ubicaciones consideradas seguras, y pocos problemas anticipados.
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En algunos casos, es preciso incurrir en fuertes inversiones en mantenimiento, el verdadero talón de Aquiles que nadie menciona de las nucleares, que pueden hacer que su idoneidad se vea cuestionada: después de todo, hablamos de la fuente de energía que más recursos demanda del erario.
Una vez que se construye una central nuclear, habitualmente con fortísimos sobrecostes a los que nadie se atreve a decir que no, los gastos en mantenimiento son algo sobrevenido pero, en todos los casos, considerado inevitable… ¿Quién en su sano juicio quiere tener una central nuclear mal mantenida? La seguridad, como siempre, como espada de Damocles que los entusiastas de la energía nuclear siempre niegan. Seguridad, sí… ¿pero a qué precio?
Sin embargo, aunque podríamos razonar la decisión de mantener abiertas las centrales nucleares existentes que no supongan un problema de seguridad y que no requieran inversiones mastodónticas en mantenimiento… ¿Tiene sentido construir más? Una central nuclear es un proyecto invariablemente carísimo y, sobre todo, muy, muy largo: lo habitual es que su construcción tarde varios años.
Las centrales nucleares de nueva construcción, por tanto, no suponen una solución para nuestros problemas a corto plazo. Y con el dinero que cuesta una central nuclear, se construyen muchas, muchísimas instalaciones solares o eólicas, que se llaman renovables por algo, que no suponen ningún problema de seguridad, y que cumplen su función muy bien.
¿Qué son intermitentes? Son ya muy abundantes las investigaciones rigurosas que demuestran fehacientemente que se puede depender de esas fuentes para el abastecimiento de todo un país, y que hacerlo no supone un problema. Lo sabe Australia, lo sabe Canadá y lo saben un número creciente de países, que sin cerrar las nucleares que ya tienen, han optado por no construir más… porque simplemente, no tiene sentido.
La idea del "balance" de fuentes de energía es lo que los anglosajones llaman un false friend: suena muy bien, pero como en todos los balances, depende de lo que pongas al otro lado, de contra qué lo balancees.
Si pones carbón, olvídalo: tu balance es un desastre. Si pones nucleares, no tendría porqué serlo, pero supone más riesgos, más residuos y, sobre todo, es innecesario, porque la alternativa de sobredimensionar las renovables siempre tendrá económicamente y, sobre todo, ecológicamente, más sentido.
Veremos qué hace Francia en el futuro cuando su plan de sobredimensionar la inversión en nucleares choque con una evidencia: que su energía, tras haber financiado faraónicos proyectos llenos de monstruosos sobrecostes, no es competitiva en precio.
Balance sí… pero mucho cuidado con lo que balanceamos.