Que los mercados de activos anticipan la evolución de la economía real constituye uno de los clichés más repetidos dentro del ámbito financiero. Lo más relevante del caso es que, a pesar de lo manido, suele ser una máxima que se cumple con notable precisión.
En un momento en el que la inflación sigue moviéndose, a nivel global, en niveles no vistos desde la crisis del petróleo de 1973 y sus secuelas, no es de extrañar que los principales índices de mercado se mantengan extraordinariamente tensos.
De manera particular, las curvas de deuda muestran una estructura inequívocamente disruptiva: las rentabilidades se han instalado en zonas de cotización que pensábamos propias de otros tiempos y, además, con una velocidad de subida realmente espectacular.
En ese sentido, buena parte de las principales economías mundiales reflejan ya pendientes negativas en estas curvas: una señal muy fuerte de que el crecimiento futuro no va a alimentar tipos tan altos como los actuales o, lo que es lo mismo, que estamos a las puertas de un fuerte frenazo de actividad, en el mejor de los casos, o una recesión de cierta entidad, en el peor.
La realidad, a día de hoy, es que las señales de esa disrupción, de ese cambio radical están ahí, pero las economías mantienen un tono de fortaleza aún elevado, esencialmente la economía estadounidense. Ello provoca unos movimientos en los mercados financieros que solo podemos calificar de auténticas montañas rusas, de un día para otro.
Estamos a las puertas de un fuerte frenazo de actividad, en el mejor de los casos, o una recesión de cierta entidad, en el peor
Se puede decir que nos estamos acostumbrando a que las rentabilidades de los bonos, singularmente, suban y bajen diez o veinte puntos básicos en el movimiento intradía. Algo no visto con esta intensidad desde la crisis de Lehman Brothers. En otras palabras, los mercados, de manera particular los mercados de renta fija, exhiben un elevado nivel de volatilidad.
Esta volatilidad viene asociada a dos componentes fundamentales. El primero, obvio, es la falta de una dirección clara en este momento de la coyuntura: por un lado, como decimos, las economías se mantienen fuertes y ello sigue dando soporte a una inflación desmedida, lo que alimenta elevadas rentabilidades en los bonos, en el entendido de que son posibles nuevas subidas de tipos de interés.
En segundo lugar, está la iliquidez, más propia de la renta fija que de la variable. Resulta realmente curioso, por decirlo suavemente, contemplar como el diferencial entre el precio de compra y el de venta de un bono se amplía en momentos de tensión del mercado, como el actual.
Ello pone de manifiesto un mercado, digamos, notablemente imperfecto a la hora de fijar precios. Una consecuencia de ello es que los movimientos, en un sentido o en otro, tienden a magnificarse. Y esto da como resultado final estas fuertes variaciones en los movimientos finales en la renta fija.
Los mercados, de manera particular los mercados de renta fija, exhiben un elevado nivel de volatilidad
Conviene tener mucho cuidado con esto, ya que es de esperar que la menor expansión monetaria (mejor dicho, restricción monetaria) esperable de los bancos centrales siga empujando en esta misma dirección de iliquidez. En todo caso, también es de esperar que, a medida que los mercados se serenen -y esa serenidad llegará con toda seguridad-, también la formación de precios será más estable.
Por lo tanto, nos encontramos en la parte alta de una carretera de montaña, llena de curvas y desniveles. Es muy difícil precisar cuánto tiempo nos vamos a mover por esta carretera. La respuesta más precisa es tanto tiempo como la inflación no muestre signos de corregir. En ese momento, cuando las expectativas de precios caigan, veremos cómo, de manera más o menos abrupta, las tensiones de la renta fija comienzan a moderarse, es decir, las rentabilidades de los bonos comienzan a bajar.
Ese será el primer síntoma de normalización. En otras palabras, los bonos adquiridos en estos momentos de elevadas tensiones empezarán a generar alegrías de valoración.
En cuanto a la renta variable, sus curvas tardarán un poco más en ser resueltas: primero va la renta fija. Ello parte del hecho de que no podemos determinar la amplitud de la ralentización (léase, recesión) hasta que no veamos moderada la inflación.
Cuanto más tiempo tarden los precios en corregir, tanto mayor será la recesión económica
Cuanto más tiempo tarden los precios en corregir, tanto mayor será la recesión económica. Por ello, llegará el momento de la renta variable, sin duda, aunque en este caso, además de prudencia, tal vez conviene algo más de paciencia. Y, en ese sentido, nada mejor que seguir los dos indicadores que hemos comentado anteriormente: volatilidad e iliquidez.
A medida que ambos moderen traerán tiempos mejores para los mercados. Y, como indicador adelantado de la economía real que son los mercados, también, algo después, vendrán tiempos mejores para el ciudadano de a pie.
*** Pedro del Pozo es director de inversiones financieras de Mutualidad de la Abogacía.