La semana pasada salía a la venta en todas las librerías de España y en Amazon el último libro del profesor italiano Alberto Mingardi, La verdad sobre el neoliberalismo. He tenido el privilegio de leer la versión italiana, publicada antes de la pandemia, y de prologar esta versión ampliada y puesta al día en castellano. Con ese título, puedo imaginar a los "enemigos del neoliberalismo" afilando las garras. Porque, como afirma el profesor Mingardi, la palabra neoliberalismo se ha convertido en un vocablo "vertedero", un chivo expiatorio, al cual es muy fácil culpar de todo lo malo que suceda en nuestros días.
El cambio climático, la pandemia, la pobreza en África, cualquier sufrimiento es atribuido sin pudor al neoliberalismo, que en realidad no existe, evitando el ejercicio de introspección y de asunción de las malas decisiones nuestras o de nuestros políticos. Y los secuaces del neoliberalismo, entre los que probablemente me encuentro, somos peor que fachas, somos energúmenos cuya principal meta es explotar al débil.
El profesor Mingardi desmonta este mito y analiza las políticas señaladas como neoliberales. Porque una cosa es la ideología y otra cosa son las políticas económicas derivadas de esa ideología.
Por un lado, una ideología preñada de buenas intenciones puede dar lugar a políticas económicas que arruinen a un país durante décadas, aniquilando a las clases trabajadoras y castrando a la sufrida clase media, el socialismo es un buen ejemplo.
Por otro lado, bajar de los principios que sustentan una ideología, pongamos el liberalismo, a la práctica de la política pública, es una tarea muy difícil que requiere de mesura, talento y un profundo conocimiento de las entrañas económicas del país.
"Los secuaces del neoliberalismo, entre los que probablemente me encuentro, somos peor que fachas"
Las recetas, en economía, no valen. Importar soluciones, a menudo tampoco. Cada sociedad tiene una cultura empresarial, es más o menos susceptible de creerse las mentiras políticas, más o menos proclive a exigir honestidad o, por el contrario, a consentir que le roben.
El modelo productivo, los estímulos al ahorro y la inversión, la productividad de los trabajadores, la cultura del cambio, la percepción social del endeudamiento frente al presupuesto equilibrado, son algunos de los factores que explican que una política económica que funciona en Villarriba, no funcione en Villabajo.
Frente a esa reticencia esperada de los "enemigos del neoliberalismo", pensaba en la reacción tan diferente frente al título de la magna opus de un filósofo muy recordado y querido por Alberto Mingardi y por mí: el maestro Antonio Escohotado.
Cuando, hace muchos años, me choqué con el primer volumen de Los enemigos del comercio, pensé que era un título absurdo: ¿quién puede estar en contra del comercio, que ha sido y es la base de nuestra civilización? Escohotado empleó muchos años y tres volúmenes en explicarlo.
Los enemigos del comercio son más de los que yo esperaba. Pues bien, la diferencia entre el neoliberalismo y el comercio es que todos sabemos qué es lo segundo, pero no lo primero. De ahí que, intuitivamente se entienda que haya enemigos del neoliberalismo pero no del comercio.
Que nadie busque en el libro de Mingardi series estadísticas de las principales macromagnitudes. No en vano, el autor es profesor de pensamiento político en la IULM de Milán (entre otras cosas).
Sin embargo, este hecho no resta importancia a su análisis del neoliberalismo económico. Sea como fuere, y en honor al profesor Mingardi, no puedo evitar referirme al aniversario del nacimiento el pasado 25 de octubre, de uno de los filósofos más apreciados por quienes nos declaramos liberales, Benjamin Constant (1767-1830).
Las enseñanzas de Constant pueden ayudarnos a entender la esencia del libro de Mingardi. Siendo un acérrimo defensor de la libertad de mercado, Constant se centra en la raíz del problema de la libertad, que va más allá de las leyes de la economía y llegan al corazón del conflicto: estamos ante una cuestión moral.
En ese sentido, distingue entre la libertad de los modernos y la de los antiguos, cuya principal diferencia es que la primera supone la emancipación de la persona respecto el poder político y la segunda es una libertad enraizada en el nacionalismo y el mandato de los privilegiados: los políticos.
Una distinción muy valiente, teniendo en cuenta que, en aquella época, se jugaba la vida al enfrentarse a Napoleón, el tirano invasor. En sus escritos, Constant había explicado que los problemas de la Revolución Francesa provenían de haber puesto a la cabeza del Estado a hombres "que habían hecho de la filosofía un prejuicio y de la democracia una idolatría".
Y aquí es donde se encuentra el vínculo entre Mingardi y Constant. El profesor milanés analiza las políticas respetuosas con la libertad de los modernos, por ejemplo en los casos de Thatcher y Reagan. Pero hace mucho más. Nos muestra la deriva a favor de un mayor peso del Estado en nuestras vidas en los últimos tiempos. Y lo hace sobre la base de hechos y de principios.
En el epílogo, colofón de la obra, al analizar los efectos de la pandemia, pone encima de la mesa cómo se ha logrado manipular la percepción de la sociedad, convirtiendo un problema sanitario grave en una lucha entre los gobiernos y el virus, lo que ha allanado el camino para que las instituciones políticas reviertan esa emancipación de los ciudadanos frente al poder de los privilegiados. En palabras de Mingardi: "Las instituciones han abrumado a las personas". Mingardi nos acerca a la crisis actual y sus protagonistas.
Mi primer pensamiento tras repasar la obra fue muy básico: las políticas de Liz Truss no son neoliberales. Por más que a los medios de comunicación les convenga que ese sea el relato, no es real. Por desgracia. Porque como dice Alberto Mingardi en el subtítulo refiriéndose al tan denostado neoliberalismo: lo poco que hay y lo mucho que falta.