La gran pregunta para 2023 es si lo que los bancos centrales quitan con una mano lo están devolviendo los gobiernos con otra, y si eso está retroalimentando la inflación.
Una inflación que ya tienen hasta en Japón, tras haber estado intentando provocarla, sin éxito, durante 30 años. La tasa anual del IPC de noviembre ha sido de 3,7% (la mayor desde los 80).
Los temores de los años 2008 a 2013 de que la economía global cayera en deflación, y, desde 1995, de que Japón nunca saliera de ella, no solo han desaparecido por completo, sino que se han transformado, como todo el mundo sabe, en su contrario.
Cinco décadas después, el mundo se ha convertido en un enorme laboratorio en el que se repite el gran experimento económico de los años 70. Entonces, como ahora, el precio de los alimentos se disparó (a comienzos de 1973), lo que, unido al embargo del petróleo árabe a los países que apoyaban a Israel, dio lugar a un brote incontenible de la inflación que no pudo empezar a controlarse de manera continuada hasta más de 10 años más tarde. Si es que no se controló ella sola…
Todo apunta a que en esta ocasión va a suceder algo parecido, y el optimismo de los gobiernos con la reciente y aparente tendencia a la reducción de la tasa anual a la que crecen los precios, seguramente, estará mal fundado, pues todo se encamina a que la inflación vuelva a ser, como en los 70, un 'Guadiana' que veremos aparecer y desaparecer, para reaparecer de nuevo.
Todo se encamina a que la inflación vuelva a ser un un 'Guadiana', que veremos aparecer y desaparecer, para reaparecer de nuevo
Es curioso cómo los avances proporcionados por las nuevas tecnologías no consiguen que la gestión macroeconómica haya mejorado gran cosa a pesar de los 50 años transcurridos. La fe que hubo en otra época en que los grandes ordenadores permitirían una planificación exitosa (obligada o indicativa) o una buena gestión de los stocks ha desaparecido.
Ni siquiera China, donde esa capacidad parecía asegurada está consiguiendo escapar de las veleidades del ciclo económico y de la necesidad que ha afectado a las economías una vez alcanzan cierto nivel de desarrollo: la de verse forzadas a cambiar el modelo que antes las había llevado al éxito y que terminó introduciéndolas en un callejón sin salida.
En China, hoy, ese callejón se llama necesidad de transformarse en una economía donde el consumo de las familias tenga mucho mayor peso, para lo que es necesario un aumento de los salarios y una menor dependencia de las exportaciones y de las inversiones improductivas. También lleva la marca de la crisis del sector inmobiliario y del impacto que eso tiene en su sistema bancario, ambos navegando en este momento por el mar de la amenaza de quiebra.
El mayor experimento económico de todos los actualmente en marcha es el que están llevando a cabo los gobiernos de los países desarrollados al devolver con su mano dadivosa (merced a la pólvora del rey) parte o todo el poder de consumo que los bancos centrales detraen con la subida de tipos de interés.
705.500 millones
Esa devolución del poder de compra, solo para Europa, era, según los cálculos del Instituto Bruegel hace un mes, de 705.500 millones de euros (que es lo que los estados se han gastado en subvencionar el precio de la energía: 600.400 millones en la Unión Europea, y el resto en Reino Unido y Noruega; casi la mitad corresponde a Alemania) y multiplica, como mínimo, por seis la compensación por el impacto negativo que pudiera haber tenido en 2022 la subida de los tipos de interés, habida cuenta de que el endeudamiento de las familias en la zona euro es de nueve billones de euros.
¿Qué impacto puede tener esa inyección tan fuerte de recursos en el bolsillo de los consumidores sobre la marcha futura del IPC de la Eurozona? Se supone que cualquiera, menos el de contribuir a la moderación de la evolución futura de los precios.
Por el lado de los préstamos bancarios tampoco parece que la perspectiva inflacionaria mejore mucho: su crecimiento en tasa anual es del 6,5%, un ritmo que no había vuelto a verse desde antes de la crisis financiera iniciada en 2007. Y otro tanto sucede con el crédito a las empresas no financieras, que crece a un ritmo anual del 8%.
Están, por tanto, sentadas las bases para que cualquier mejora en la evolución alcista de los precios sea puramente transitoria y debida a las oscilaciones de los precios de la energía, más que a la evidencia de una moderación del gasto.
Están sentadas las bases para que cualquier mejora en la evolución alcista de los precios sea puramente transitoria
La repetición de los experimentos de los 70 tiene tintes entre dramáticos y cómicos cuando se recuerda el fugaz paso por el gobierno de la premier británica Liz Truss. Se supone que la reacción de los mercados que acabó con ella y su gobierno estuvo provocada por querer aplicar una receta de política económica ya intentada en otras ocasiones y que, a decir de los que dirigían en la década de los 70 la economía de los países más importantes, ya era una fórmula periclitada.
Esa fórmula consistía en subir el gasto público y en reducir los impuestos, y ahora todos los gobiernos le han cogido más miedo que a un nublado, tras la experiencia de la pobre Liz.
No en vano esa fórmula parece que no había funcionado en otras épocas y, al menos, el primer ministro laborista James Callaghan lo sabía, pues esto es lo que dijo a la Conferencia del Partido Laborista en 1974: “Pensábamos que se podía salir de la recesión y aumentar el empleo reduciendo impuestos y subiendo el gasto público. Pues bien, esa opción ya no existe y, si alguna vez existió, solo sirvió para provocar inflación en la economía, lo que llevaba a mayores tasas de desempleo en la siguiente etapa. Esa ha sido la historia de los últimos veinte años”.
En España la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se jactaba la semana pasada de haber subido el salario mínimo desde la llegada del actual gobierno al poder en un 36%. Si consiguiera hacer aprobar la subida hasta el límite superior del intervalo que han recomendado “sus expertos” para 2023, la subida desde 2018 sería del 47%.
La subida del SMI ha multiplicado por más de tres la subida de los precios desde 2018
Hubiera estado bien que, para su parroquia electoral, hubiera recordado que en ese mismo período el IPC, a pesar del mal año que ha sido 2022, solo ha subido un 14%.
Es decir, la subida del salario mínimo ha multiplicado por más de tres la subida de los precios. Esto deja en mantillas la famosa espiral “incremento de precios-incremento de salarios-incremento de precios”, tan temida por los economistas y tan propia de los años 70.
En descargo de la ministra habrá que esperar a que se le ocurra decir que “asistimos a un cambio de paradigma”. Y a que se la recuerde por la espiral “retroversa” de incremento de salarios-incremento de precios-incremento de salarios.
¿Qué impacto ha tenido en la evolución del IPC español esa espiral yolandista? Doctores tiene la Universidad española que os lo sabrán responder.
Decía el que fue ministro de Hacienda británico del gobierno laborista (Denis Healey) en noviembre de 1974 que, “si los salarios suben por encima de los límites impuestos por la TUC (confederación de sindicatos de Reino Unido) el Gobierno se verá obligado a adoptar medidas compensadoras para reducir la demanda. Y los efectos… están condenados a conducir al desempleo”.
Verdades del barquero
Estas son las verdades del barquero de los economistas, incluso laboristas. Que sus efectos estén echando raíces en la realidad actual o no, tardaremos en saberlo con certeza, si es que llegamos a saberlo alguna vez, porque siempre habrá a quien echarle la culpa: un Putin belicoso, una decisión inoportuna de la OPEP, una desglobalización o una globalización adicional, un bloqueo de las rutas comerciales (por cierto, el comercio global cayó 1,6% en octubre, último dato conocido, y con esto no ha crecido nada en los primeros 10 meses de 2022) o de la cadena de oferta, un bandazo en la política sanitaria en China o una tempestad inesperada.
Nos quedaremos con las ganas de poder indagar con precisión si algo de responsabilidad tuvieron Yolanda Díaz, su mentor Pedro Sánchez, Liz Truss, el canciller alemán o el sursum corda en que la inflación vuelva a rebotar (si es que) y también en el mérito, si lo hubiera, de que las economías recuperen un pulso más vigoroso.
Así terminamos 2022, como en los 70, y quizá estemos todos, empezando por el Reino Unido, pero sin saberlo, como quien espera a Godot, esperando a Margaret Thatcher. Aunque falten seis años para que llegue.
Lo único bueno de todo esto es saber que las tormentas (también las económicas) pasan y que la “esperanza renace eterna”. Algo que, además de evidente, resulta alentador y adecuado para este lunes de Navidad. Y en el Año Nuevo, Dios dirá.