“Cuando veas al gobierno dar la patada constitucional, ese es el principio del fin”. Así me respondió el empresario Marcelo Granier hace muchos años cuando le pregunté en qué momento se inició el declive de Venezuela. Y tenía razón: una vez se transgrede la ley de leyes, el consenso que asegura la convivencia, ya todo vale.
No podíamos imaginarnos, ni Marcelo ni yo, que no iba a ser una patada sino años de jueguitos protagonizados por los dos partidos mayoritarios para ganar votos marginales de nacionalistas lo que iba a comenzar una deriva que nos ha llevado a estos años de patadas constitucionales, primero disfrazadas de “necesidad imperiosa por la pandemia” y ahora ya a las bravas.
Este año 2022 ha sido, por circunstancias personales, mi año de aprendizaje vital intensivo. Y si me dejan, añadiría que con final feliz. También por cosas del destino he pasado la mañana con una bravísima y joven mujer, María Oropeza, coordinadora del partido Vente Venezuela en el Estado de Portuguesa. Compartimos principios vitales, ideales libertarios, y espíritu de lucha. Una mañana también de aprendizaje.
Porque mirar la situación de España con los ojos de la María venezolana ha sido una cura de humildad para la María española.
La escuchaba explicarme la necesidad que tienen de una oposición unida frente al Gobierno y no podía dejar de comparar con España. En un momento en el que necesitamos un frente unido que se oponga a un gobierno que bascula cada vez más hacia Unidas Podemos y la plataforma que monte Yolanda Díaz, que son de marcado carácter comunistas, Vox ha decidido tumbar los Presupuestos de Ayuso en Madrid, favoreciendo a Más Madrid e iniciando lo que va a ser su campaña electoral: el ombliguismo y la reafirmación frente a Ayuso para rascar poltrona y poder. Si sólo queda Vox, si sólo queda eso, ¡pobre derecha española!
Me decía María Oropeza que el problema de Maduro es que, a estas alturas, con las bolsas de comida que reparte, con las dádivas, privilegios y estómagos agradecidos, nadie le va a frenar. Bastante parecido a las paguitas que está anunciando Sánchez, que te quita diez para repartirte cinco, y tiro porque me toca.
No, no se puede comparar Venezuela y España. No me he vuelto loca. Hay un abismo, y por eso tantos venezolanos vienen a trabajar aquí. Pero, por desgracia, reconozco tendencias. La prepotencia presidencial, el deterioro institucional y la actitud apática de la ciudadanía, que en lugar de unirse se crispa y deja el terreno de juego para disfrute de las clases extractivas, es decir, de los políticos.
“Probablemente, si apareciera un nuevo Chaves, volvería a ganar las elecciones, a pesar del desencanto de tantos partidarios, de un grueso de la izquierda”, comenta Oropeza. “¿Qué incentivo necesitaría el pueblo venezolano para reaccionar?”, le pregunto.
"Sería maravilloso aprender la facilidad con la que se arruina una economía y lo difícil que es recomponerse"
La conclusión es muy dura: comer.
Un tratamiento médico anticonceptivo cuesta al mes casi la mitad del salario mínimo. En las zonas agrícolas y ganaderas empobrecidas muchas familias no llevan a sus niños a la escuela. La corrupción y los demás vicios alimentados por la frustración y la desesperanza están a la orden del día. Se sobrevive a duras penas. Y esa misma población ve a determinados políticos viviendo en el barrio de Salamanca de Madrid o con fortunas que no se sabe de dónde han salido. Mantenerse firme en tus principios en esas circunstancias es casi heroico.
Así que he regresado a casa reordenando mis pensamientos. La patada institucional es el principio del fin. Pero el empobrecimiento económico no es cosa menor. Porque la miseria dependiente que se consigue con la redistribución estatal de la riqueza aniquila el espíritu empresarial, mata los incentivos y desemboca en esa apatía generalizada de quien se ha acostumbrado al reparto arbitrario de la nueva clase despótica de políticos iluminados.
Llegados a esa situación, es muy difícil remontar y para hacerlo hay que devolver la libertad a los mercados, desregular, regenerar la red empresarial, reivindicar el lucro y permitir que la gente mejore su situación a su antojo.
¿Y por qué no aprendemos a no dar pasos en la mala dirección? ¿Por qué no frenamos ese relato acerca del egoísmo supuestamente instaurado entre quienes quieren ganar más y no menos? ¿Por qué no somos sinceros y reconocemos que no es más egoísta el ciudadano en el ámbito privado que en el público y que no hay superioridad moral de los políticos de izquierdas (ni de derechas)?
Para el 2023 estaría bien fomentar con el ejemplo las virtudes individuales (como la generosidad) que no se implantan por decreto, sin que ello implique dar carta blanca a ningún gobernante para que extraiga riqueza de quienes la generan (empezando por los sufridos autónomos) con las excusas de siempre (sanidad y educación) cuando sabemos el chorro de euros que se van por el desagüe de los diferentes chiringuitos, pagos de favores electorales y puertas giratorias.
Estaría bien plantearse qué hay que hacer para que España sea tierra de inversores nacionales, de ahorradores a los que les merezca la pena arriesgar aquí porque hay seguridad jurídica, porque hay expectativas de beneficios y seriedad en el gobierno, sin importar su color. Y que, además, sea un país atractivo para los inversores internacionales, de manera que nuestras empresas florezcan.
Sería maravilloso aprender de Venezuela y de otros países, como Perú, la facilidad con la que se arruina una economía y lo difícil que es recomponer ese desastre; lo rápidamente que cierran las empresas, o se van a lugares más amables, y lo difícil es que vuelvan a confiar y abrir de nuevo en tu nación.
Es desesperante mirar los debates económicos patrios, que muchas veces se ciñen al partido que quieres que gane, y en los que echo en falta una búsqueda real de soluciones osadas, sin filtro de Instagram. Necesitamos menos maquillaje estadístico en un sentido u otro, y más conciencia de hacia dónde no queremos dirigirnos. En estos últimos días del 2022 comparto un aprendizaje personal: de cada uno depende hacer que una desgracia sea una oportunidad, un trampolín que te catapulte a una mejora real y duradera. Ojalá aprendamos todos. Feliz 2023.