La naturaleza económica de la empresa y el rol del empresario es una de las ramas de la economía que más me interesan desde que, mientras cursaba los estudios de doctorado, uno de mis profesores, que hoy es un buen amigo, Manuel Santos Redondo, presentó su tesis doctoral sobre el empresario en la Historia del Pensamiento Económico.
Gracias a él conocí los trabajos de Oliver Williamson, que mucho después le valdrían un Premio Nobel, o el libro de Louis Putterman La naturaleza económica de la empresa. Al cabo de unos años, yo misma daba clase de una asignatura diseñada por mí, una de cuyas partes consistía, básicamente, en el programa de investigación del profesor Santos Redondo, y la otra parte era un análisis de la evolución organizativa de la empresa en la historia, a partir de los modelos empresariales de Estados Unidos, Alemania, el Reino Unido y Japón.
Uno de los aspectos que más me llamaron la atención entonces es el que los diferentes pensadores, desde Francis Hutcheson y Adam Smith hasta Berle y Means, Hayek, Douglass North o Eugene Fama, se preguntaran qué justificación moral puede tener el beneficio del empresario. ¿Qué rol o tarea desempeña que merezca esa retribución?¿Es estrictamente la labor de vigilancia del lugar de trabajo? ¿Se trata del esfuerzo de organizar los factores de producción para conseguir un bien demandado por los consumidores? ¿Es, más bien, la remuneración por soportar la incertidumbre? ¿El premio por una correcta toma de decisiones? ¿O la elección de un buen tomador de decisiones o manager?
A partir de estas y otras preguntas y sus respuestas aprendí, y sigo aprendiendo, a perfilar quién es el empresario, cómo ha evolucionado su papel, a medida que la empresa lo ha hecho y su organización interna se ha vuelto más sofisticada, y qué características debe tener este personaje tan clave en el crecimiento económico y la generación de riqueza.
Este viaje al pasado viene al caso porque en esta semana se han producido dos hechos que ponen sobre la mesa el relato funesto sobre el empresario que se intenta transmitir a la sociedad española. Por un lado, un miembro del Gobierno ha insultado a uno de los empresarios más exitosos de España.
Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, le ha calificado como “capitalista despiadado” y le ha acusado de "estar haciéndose de oro a costa de la crisis económica derivada de la guerra de Ucrania”.
"Roig ha sabido levantar y mejorar la empresa familiar fundada por sus padres y situarla en el ranking de las empresas destacadas en España"
Juan Roig es el hijo y hermano de empresarios, que ha sabido levantar y mejorar la empresa familiar fundada por sus padres y situarla en el ranking de las empresas destacadas en España. Además ha sido galardonado con el Premio Principe Felipe a la Excelencia Empresarial. Mercadona vende a 5,2 millones de familias entre España y Portugal, ofrece trabajo a casi cien mil personas en ambos países y su contribución a las arcas del Estado es de casi dos mil millones de euros, según los datos disponibles del año 2021. No parece muy despiadado y sí muy emprendedor.
[Desmontando a Belarra: los costes de Mercadona merman su beneficio]
El otro hecho es el discurso de Antonio de la Torre, uno de los alumnos agraciados por la Universidad Complutense como Alumno Excelente, en el que atacaba a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, también galardonada, afirmando: "Para mí, la libertad es tener los recursos necesarios para pensar y estudiar en libertad. La gente que hace patria son los trabajadores públicos, los docentes y los trabajadores de la sanidad pública”.
De nuevo, el secular enfrentamiento entre el sector privado y el sector público, y el cuestionamiento implícito de que las universidades y colegios privados, por un lado, y los hospitales privados, por otro, funcionen con criterios empresariales. Como si los criterios empresariales fueran la ley de la jungla. La realidad nos dice que son las universidades públicas se nutren en un 70% de dinero de los contribuyentes, y entre ellas, la Universidad Complutense es de las más manirrotas, como demuestra que el Tribunal de Cuentas de Madrid le haya llamado la atención por opacidad en su presupuesto.
"La realidad nos dice que son las universidades públicas se nutren en un 70% de dinero de los contribuyentes"
¿Es más ético el comportamiento de un médico en un centro de salud público que el del mismo médico en una consulta privada? Si fuera así, es decir, si asumiéramos que la misma persona queda revestida de un halo de moralidad por el mero hecho de trabajar en el sector público, entonces estamos desaprovechando las habilidades empresariales de Juan Roig quien como ministro o presidente sería capaz de levantar la economía española y de asegurarnos un puesto excelente entre los más avanzados de la Unión Europea.
¿Qué pasa en España que no se valora el esfuerzo del empresario, siendo un país de pymes y microempresas? La respuesta nos lleva a la historia económica empresarial. Tradicionalmente, somos un país de empresas familiares; de haciendas o de pequeñas explotaciones agrícolas familiares. Eso quiere decir que, cuando los hijos se han ido a estudiar, y han decidido prosperar, la empresa ha quedado en manos ajenas o ha desaparecido.
Además, en nuestra cultura empresarial está la dependencia del poder político, con todo lo que implica: privilegios a dedo, opacidades y barreras a la competencia. Y ello, a su vez, trae consigo poca competitividad, trabas a la innovación y muchas cosas más que la historia económica de nuestro país nos muestra con insistencia.
¿Qué significa que un empresario tiene beneficios? Que acierta en algo. Ojalá las empresas públicas tuvieran beneficios. Ojalá que, en los presupuestos del gobierno, los ingresos fueran muy por encima de los gastos.
¿Alguien puede imaginar una empresa con la deuda que tiene nuestra nación? O por no extrapolar tanto, ¿alguien puede imaginar una empresa en pérdidas, como la mayoría de las empresas públicas, mantenida artificialmente en el mercado? Sería una situación bizarra como pocas y nos preguntaríamos quién es el idiota que se empeña en sostener semejante agujero negro.
Por eso reivindico los beneficios empresariales, justificados por tantos pensadores con una mirada ética, como la señal de que algo se está haciendo bien. Y por eso, exijo que los gobiernos actúen movidos por esos criterios de racionalidad con la que obran la mayor parte de los empresarios de bien.