Bastantes economistas augurábamos una depresión para la economía europea y la española para este año. Se calculaba que el último trimestre de 2022 y el primero de 2023 tendrían decrecimientos del PIB. En España sobre el -0,2% cada uno de ellos.
Si hubiera ocurrido, si en dos trimestres seguidos hubiera habido decrecimiento, se hubiera podido hablar de recesión técnica; que unida a una subida incontrolada de precios, se hubiera podido calificar de estanflación.
No se ha dado esta situación. La economía española parece resistir el embate de las subidas del coste de suministros, la inflación y el aumento de los tipos de interés.
Hay, al menos, tres razones para esta resistencia. El mantenimiento de la circulación monetaria, el buen comportamiento del sector exterior (exportación y turismo) y el enriquecimiento del Estado vía inflación y fondos europeos.
A pesar de las reiteradas subidas de tipos de interés hay dinero para el consumo interno. Más de 16 millones de ciudadanos reciben mensualmente ingresos procedentes de las Administraciones públicas: 9 millones de pensionistas, con ingresos aumentados en el IPC; 3 millones de empleados públicos, con aumentos conseguidos por los sindicatos; 2 millones de parados vía prestación o subvención por desempleo; 1 millón de subvencionados varios (Renta Mínima Vital y otras modalidades).
Más de 16 millones de ciudadanos reciben mensualmente ingresos procedentes de las Administraciones públicas
Todos reciben cantidades de forma mensual y esperan seguir recibiéndolas. Por tanto, su propensión al ahorro es pequeña y al gasto alta. Gasto en parte en ocio. De ahí la imagen de vacaciones. Fines de semana, puentes y semanas santas, ferias de abril y San Jordi con hostelería y hotelería con porcentajes de ocupación altísima. No hay mucho para ahorrar, pero tampoco hay la sensación de que sea necesario, dado que se espera recibir regularmente ese ingreso.
Mientras, los salarios del sector productivo no suben tanto como la inflación. Eso aumenta los beneficios empresariales, que junto al efecto expansivo del gasto de estos 16 millones largos, crea ocupación y un número de afiliados a la seguridad social que supera los 20 millones largos.
Además, el sector exterior se comporta de manera positiva. Las exportaciones se mantienen. Los precios de nuestros productos suben lo mismo o menos que otros países competidores que también tienen inflación. La misma o mayor y, por tanto, siguen siendo competitivos.
A ese sector exterior se une el turismo extranjero. El deseo de superar el aislamiento de la pandemia acerca sus ingresos a antes de la pandemia. No supera el número de visitantes. Pero, por efecto de la inflación, gastará más.
Los salarios del sector productivo no suben tanto como la inflación.
La inflación en alimentos (cercana al 15%) podría desincentivar este turismo, sino fuera porque en sus países de origen y en los demás competidores (Marruecos por ejemplo) también se produce. Por tanto, a la corriente monetaria de los más de 16 millones dependientes de las Administraciones públicas se le une la procedente de la exportación y el turismo exterior.
Los 16 millones pueden recibir este el dinero porque la Administraciones públicas tienen muchos ingresos procedentes de unos impuestos inflados por la inflación (IRPF e IVA).
Se calcula que son más de 30.000/40.000 MM de euros anuales. También por el mayor endeudamiento público (cada año se superar la cifra, superando el billón y medio de euros). Los fondos europeos de Next Generation aumentan más la liquidez del Estado (Administración central, autonómica y local están ricos). Con ella riegan de dinero empresas e instituciones.
Porque las vacaciones fiscales europeas, laxas en deuda y déficit público lo hacen posible.
Todo este dinero produce inflación. Pero también alegría en el consumo interno y el sector y turismo exterior. No hay sensación agobio y la ministra de economía puede hablar del “milagro económico español” en círculos internacionales. Las proyecciones de crecimiento estarán entre el 1,5 y el 2,0% del PIB (nada mal a nivel internacional).
Sin embargo es una economía con pies de barro. No aumenta la productividad y las cuentas públicas son peligrosas. La pregunta es: ¿que pasará cuando la inflación baje, aún se mantengan los tipos de interés altos, y vuelva la austeridad a las instituciones europeas?
Es posible un desplome de todo este tinglado. Habrán que preverlo ¿Pero que Gobierno lo hace en un año electoral?
** J. R. Pin Arboledas es profesor del IESE