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La tribuna

El misterio de la inflación en Argentina

28 septiembre, 2023 03:10

La inflación es un fenómeno económico que algunas veces puede obedecer a causas monetarias. Pero ese no resulta ser el caso de Argentina. Bien al contrario, la tendencia ya crónica y estructural de la economía argentina a presentar tasas de inflación significativamente superiores a las del resto de los países de Sudamérica - excepción hecha de Venezuela- , simplemente, no tiene nada que ver con que el Barco Central de la República padezca una afición compulsiva, patológica e irreprimible a crear pesos y más pesos de la nada.

De hecho, si de algo se podría acusar al banco emisor sería de justo lo contrario, de mostrarse mucho más tímido y timorato que el BCE, la Reserva Federal o el Banco de Japón a la hora de ampliar la base  monetaria; pero muchísimo más tímido y timorato que todos ellos.

En lo que llevamos del siglo XXI, el Banco de Japón ha creado diez veces más dinero que el Banco de Argentina, diez veces más. Y otro tanto cabría constatar en las respectivas comparaciones con el Banco de Inglaterra, la Reserva Federal o el BCE, entidades emisoras que también han creado en idéntico periodo muchísimos más dólares, libras y euros que pesos nuevos los argentinos.

Por ese lado, pues, el de la emisión monetaria, mal podrían ir los tiros. Javier Milei, el doctrinario austriaco que encabeza las encuestas para presidir el país, ofrece, como todos los grandes demagogos que en el mundo han sido, una explicación muy sencilla para un problema, ese de la subida constante de precios que desquicia hoy a los argentinos, complejo. 

Así, a decir de Milei, la respuesta a por qué en Argentina pasa lo que pasa con los precios sería tan simple como que todos los gobernantes que fueron desfilando por la Casa Rosada a lo largo de las últimas décadas, todos, uno tras otro, se habrían dedicado de modo frívolo e irresponsable al peligroso deporte populista de financiar un desmesurado gasto público, casi todo él clientelar y deficitario, con cargo a constantes emisiones de nuevos pesos sin respaldo por parte del Banco Central.

En lo que llevamos del siglo XXI, el Banco de Japón ha creado diez veces más dinero que el Banco de Argentina

En consecuencia, el déficit enorme alimentado por una casta política corrupta y parasitaria sería el causante en última instancia de la desquiciada situación económica que ahora mismo padece el pueblo argentino. 

El relato suena convincente. Acaso la única pega que se le podría objetar es que resulta ser falso. Y es que es falso. Porque cualquiera que repase las series estadísticas históricas que reflejan los episodios de inflación en ese país austral puede observar que, en efecto, Argentina ha sufrido grandes estallidos inflacionarios e hiperinflacionarios en contextos en los que se daban grandes déficits de su hacienda estatal. El problema para la sencilla teoría de Milei es que Argentina también ha padecido episodios inflacionarios e hiperinflacionarios inscritos en entornos en los que no había un gasto público excesivo, como tampoco un nivel de déficit demasiado grande. 

Ocurre, sí, que Argentina consigue presentar altísimas tasas de inflación con grandes déficits públicos y sin grandes déficits públicos. De lo cual procede inferir que el gasto público no tiene nada que ver con las recurrentes escaladas del nivel general de precios en el país. ¿Y por qué tal cosa sucede siempre justo ahí, en Argentina, y no en otros rincones del subcontinente? ¿Por qué Argentina parece poseer, con permiso de la actual Venezuela bolivariana, el monopolio de la inflación desbocada y permanente? Porque la inflación argentina encuentra su origen profundo en la ineficiencia de su sistema productivo, pero tal lacra constituye un rasgo común al resto de Sudamérica.

Por ese lado, no habría grandes diferencias en relación a los demás países de su zona. Como a tantos, la ineficiencia les obliga a efectuar periódicas devaluaciones del peso con el propósito de intentar obtener una competitividad internacional que de otro modo les resultaría imposible alcanzar. Ahora bien, las devaluaciones competitivas llevan asociado el efecto secundario de provocar subidas de precios internas por culpa del encarecimiento de los bienes importados que consume la población. A esos efectos, la devaluación resulta siempre sinónimo de subidas de precios.

Pero, como ya se ha dicho, tal treta, devaluar para tratar de exportar más, remite a algo que vienen haciendo muchos, no sólo Argentina, desde tiempo inmemorial. Nada de especial habría en el caso argentino, pues. Por su parte, los economistas argentinos de izquierda señalan a los oligopolios locales que controlan los principales sectores productivos del país como culpables de esa tara identitaria de su economía nacional. Pero no parece una conjetura teórica demasiado sólida.

La inflación argentina encuentra su origen profundo en la ineficiencia de su sistema productivo

A fin de cuentas, en Alemania o en Estados Unidos, dos de las economías principales de Occidente, sus respectivos oligopolios autóctonos poseen bastante más peso, lo que significa poder de mercado, en los sistemas productivos. Y sin embargo, ni Alemania ni Estados Unidos se caracterizan históricamente por sufrir constantes brotes de inflación desbordada.

Mas volvamos a las series estadísticas a largo plazo. Porque ahí, y en un intervalo tan amplió como el que va desde 1948 hasta el presente, se aprecia una correlación intensa entre las sucesivas devaluaciones del peso y los procesos inflacionarios posteriores. Aunque, si Milei estuviera en lo cierto, eso no podría haber sucedido. Recuérdese que, según él, la culpa de la inflación la tiene en exclusiva la famosa maquinita de hacer billetes.

Pero resulta que, durante los últimos 75 años, no consta ninguna correlación estadística significativa entre las nuevas emisiones de billetes por parte del Banco de Argentina y los inicios de procesos inflacionarios.

Entonces, ¿cómo entender el caso argentino? Pues reparando en algo único que distingue a ese país de todos sus vecinos, a saber: el gran poder de sus sindicatos, en particular la CGT peronista. Y es que ese notable poder de negociación sindical consigue que los sucesivos procesos inflacionarios originados por las devaluaciones del peso no se traduzcan de modo automático en pérdidas de poder adquisitivo para los salarios. Algo, esa resiliencia salarial, que es respondido por norma con ulteriores subidas de precios por las empresas, siempre con el objetivo de conservar sus niveles previos de beneficios.

Una espiral retroalimentada, la que genera esa lucha entre empresas y asalariados por intentar cargar a la otra parte con el coste inevitable de la devaluación, que acostumbra a terminar provocando otra nueva devaluación adicional, la vía de escape que el Gobierno suele encontrar para, como siempre, intentar ganar competitividad externa. Y vuelta a empezar. Hasta el colapso.

*** José García Domínguez es economista.

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