Benjamin Netanyahu

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La tribuna

El coste económico de las guerras regionales

27 octubre, 2023 02:44

Como señalaba Cicerón, “El dinero es el nervio de la guerra”. Lo primero que hay que pagar en un conflicto bélico son los soldados y las armas. Pero, eso sólo supone una pequeña parte del coste de una guerra, incluso aunque estés a miles de kilómetros. Hace unos días, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, se dirigía a los norteamericanos desde el despacho Oval, “solicitando” 100.000 millones de dólares para la financiación de la Guerra en Ucrania, para ayudar a Israel y, también, para reforzar las fronteras estadounidenses y proporcionar armas a Taiwán.

Formalmente, de todas estas situaciones, sólo hay una guerra en Ucrania. De hecho, para Rusia sólo hay una “operación militar especial”. Pero, en el caso ruso, no se declaró la guerra para intentar el factor sorpresa en la invasión, sin mucho éxito, y también para no proceder a una movilización general.

Aun así, todos sabemos, y Putin también, que en Ucrania hay una guerra. Por el contrario, Israel fue atacado en su territorio por los terroristas de Hamas, y de momento, no está en guerra. Sin embargo, Israel sí ha procedido a movilizar 300.000 reservistas; además de haber bloqueado y bombardeado Gaza. Aquí estamos muy peligrosamente cerca de la guerra, pero sí que está claro que Taiwán no está en guerra.

Comenzando por el primer teatro, el de la guerra abierta, resulta bastante evidente que Ucrania no podría continuar su defensa si se interrumpiese la ayuda occidental en armas, equipos, medicinas… El principal proveedor es Estados Unidos. Por eso, Biden solicitaba 60.000 millones de dólares adicionales al Congreso para que Ucrania pudiese seguir defendiendo su territorio.

Esto resulta obvio para cualquiera, pero muchos republicanos, incluyendo el expresidente Donald Trump, no están de acuerdo. De hecho, consideran que se ha mezclado la ayuda a Israel, el reforzamiento de las fronteras, e incluso la ayuda a Taiwán, cuestiones más populares sobre todo entre los republicanos, para conseguir estos fondos para Ucrania.

Resulta bastante evidente que Ucrania no podría continuar su defensa si se interrumpiese la ayuda occidental en armas, equipos, medicinas...

Esto tiene algo de cierto, pero la ayuda norteamericana se enfrenta a desafíos a corto y a medio plazo. Para aprobar cualquier presupuesto, cualquiera, en Estados Unidos hay que obtener la mayoría de la Cámara de Representantes, del Senado y luego que lo ratifique el presidente. Ahora mismo, la Cámara no tiene Speaker (literalmente portavoz, pero en realidad presidente) y no puede tomar acuerdos.

El Gobierno norteamericano no cerró porque la última cuestión que sometió el anterior Speaker, Kevin McCarthy, fue una prórroga del presupuesto, de la que se excluyó, precisamente, la ayuda a Ucrania. Esto le costó el puesto a McCarthy, y de momento no hay sustituto. El planteamiento del ala más radical de los republicanos, bastante aislacionista, es que, si se corta la financiación a Ucrania, esto obligará a Zelenski, a sentarse en una mesa de negociación con Putin.

En las próximas elecciones, los republicanos podrían seguir controlando la Cámara de Representantes, tomar el control del Senado, o incluso volver a la presidencia con Trump, que está por delante en las encuestas en los denominados swing states o estados veleta, que acaban decidiendo las elecciones. La razón de que esto ocurra es que muchos norteamericanos consideran que la economía iba mejor con Trump. Es cierto que las quejas se deben a una inflación, y también a la imprescindible consecuencia de la subida de tipos de interés, que causó la pandemia.

Pero, probablemente fue la pandemia, y su desastrosa gestión, lo que llevó a que Trump no fuese reelegido. Pero, también se suele olvidar que Trump fue el primer presidente norteamericano desde los años 30 que no inició una guerra. Y sin guerras, la economía iba mejor. Sin embargo, a veces las guerras las inician otros. Eso pasó en Ucrania, y de convertirse en una guerra regional, el detonante en Oriente Medio, no serían ni Estados Unidos ni su aliado, Israel, sino el ataque terrorista de Hamás.

Con todo, un país rico enfrentado a un movimiento terrorista que sólo controla la franja, ¿necesita ayuda militar adicional norteamericana? Recordemos que Israel ha sido, durante décadas, hasta la guerra de Ucrania, el país que más ayuda militar recibe de Estados Unidos. El segundo, por cierto, era Egipto (ahora es el tercero), lo que explica muchas cosas.

Israel ha sido, durante décadas, hasta la guerra de Ucrania, el país que más ayuda militar recibe de Estados Unidos

Pero, la realidad es que esa ayuda militar adicional que Biden quiere comprometer, unos 10.000 millones de dólares, sí resulta imprescindible para poder mantener el esfuerzo bélico. Movilizar cientos de miles de hombres en un país con una población de 9 millones de habitantes, es sumamente costoso. Conviene recordar que, desde la guerra de 1948, todas las guerras de Israel han durado días.

Paradójicamente, es precisamente la ayuda militar y económica norteamericana la que ha hecho que no se haya producido una invasión terrestre inmediata de Gaza; lo que hubiese probablemente ocurrido si Israel se hubiese visto sin apoyos. Una invasión precipitada hubiese supuesto una catástrofe humanitaria, y también enormes bajas entre las tropas israelíes. Ambos riesgos siguen existiendo si se produce una invasión, incluso después de bombardeos y bloqueos.

Por supuesto, queda, además la incógnita de qué querría y/o podría hacer Israel tras la ocupación. Ni Egipto ni Jordania están dispuestos a aceptar refugiados, y el coste económico y humano de una ocupación permanente sería brutal para Israel y para la población palestina. Precisamente por esas razones, Israel se desconectó de Gaza, es decir la abandonó.

Además, el riesgo de que la situación degenere en una guerra regional se incrementará sustancialmente si hay una invasión de Gaza a gran escala. El primer ministro israelí, Netanyahu, ha intentado conjurar esto, amenazado a las milicias pro-iraníes de Hezbollá con un ataque devastador, e incluso, ha prometido cortar “la cabeza de la serpiente”, en una alusión velada a Irán, si esta milicia entra en guerra con Israel.

Israel tiene derecho a defenderse, pero, como en todo hay límites, fundamentalmente los que imponen el Derecho internacional y humanitario. Sobre todo, su seguridad no mejoraría si unos gravísimos e injustificables ataques terroristas, se convierten en una guerra regional. En ese caso, las simpatías y la solidaridad que ha recibido en Occidente, el Estado Hebreo se difuminarían. Entre otras cuestiones, porque una reacción en cadena acaba llevando a Irán y al Estrecho de Ormuz, por donde pasa un porcentaje muy significativo del crudo que se consume en Europa, y también en China.

El riesgo de que la situación degenere en una guerra regional se incrementará sustancialmente si hay una invasión de Gaza a gran escala

La situación actual recuerda a las crisis energéticas de los años 70, desencadenas por la reducción de la producción petrolífera de los países de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), agravada con el triunfo de la revolución iraní. Ahora, Estados Unidos ha pasado de ser el principal importador mundial a ser exportador neto, gracias al fracking. Sin embargo, Rusia, el principal exportador de petróleo a Europa está sometida a sanciones, y China e India consumen mucho más crudo.

Una regionalización del conflicto podría convenir a Irán, aliviándole presiones internas sobre su régimen, y a Rusia, con el inevitable aumento del precio del gas y el petróleo, los dificultaría y encarecería enormemente las sanciones occidentales. Sin embargo, casi todo el resto del mundo se enfrentaría a un shock de oferta, que elevaría la inflación, y reduciría el crecimiento económico (o incluso en muchos países, llevaría directamente a decrecimiento y estanflación).

La situación internacional es complicadísima. Y como vemos, aunque pagar ejércitos y armas sea caro, no es nada comparado con el coste humano y económico, directo e indirecto de la guerra. Es cierto que si un invasor declara una guerra, como ocurre en Ucrania, es mejor ganarla que perderla. Sin embargo, la seguridad ni la economía de Israel, ni la de nadie, mejoran convirtiendo unos ataques terroristas injustificados en una guerra regional.

Por eso, cualquier esfuerzo diplomático para impedir la extensión de la guerra en Oriente Medio es poco. Queda pendiente el otro gran foco de tensión, que también está en Oriente, pero en el lejano Oriente, Taiwán. Allí no hay petróleo, ni tampoco lo hay, pero sí la fabricación de cerca de la mitad de los chips del mundo… Pero ésa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

*** Francisco de la Torre Díaz. Economista e inspector de Hacienda. Autor de “Y esto, ¿quién lo paga?” (Debate 2023).

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