Uno de los peores enemigos de la buena marcha económica es la arbitrariedad. El otorgar privilegios a unos sí y otros no, dependiendo de causas que no son económicamente racionales perturba el comportamiento de los agentes económicos. Y eso es lo que está pasando en Cataluña. En realidad, ya era extraño que no hubieran reclamado un privilegio como el cupo vasco antes. Y, más extraño aún, que no lo hayan reclamado todas las autonomías. ¿Hay regiones de primera y regiones de segunda? Pues, por lamentable que parezca, sí.
Paradójicamente, en el artículo 138 de nuestra Constitución, se establece claramente: “El Estado garantiza la realización efectiva del principio de solidaridad consagrado en el artículo 2 de la Constitución, velando por el establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español, y atendiendo en particular a las circunstancias del hecho insular”, y por si no quedara claro, el siguiente punto reitera claramente: “Las diferencias entre los Estatutos de las distintas Comunidades Autónomas no podrán implicar, en ningún caso, privilegios económicos o sociales”.
Sobre la base del primer punto, se creó en 1980 el Fondo de Compensación Interterritorial, cuyos beneficiarios entre 1984 y 1990 eran todas las regiones españolas, pero que a partir de 1991, transfería recursos solamente a las regiones necesitadas. Personalmente, como partidaria que soy de la responsabilidad fiscal, creo que se debería dejar que cada autonomía asumiera los ingresos y los gastos regionales, de manera que en las elecciones autonómicas y locales no se votara al candidato que más pudiera sacar del Estado, sino al que mejor gestionara de verdad. Todo ello sin perjuicio de que los españoles financiáramos aquellos servicios comunes como el ejército o la justicia de manera centralizada.
Puedo entender a quienes opinan justo lo contrario: que debe centralizarse la mayoría de los servicios públicos y, por tanto, también la gestión fiscal. No lo comparto pero lo puedo entender.
Lo que me parece de todo punto incoherente es regionalizar los ingresos y nacionalizar los gastos, o reclamar ayuda cuando se te va la mano. Esa propuesta genera todo tipo de incentivos perversos. Los presidentes autonómicos deberían tener razones para manejar la balanza fiscal con responsabilidad y prudencia.
Los presidentes autonómicos deberían tener razones para manejar la balanza fiscal con responsabilidad y prudencia
¿Qué proponen los independentistas catalanes? El cupo vasco más ser responsables del 100% de la recaudación. Imagino que para los ciudadanos catalanes que hayan comprado el discurso de “Madrid ens roba” tiene todo el sentido. Solo que Madrid no roba a nadie. Ni Extremadura o las regiones receptoras de fondos roban. Es un precepto constitucional que las regiones a las que les va mejor transfieran fondos a aquellas a las que les va peor. Y de hecho, Madrid es de las que transfiere, no de las que recibe.
Mi rechazo a precepto de solidaridad interregional se explica porque no hay regiones a las que les va peor sin más. Hay regiones mejor gestionadas y peor gestionadas. Y ayudar a las regiones que votan a los peores gestores no me parece la mejor opción para solucionar el problema.
Me parecería bien que se aceptara la reclamación de Cataluña para todas las Comunidades Autónomas que voluntariamente lo eligieran. Todas las que quisieran con el cupo vasco y el 100% de la recaudación transferida. Todas con las mismas reglas de juego. Y a competir fiscalmente. Lo que no es de recibo es que, en este proceso, que no es otro más que la independencia a cámara lenta de Cataluña, se pase por privilegiar a unos ciudadanos frente al resto. Si se les concede el 100% de la recaudación, se les debe conceder también que asuman el 100% de los gastos, y que reciban del Estado central un porcentaje de servicios comunes proporcional al cupo que se calcule. Ni un euro más. Y que se apañen.
Lo más sorprendente es que la izquierda que nos gobierna, maniatada por los independentistas precisamente para poder mantenerse en el poder, está abandonando los principios básicos de la izquierda de toda la vida, como es la solidaridad, a cambio de aceptar un chantaje (otro, en realidad), y que se inscribe en las propuestas nacionalistas más dañinas y repudiadas de la historia. El nacionalismo, que parecía haber desaparecido tras su emergencia en el período entre guerras, vuelve por medio de una amnistía escandalosa, la desaparición del delito de sedición, la impunidad del despilfarro de 417 millones de euros, y la aceptación de todo tipo de exigencias, desprecios, y chulería de ERC y de Junts.
Porque no es que Sánchez ceda para gobernar. Sánchez cede para no gobernar. Su gestión del gobierno, desde su “no victoria”, ha consistido en apagar los fuegos que han ido encendiendo los independentistas, en su afán por medir el servilismo y el ansia de poder de Sánchez. Nadie en el gobierno cuestiona al líder. Simplemente siguen la consígnate debilitar a la oposición, señalar a su principal enemiga, Díaz Ayuso, provocar reacciones que delaten el débil liderazgo de Feijóo y lanzar su arsenal de bombas de humo que oculten la no gestión, la corrupción, los chanchullos y la subordinación a los independentistas.
El nacionalismo, que parecía haber desaparecido tras su emergencia en el período entre guerras, vuelve por medio de una amnistía escandalosa
Fueron los autores Daron Acemoglu y James Robinson quienes, en su libro Por qué fracasan los países ( Deusto, 2012), crearon y popularizaron el término “élites extractivas” definidas como "un sistema de captura de rentas que permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la población en beneficio propio”. Si bien un país gobernado por élites extractivas puede disfrutar de cierto bienestar económico, éste será siempre temporal, y dependerá de la habilidad de las élites para mantener políticas económicas sensatas. Pero cuando la “extracción” de rentas para permanecer en el poder, no es ya simplemente un modo de vida, sino la escalera hacia el cielo del poder político, y quien lidera el viaje es un narcisista patológico, entonces tenemos un enorme problema.
¿Hay salida? Según los autores, sí: romper el molde. Pero, ¿qué hacer cuando quienes tienen que articular leyes para romper el molde son a quienes beneficia la existencia del mismo? ¿Qué partido o coalición de partidos renunciará a esa forma de vida, por el bienestar de los ciudadanos, a quienes sirven?
Los ciudadanos catalanes no van a vivir mejor en un país independiente en el que sus gobernantes ya no tienen nadie a quien sacar dinero, excepto a ellos. Por eso soy partidaria de la independencia súbita, opuesta a esta desafección lenta que nos sangra a todos. Y que cada palo aguante su vela.