“Don’t want to find out, just want to get out” Klaus Meine.
La desinformación y los bulos pueden darse, y como se desactivan es con más libertad de prensa, un pilar esencial de una democracia liberal. Como no se ataca la desinformación es con intervencionismo estatal. El riesgo de desinformación, cuando los medios los controla el Estado, es del 100%.
La peligrosa deriva totalitaria de Sánchez tras su periodo de reflexión nos muestra dos cosas: que no ha reflexionado y que se ha endiosado.
El presidente ya ha asumido el ridículo concepto de lawfare. Y, ¿qué es eso de lawfare? Es la excusa que usa el Gobierno y sus socios para exigir impunidad y una justicia sumisa.
Es todo tan ridículo que los partidos que repiten sin cesar que los jueces están confabulados contra su inmaculada coalición, se vanaglorian después de que esos jueces han desestimado denuncias y causas contra ellos.
El riesgo de desinformación, cuando los medios los controla el Estado, es del 100%
Es intolerable que se use el caso de Mónica Oltra para cargar contra los jueces, cuando ha sido precisamente la justicia independiente la que ha archivado la causa. En vez de reconocer que el sistema judicial funciona, y pedir que la justicia sea más rápida y que se defienda la presunción de inocencia, lo que exigen es que los jueces estén controlados y maniatados por el poder político. ¿Por qué? Pero el objetivo no es evitar el escarnio por causas no aclaradas, sino acaparar la justicia para atacar al adversario y exigir impunidad para ellos.
Lo mismo ocurre con la prensa. Si al presidente y al Gobierno les preocupasen la desinformación y los bulos, pedirían más libertad de prensa. Hoy, gracias a la diversidad de medios y la libertad, cuando sale una información incorrecta o fuera de contexto, hay decenas de medios que lo rebaten. Imaginen por un momento si la información estuviera limitada hoy a RTVE y el medio favorito del Gobierno. El NODO de Franco parecería el Daily Telegraph en comparación.
Sánchez no quiere combatir los bulos. Lo demuestra porque jamás critica las mentiras de la prensa afín y también al soltar una falsedad de tamaño sideral sobre Feijóo el mismo día en el que nos anuncia que ha reflexionado sobre la importancia de evitar la desinformación y la mentira. Y lo repitió dos veces. "El señor Feijóo ha dicho textualmente que lo que debería haber hecho mi mujer es quedarse en casa sin trabajar" es una falsedad, es precisamente el ejemplo perfecto del uso de los principios de la propaganda para desviar la atención y calumniar.
Yo mismo sufrí el uso por parte del presidente de la mentira como arma política. Durante cuatro días él y sus ministros repitieron una y otra vez que yo había propuesto recortar las pensiones un 40% cuando era una mentira que había sido desmontada por todos los medios, incluso La Sexta. Daba igual. El objetivo era calumniar y destruir al adversario desde la falsedad, nunca desde el debate de ideas.
El presidente ha hecho suyos los once principios de la propaganda y ya se dedica casi exclusivamente a aplicarlos.
El objetivo no es evitar el escarnio por causas no aclaradas, sino acaparar la justicia para atacar al adversario y exigir impunidad para ellos
Principio de simplificación y enemigo único. La galaxia ultraderechista internacional que le ataca a él por ser el más progresista, aunque pacte con la “ultraderecha xenófoba” (sus palabras de 2016) de Puigdemont.
Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los errores propios, respondiendo con el ataque. Acusa de bulos y se dedica a difundir mentiras sobre los rivales. En el mismo día, Más Madrid y Sumar volvían a atacar a Ayuso con mentiras ya desmentidas y acusaciones falsas.
El más peligroso es el principio de desfiguración. Usa anécdotas, como un titular equivocado, para convertirlas en una amenaza estatal. A la vez, ignora los titulares equivocados sobre personas de la oposición. Así, ha convertido su reacción victimista e irresponsable ante una denuncia sobre su mujer en una cruzada contra la prensa libre y los jueces.
Sánchez exige impunidad y silencio a la prensa mientras habla de desinformación soltando bulos en vez de aprovechar para demostrar con transparencia y lujo de detalles la supuesta falsedad de las acusaciones vertidas.
Sánchez no quiere una democracia liberal con contrapesos y límites al poder y la estrategia es muy simple.
Sánchez exige impunidad y silencio a la prensa mientras habla de desinformación soltando bulos en vez de aprovechar para demostrar con transparencia
Sánchez se presenta como víctima. Sumar propone leyes para controlar a jueces y medios copiados directamente de Maduro o Kirchner. El PSOE lo estudia. Imponen el 50% de lo que exigía sumar y, en poco tiempo, los ciudadanos han sufrido otro recorte de libertades mientras se creen que aquí no ha pasado nada.
Paso a paso, vemos cómo se están imponiendo mayores ataques a las libertades y la propiedad privada.
En las comidas y cenas todo el mundo se indigna, y espera que la Unión Europea actúe como el que espera a Godot. Y no va a ocurrir.
Si los ataques a la libertad de prensa y a los jueces que hemos visto estos meses, y especialmente esta semana, se hubieran dado en Hungría, Italia o Polonia, tendríamos una reacción unánime de los medios alertando sobre la deriva totalitaria del gobierno. Sin embargo, Sánchez sabe que las derivas totalitarias se toleran siempre que uno se cubra con el manto de la progresía. Sánchez sabe que puede sobrepasar todos los límites e instaurar un sistema peronista y clientelar sin que haya respuesta más allá de unos cuantos titulares en la prensa local.
La destrucción del Estado de Derecho siempre ocurre por inacción de los que pueden evitarlo. Las personas que pueden evitar la instauración de un peronismo español en el que desaparezcan los contrapesos al poder no hacen nada. Todos se quejan pensando “alguien debe hacer algo” y nadie hace nada. Y así se va a aprobar una ley de medios y un asalto al poder judicial que reducirá aún más la libertad económica y la seguridad jurídica en España.
Sin embargo, Sánchez se ha equivocado al internacionalizar el caso de su mujer. Lo que era un problema nacional de percepción sobre la ética y la estética de la actividad profesional de la esposa del presidente se ha convertido ya en un caso de corrupción en todos los titulares de la prensa anglosajona.
Sánchez ha jugado con fuego. Para él, sus votantes y sus medios afines en España, lo que ha pasado con su mujer es injusto. Para cualquier medio anglosajón, donde vemos constantemente a gente dimitir por usar dinero público para una llamada o equivocarse por un contrato, lo que ha ocurrido entra en el terreno de lo inaceptable para un gobernante.
Todo lo que está ocurriendo puede que mantenga a Sánchez en el poder, no lo dudo. Desafortunadamente, no sale gratis. El precio de la corrupción, venga disfrazada de consenso progresivo para asaltar las instituciones o por malversación directa, es muy alto.
España debería estar en los primeros puestos en seguridad jurídica y estamos a la cola de la OCDE. En el último ranking del Banco Mundial publicado (Worldwide Governance Indicators) España ocupa el puesto 25 de 30 en calidad regulatoria y 23 de 30 en seguridad jurídica. En el Índice Internacional de Derechos de Propiedad (IIDP) que elabora la Property Rights Alliance y publica el Instituto de Estudios Económicos, España está en el puesto 22 de 37 economías desarrolladas.
Todo esto no es irrelevante. Significa menos inversión a largo plazo, menos empleo, menos respeto internacional y menores salarios reales.
Atacar a la independencia judicial es irresponsable y vergonzoso. Poner trabas a la libertad de prensa es intolerable.
Yo he sufrido las calumnias y artículos de destrucción de personalidad con información falsa de medios cercanos a Sánchez y sus socios. La lista de mentiras que se han publicado es interminable. Nunca he pedido que se les “aniquile” como exigían en la manifestación a favor de Sánchez en Ferraz. Nunca he pedido que se les ahogue la financiación. Lo único que pido es que haya más libertad de prensa y que se publiquen las rectificaciones al mismo nivel que los titulares errados. Gran diferencia.
Un país que acepta la introducción de medidas totalitarias contra la libertad de prensa y la independencia judicial porque beneficia a su opción política está aceptando su decadencia y abriendo la puerta a que otro de la opción contraria termine de destruir los contrapesos del estado.
Decía Pablo Iglesias que se había dado cuenta en el Gobierno que el ejecutivo no tiene todo el poder. Claro que no. La democracia no es votar para que el Gobierno pueda hacer lo que le dé la gana. La democracia es tener contrapesos que impidan que el Gobierno haga lo que le dé la gana, aunque tenga la mayoría de los votos.
A todos mis amigos socialistas que están aplaudiendo estas propuestas porque así se perpetuarán en el poder, me gustaría recordarles que el totalitarismo aparece siempre con cara amable y después, a los primeros a los que purga es a los que ven en esta deriva de Sánchez la oportunidad de convertirse en comisario político o beneficiario del intervencionismo. Ustedes mismos.