La Presidencia de la Comisión Europea (CE) y la composición del Colegio de Comisarios va a definir la política europea de los próximos cinco años y, nadie ha de engañarse, buena parte de estas políticas serán aplicadas por los estados miembros. En este contexto, la reedición de la coalición de socialdemócratas, populares y liberales es una pésima noticia si ello significa la continuidad de la agenda desplegada por la CE en el último quinquenio. Ese tripartito ha comprado y aplicado un programa dirigista en lo económico, suicida en lo energético y entusiasta con una Agenda 2030 con una interpretación de signo claramente izquierdista.
Las recientes elecciones europeas han certificado con suma claridad un giro a la derecha. Y a este cambio no puede permanecer ajeno el Partido Popular Europeo (PPE). Este no puede convertirse en el aliado de una izquierda en franco retroceso y asumir su ideario. Von der Leyen simboliza un centro derecha entregado a la gauche. Su impopularidad entre la mayoría de los eurodiputados del PPE es proverbial y su entreguismo a las iniciativas de la “progresía” europea es proteico. Sólo ha mostrado una cierta coherencia con el ideario de su formación en el apoyo a Ucrania en su guerra con Rusia.
En el caso del Partido Popular español, segunda formación con la CDU más poderosa del PPE, su apoyo a Von der Leyen es incomprensible. Durante su mandato ha mostrado un claro alineamiento con el Gobierno social comunista y, esta misma semana, ha sacado a España del Procedimiento de Déficit Excesivo sin ninguna justificación y en una evidente vulneración de las reglas fiscales europeas. Esta decisión sólo tiene una explicación: el deseo de Dña Ursula de comprar los votos de Pedro Sánchez para su candidatura a la presidencia de la CE, ninguneando al PP español que forma parte del grupo político al que ella, se supone, representa.
Von der Leyen simboliza un centro derecha entregado a la gauche. Su impopularidad entre la mayoría de los eurodiputados del PPE es proverbial y su entreguismo a las iniciativas de la “progresía” europea es proteico.
Ante este panorama, la formación liderada por Alberto Núñez Feijóo no puede ni debe permanecer pasiva ni aceptar que quien ha perdido las elecciones europeas en España se convierta en el king maker de la gobernanza de la UE. Ha de hacer valer su peso en el PPE. Y ahora es el momento crucial porque es cuando se decide quien va a regir los destinos de la UE en un momento crítico para Europa en el plano, económico, político y geoestratégico. Los Populares deben tener una estrategia activa en Europa acorde a su posición en el grupo político más numeroso.
Desde esta perspectiva, el Partido Popular podría y debería contribuir a recomponer la estructura política de la derecha europea. En este sentido, lo racional sería promover la articulación de una alianza entre el PPE, el grupo de Conservadores y Reformistas Europeos liderado por Meloni y sumar a ella, si es posible y lo es, a los liberales. Una coalición de esta naturaleza sería coherente con la mayoría salida de las urnas el pasado 9 de junio y permitiría abordar una revisión de la nefasta trayectoria adoptada por la UE en los pasados años, cuyo mantenimiento conduce de manera irreversible a la decadencia del Viejo Continente.
Lo racional sería promover la articulación de una alianza entre el PPE, el grupo de Conservadores y Reformistas Europeos liderado por Meloni y sumar a ella, si es posible y lo es, a los liberales
El proyecto europeo desarrollado en los últimos años por la CE está agotado, no es capaz de abordar los desafíos de Europa y sólo sirve a generar un creciente euroescepticismo en capas cada vez más extensas de la sociedad. La CE se ha transformado en un super Estado tecnocrático, intervencionista y despótico que hace abstracción de la realidad plural de Europa. La idea según la cual es posible crear una superestructura que ignore y desprecie a los estados que la integran es una peligrosa utopía de consecuencias explosivas en el horizonte del medio y del largo plazo.
La conjunción del PPE, de los Conservadores y Reformistas Europeos y de los liberales tiene puntos de convergencia muy potentes: la reducción del poder de la CE, la recuperación del espíritu del mercado único entendido como una zona de librecambio entre estados que compiten y cooperan entre sí, la colaboración en defensa, seguridad y acción exterior, la instrumentación de una política efectiva de inmigración y la preservación de la soberanía nacional sin lesionar la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas dentro de la UE.
Ese programa de “mínimos”, el propio de una estructura confederal competitiva, es mucho más realista y efectivo que el Super Estado deseado por Bruselas. Supone restaurar los principios fundacionales del proyecto europeo desde la creación de la CECA hasta el Mercado Único, un proceso evolutivo de integración a través de las fuerzas del mercado y de cooperación interestatal en la provisión de bienes públicos puros (seguridad, defensa, política exterior) en vez de una transferencia y centralización del poder que es lo que está haciendo la CE.
En este entorno es vital replantearse de manera radical programas como el de transición energética. La descarbonización de la economía europea ha degenerado en una política destructiva de la competitividad, destructora de la industria y lesiva para los consumidores. Las medidas armonizadoras adolecen de un intervencionismo dañino para la competitividad. Las regulaciones impuestas desde Bruselas perjudican la innovación y la productividad. Los ejemplos podrían extenderse hasta cuasi el infinito. La UE es una versión 2.0 del Ogro Filantrópico descrito por Octavio paz.