Esta mañana me he despertado con la terrible noticia del secuestro de mi amiga María Oropeza por la tiranía de Nicolás Maduro. Para la mayoría de ustedes es un secuestro más. Para mí es la desaparición de una mujer a la que admiro desde que la conocí.

Fue hacia el año 2017, cuando ella era una joven veinteañera, recién licenciada en Derecho, en un encuentro de la Fundación para el Progreso de Chile. Ella tomó el camino de la defensa de la libertad en Venezuela de la mano de Maria Corina Machado en el estado de Portuguesa, en la región de Guanaré, donde nació. Y en estos siete años los resultados de su esfuerzo, junto con su equipo, han sido espectaculares. No la frenaron ni sus problemas de salud, ni la dureza de la dictadura de Maduro.

En su último video, denunciaba la llamada “Operación Tun-Tun”: “Esa Operación Tun Tun carece de cualquier argumento jurídico. Lo que realmente estamos enfrentando es la cacería de brujas por parte de un régimen que perdió las elecciones presidenciales contra toda la ciudadanía. (…) El mecanismo no aplica sólo contra los líderes políticos, sino también contra los ciudadanos que fueron ese día a votar, fueron testigos de mesa o asistieron a una manifestación pacífica exigiendo que se respetaran los resultados”. A las horas se presentó un comando de contrainteligencia de Maduro y se la llevó. Todavía tuvo la sangre fría de grabarlo en video para que se pudiera denunciar.

“Están ingresando a mi hogar de manera arbitraria, no hay ninguna orden de allanamiento. Están destruyendo la puerta. Pido rápido ayuda y auxilio a todo el que pueda, yo no hice nada malo ni soy una delincuente, sólo soy una ciudadana más que quiere un país distinto”. Y así, María Oropeza era víctima de la Operación que ella misma denunciaba. 

Tanto Maria Corina Machado como Luis Almagro, secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), han pedido su liberación. Almagro, además, afirmaba que este episodio “se suma al expediente de denuncias de crímenes de lesa humanidad del régimen de Maduro, que lleva más de 1000 detenciones producto de la persecución política”. Me cuesta mucho mantener la esperanza. 

"Lo que realmente estamos enfrentando es la cacería de brujas por parte de un régimen que perdió las elecciones presidenciales contra toda la ciudadanía"

Siempre me llamó la atención las razones que llevaron a María a estudiar Derecho y alguna vez hablamos de ello: “Es como mejor puedo ayudar a mi país”. Ella era una firme defensora del Estado de derecho como base para todo lo demás, es decir, es el paso previo para que exista un sistema político democrático saludable y una economía en crecimiento. Yo le preguntaba si no era más importante asegurar el sustento. Y acababa dándole la razón.

Una dictadura criminal como la de Augusto Pinochet en Chile, además de por la fuerza de las armas, se mantuvo tanto tiempo porque aplicó una política económica que permitió el crecimiento económico y el florecimiento empresarial. Y es más fácil que los ciudadanos miren a otro lado con el estómago lleno que pasando hambre. 

Adam Smith, en su Teoría de los Sentimientos Morales ya destacaba la justicia frente a otras virtudes, por ser la única que se debía imponer como obligatoria. Para Smith, la obligatoriedad de la justicia sólo se hace evidente cuando se viola la justicia, y no cuando se observa. Cuando se comete una injusticia, la empatía y la compasión inherentes a la naturaleza humana, nos lleva a sentir indignación y a “hacer algo” para compensar ese perjuicio. Y no solamente reaccionamos con esa natural indignación cuando nos afecta, sino que también se produce cuando afecta a terceros.

Por eso, en sociedades poco civilizadas la gente se toma la justicia por su cuenta. El resultado es catastrófico. De ahí que, para Smith, sea necesario un sistema de normas y castigos, conocidos y comunes a todos, de manera que se pueda mantener la convivencia pacífica, no importa cuan heterogénea sea la población. Ese es uno de los principios del Estado de derecho: leyes comunes que nos amparen a todos. 

Este fenómeno es el que explica que ninguna virtud se deba imponer, porque solamente se lograría obediencia, y no virtuosismo, excepto en el caso de la justicia, para preservar la paz social. 

Cuando se comete una injusticia, la empatía y la compasión inherentes a la naturaleza humana

María Oropeza tenía razón. Por eso hay que defender la libertad, sin apellidos, no sólo la libertad económica. Porque a menudo nos encontramos lobos con piel de cordero defendiendo libertad en determinadas actividades económicas que les benefician y reclamando regulaciones y restricciones cuando se trata de la competencia. La libertad y el Estado de derecho, que van de la mano, no dependen, o no deberían depender, del lobby al que favorezcan, porque su objetivo no es un colectivo sino los individuos, todos y cada uno de ellos.

Hay que defender la libertad aunque no garantice la prosperidad económica, como principio básico de la dignidad humana. Y, además, resulta que es en ese entorno de libertad en el que se da la prosperidad económica. Me permito reincidir en el ejemplo del Chile de Pinochet, en el que la libertad económica favoreció a gran parte de la población pero no impidió la violación de las libertades básicas de los ciudadanos, para insistir en que no es suficiente la libertad económica. 

Por eso hay que estar con María Oropeza. Porque ella defiende a sus compatriotas para quienes quiere una sociedad amparada en un Estado de derecho, libre de los comandos de detención, paramilitares de Maduro, relacionado en medios internacionales con la red internacional de narcotráfico. 

La impunidad de Maduro, el Hitler del siglo XXI, debería interpelarnos a los ciudadanos occidentales. ¿Podíamos haber evitado la masacre genocida de Hitler? ¿Podemos evitar la caza del ciudadano de Maduro? ¿Vale con mostrar simple “preocupación”? En la era de la información y las nuevas tecnologías, no nos podemos quedar impávidos ante este atropello, hay que exigir libertad y Estado de derecho para todos.