En pleno año 2024, el panorama de la conducción autónoma, una de las fronteras más criticadas y tildadas de imposible por más analfabetos tecnológicos, vive un momento interesantísimo.
En los Estados Unidos, Waymo, la única compañía que por el momento cobra por los desplazamientos de sus vehículos, se ha convertido en una parte completamente normalizada del panorama cotidiano de ciudades como Phoenix, San Francisco, Los Angeles o Austin, hasta el punto que circulan infinidad de historias de parejas que los utilizan como si fueran una habitación de hotel.
En San Francisco, la compañía acaba de anunciar que inicia el despliegue de sus vehículos más allá de la ciudad, en las muchas autopistas que entran y salen de la misma y que se utilizan, entre otras cosas, para ir a los aeropuertos, un desplazamiento muy habitual. Esa expansión del servicio, que comenzará con sus propios empleados y, por el momento, fuera de las horas punta, fue aprobada por el regulador californiano el pasado marzo, y supone un hito fundamental para la progresiva normalización del uso de este tipo de vehículos.
En el otro escenario tecnológico relevante del mundo, China, los vehículos autónomos son protagonistas de un escenario de desregulación cada vez mayor: el Ministerio de Industria y Tecnología del país los incluyó hace tiempo en sus objetivos económicos, lo que ha dado lugar a un clima de tolerancia absoluta y a la concesión de numerosos permisos a gran velocidad. Existen ya despliegues en más de diecinueve ciudades, entre los llamados “robotaxis” y los “robobuses”.
Aparentemente, China está decidida a superar a los Estados Unidos en ese ámbito, que funciona como un auténtico escaparate que evalúa la capacidad tecnológica. Europa, por supuesto, ni está ni se la espera: la regulación es tan profundamente asfixiante, que incluso los vehículos vendidos por Tesla, que se limitan a un cierto nivel de autonomía en forma de ayudas a la conducción que les permite circular con muy escasa intervención humana fundamentalmente por autopista, se han visto obligados a eliminar vía actualizaciones de software prestaciones que ya estaban completamente probadas y funcionando.
En China los vehículos autónomos son protagonistas de un escenario de desregulación cada vez mayor
Mientras, en China hay cinco grandes compañías, Apollo Go, Pony.ai, WeRide, AutoX y SAIC Motor, responsables de despliegues con y sin conductores de seguridad, que en algunos casos alcanzan los más de mil automóviles en funcionamiento. La tecnología avanza a tanta velocidad —como todos los despliegues de inteligencia artificial, su funcionamiento depende sobre todo de la cantidad de datos que son capaces de generar, en este caso dependiente del número de kilómetros recorridos por la totalidad de la flota— que empieza a generar cada vez más miedo entre los más de siete millones de conductores de transporte de viajeros que hay en el país.
En China, los taxis son extremadamente baratos, y ser taxista es un oficio sumamente humilde asumido generalmente por las clases más bajas con escaso nivel cultural. Eso genera que, en muchas ocasiones, sea muy difícil entenderse con conductores que únicamente hablan dialectos locales del idioma y ninguna lengua extranjera, y de ahí que para moverse por la ciudad sea recomendable utilizar apps de traducción para mostrar nuestro destino, mostrar una tarjeta de visita o la página web de nuestro destino, o pedir en el hotel que nos escriban nuestro destino en un papel.
Para esos conductores, la amenaza de la sustitución tecnológica se ve como el equivalente a sentenciarlos, a ellos y a sus familias, a pasar hambre. Algunos, de hecho, dicen que ese factor es el que podría provocar que el gobierno, preocupado por esos efectos secundarios de la tecnología, diese marcha atrás en su política de tolerancia.
Pero la tecnología no se detiene: una vez obtenida la microcartografía detallada de una ciudad, los vehículos autónomos pasan a depender únicamente de su actualización, que no es sencilla —incluye desde posibles obras en la calzada, desvíos provisionales, operaciones de limpieza o mantenimiento, etc. hasta la aparición de posibles baches— pero tampoco es imposible. Y de hecho, la eficiencia y la seguridad de estos vehículos se ha incrementado enormemente a lo largo de los últimos años.
Eso, unido a la cada vez mayor precisión de los sensores y las cámaras que equipan estos vehículos, hace que esté perfectamente asumido —de nuevo, por todo aquel que tenga un mínimo conocimiento tecnológico— que la conducción dejará de ser una actividad humana en no muchos años.
La tecnología avanza a tanta velocidad que empieza a generar cada vez más miedo entre los más de siete millones de conductores de transporte de viajeros que hay en el país
Por otro lado, China tiene una población decreciente y unos niveles educativos que se incrementan muy rápidamente merced a una gran innovación en educación, lo que permite imaginar un futuro en el que la automatización siga progresando y las clases más bajas se dediquen a cosas distintas a conducir un coche.
De una u otra manera, el escenario es el que es, y en él rivalizan claramente los Estados Unidos y China. Y mientras, Europa, regulando que es gerundio… y a verlas venir.
***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.