Las actitudes humanas con respecto a las tecnologías en fase de difusión o popularización son algo más que conocido para los que trabajamos en innovación, y de hecho, han sido modelizadas en numerosas ocasiones con fórmulas matemáticas que permiten aproximarse a su predicción. Pero por más que, como estudioso de estos temas, pases toda una vida profesional estudiando esos fenómenos, no puedes dejar de sorprenderte ante ellos con cierta regularidad.

La llegada de la inteligencia artificial generativa, sometida a una primera prueba de fuego con la brutal popularización de ChatGPT a finales del 2022 y principios de 2023, es un claro ejemplo de ello. Las actitudes de los usuarios con respecto a una tecnología tan llamativa como esta oscilaron entre la lógica curiosidad y admiración, y la búsqueda de formas de ridiculizar los resultados obtenidos, provocando las llamadas “alucinaciones” o buscando errores que capturar para publicarlos en redes sociales y ponerlo en evidencia.

¿Divertido? Sin duda. Necesario, posiblemente también. Pero sin duda, no una actitud especialmente práctica para nadie, y menos aún si lo que va a hacer es tomar el rábano por las hojas y creer que, por haber encontrado unos cuantos errores, las prestaciones del algoritmo van a ser sistemáticamente malas.

En primer lugar, estamos hablando de tecnologías en fase de desarrollo. Que las tengamos disponibles como usuarios finales únicamente implica que, para su desarrollo, es preciso contar con datos de entrenamiento y retroalimentación que solo pueden generarse pidiendo a los usuarios que, precisamente, se pongan a usarlo, pero no que ese vaya a ser su nivel de calidad final.

De hecho, a medida que las versiones evolucionan en los productos de compañías como OpenAI, Perplexity, Google, Anthropic, etc. vamos viendo ya impresionantes mejoras de calidad, que nos dejarían completamente pasmados si hablásemos de otras categorías de productos. Decididamente, si tu actitud ante la inteligencia artificial va a ser la de la descalificación, espero que puedas jubilarte en pocos años, porque tus posibilidades de futuro profesional van a ser más bien escasas.

Las actitudes de los usuarios con respecto a una tecnología tan llamativa como esta oscilaron entre la lógica curiosidad y admiración

Entre los que toman esa actitud de menosprecio están también los que califican a los algoritmos como “loros estocásticos”, los que los consideran incapaces de generar contenido original o los que piensan que simplemente se dedican a recombinar información existente. Esa creencia refleja una carencia clara de conocimiento sobre cómo funciona la tecnología, que se aproxima cada vez más —con las limitaciones obvias del silicio con respecto al cerebro humano— a los procesos que llevamos a cabo cuando creamos algo.

En la práctica, la estadística puede haber sido calificada por Benjamin Disraeli hace años como la más grande de las mentiras —o al menos, eso afirmó Mark Twain que había dicho— pero, si la analizamos adecuadamente, es la madre de toda la ciencia, desde los refranes populares hasta lo más avanzado que queramos imaginar. Y la misma estadística que permite a nuestro cerebro derivar reglas, generalizar casos o incluso imaginar escenarios es la que posibilita que un algoritmo generativo lo haga, con muy escasas diferencias en su planteamiento.

Sí, le digan lo que le digan, los algoritmos piensan. Lo hacen con mecanismos diferentes a los nuestros, pero lo hacen. Obviamente, les falta motivación o intencionalidad, simplemente cumplen órdenes —o en algunos casos, siguen restricciones— pero ni son meros copistas, ni batidoras sofisticadas. Y si lo crees así, te irá mal en los tiempos que vivimos.

Por último, están las actitudes de descalificación basadas en el uso: lo hagan como lo hagan, mi trabajo estará mejor, el mercado lo apreciará más o tendrá más valor. Olvídalo. Todo lo que se te ocurra, sea un trabajo manual o escribir poesía, estará al alcance de un algoritmo más o menos sofisticado, si es que no lo está ya. Ese algoritmo, por su propia naturaleza, podrá trabajar más tiempo que tú, sin necesidad de pausas para tomar un café, con un nivel de calidad más constante y con menos distracciones.

Así que, te dediques a lo que te dediques, piensa en cómo hacer para que la máquina pueda hacer por ti cada vez más de las cosas que haces, porque es la forma que tendrás de buscarte realmente cosas que hacer. Si te quedas parado, te pasará por encima, y no lo habrá hecho la tecnología, sino un jefe o un inversor dispuesto a extraer mayores utilidades. O tú mismo, cuando te des cuenta de ello.

Te dediques a lo que te dediques, piensa en cómo hacer para que la máquina pueda hacer por ti cada vez más de las cosas que haces

La inteligencia artificial generativa está en sus inicios, pero ya ha logrado desarrollar una velocidad de crucero impresionante, sobre todo porque cada vez nos necesita menos: ahora ya son las máquinas las que escriben el código para crear mejores algoritmos, con prestaciones más brillantes e impresionantes. No, no se trata de que tomes la última de esas actitudes, la de la radicalidad de pedir que se detenga todo —algo impensable e implanteable— porque estamos ante el supuesto fin de la humanidad.

No, las máquinas no van a amenazar la supervivencia del hombre, porque carecen de intencionalidad o de motivación, y carecerán durante mucho tiempo. Pero sin duda, si tomamos las definiciones clásicas de inteligencia, nos encontraremos con que lo más inteligente del planeta no serán personas, sino algoritmos, y el problema que tendremos con ellos es que serán, en muchos casos, utilizados por personas menos inteligentes que ellos para hacer cosas cuyo fin será cualquier cosa menos bonito o positivo.

No, nuestro problema no es la tecnología. Nuestro problema somos nosotros mismos. Y eso sí que, con inteligencia artificial o sin ella, es algo que tendremos que sufrir durante mucho tiempo.

***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.