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Lo que nos cuesta el miedo al invertir

9 octubre, 2024 02:30

Lo primero que le suele venir a la gente a la cabeza cuando hablamos de invertir, de mercados financieros, de conseguir la rentabilidad que necesitamos para nuestros objetivos son números. Hablamos de los mercados como entes abstractos, de cantidades de dinero y de porcentajes. De algoritmos, de ratios, de modelos.

Sin embargo, lo primero son las emociones, porque quienes invertimos somos personas, con nuestro contexto y nuestras necesidades. Personas que buscamos conseguir unos objetivos vitales, familiares, profesionales. Personas a las que la incertidumbre, la volatilidad y las oportunidades les provocan diferentes emociones.

El miedo y la codicia son las emociones más mencionadas cuando se habla de errores en la inversión. Pero, aunque son poderosas, el miedo -que como dijo el conocido inversor Warren Buffett es “el enemigo más feroz del valor en los mercados”- y la codicia -de la que Charlie Munger dijo que su exceso “provoca que la gente se embarque en situaciones de riesgo sin necesidad”- no son las únicas que nos mueven al invertir. Las finanzas conductuales revelan un abanico mucho más amplio de influencias emocionales. Y de sesgos, desde el de anclaje al de confirmación, pasando por el de sobreconfianza, disponibilidad o la ilusión de control.

En 2017 ganó el Nobel de Economía Richard Thaler, profesor de la Universidad de Chicago y uno de los impulsores de la economía conductual (sus escritos se remontan al principio de la década de 1990). Este economista puso de manifiesto que los seres humanos no siempre actuamos de forma racional cuando se trata del dinero, no es lo mismo perderlo que ganarlo, no es igual si tiene un origen u otro… El contexto y nuestros marcos mentales influyen en nuestro razonamiento.

En este sentido, Dan Ariely, en su libro Predictably Irrational, explica que las personas toman con frecuencia decisiones que van en contra de su propio interés económico movidos por impulsos emocionales. Un claro ejemplo de esto es el efecto de dotación: valoramos más -irracionalmente- aquello que ya tenemos, lo que puede llevar a una resistencia a vender activos, incluso cuando es la decisión correcta desde un punto de vista financiero.

Las finanzas conductuales revelan un abanico mucho más amplio de influencias emocionales

El filósofo español Javier Hernández-Pacheco, en Elogio de la riqueza, profundiza en el carácter emocional del ser humano en relación con el dinero, subrayando que la verdadera riqueza no es solo una acumulación de bienes, sino el resultado de un enfoque racional, metódico y libre de impulsos incontrolados. Describe en su libro cómo el ser humano, a menudo, enfrenta la economía desde una perspectiva subjetiva y emocional, lo que puede generar una relación de desconfianza con la riqueza y el mercado.

De hecho, la gestión de las emociones -y de los impulsos que provocan- es uno de los mayores desafíos en el mundo de las inversiones y para los profesionales del asesoramiento financiero. Y uno de los mayores retos para que las personas consigan sus objetivos. Pese a todo lo que hay escrito sobre economía conductual, viendo los datos y estadísticas sobre el dinero de los españoles (siempre ahorro muy conservador, querencia por el ‘ladrillo’…) cabe pensar que en la mayoría de los casos no se tiene muy presente.

Pero deberíamos. Hay estudios que muestran que los inversores que reaccionan más emocionalmente durante caídas del mercado suelen sufrir pérdidas significativamente mayores que los que mantienen la calma. Porque las personas tendemos a sobrevalorar las pérdidas y esto nos suele impulsar a liquidar inversiones de forma prematura en momentos de pánico. Por el contrario, la codicia o el exceso de optimismo durante períodos de bonanza pueden llevar a una sobreexposición a activos arriesgados, alimentando burbujas financieras.

Estos comportamientos, esta tendencia natural de los humanos, pone en evidencia la necesidad de contar con una perspectiva más equilibrada y fundada en el conocimiento. Conocer y comprender son la base para alinear nuestras decisiones financieras con nuestro proyecto biográfico, para diseñar el plan que nos ayude a conseguir nuestros objetivos, para tomar decisiones conscientes y bien fundamentadas, para gestionar nuestras emociones (y ayudar a otros a gestionarlas), para tener, finalmente, una vida verdaderamente rica.

Las emociones son parte intrínseca de nuestra naturaleza humana, pero no deben dictar nuestras decisiones económicas. Como escribió Robert T. Kiyosaki, autor de Padre rico, padre pobre: “Aprende a usar tus emociones para pensar, pero no pienses con tus emociones”. Tenemos que aprender que el mercado descuenta expectativas y no siempre acierta. Hay que aceptar que en la toma de decisiones tenemos que convivir con la incertidumbre y las probabilidades (frente a las certezas), porque como decía Forrest Gump, “la vida es como una caja de chocolates, nunca sabes lo que te va a tocar”.

Y nuestra tarea, la de los asesores financieros, es ayudar a cada persona a conocer, a comprender, a visualizar para tomar mejores decisiones, para construir el proyecto de vida que desean, para acompañarles en el viaje hacia una vida verdaderamente rica.

*** Gadea de la Viuda es socia y directora general de Abante. 

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