Si nos piden que pensemos en los nombres de las compañías que han alimentado las necesidades energéticas del mundo durante el pasado siglo, los nombres de las grandes petroleras, sobre todo las llamadas “las siete hermanas” entre las décadas de los ’40 y los ’70, emergen automáticamente.
El desarrollo del petróleo y los combustibles fósiles en general, unido al del motor de explosión, marcaron una época de fuerte crecimiento económico e índices de bienestar crecientes, edificada sobre una omisión que las compañías petroleras conocían muy bien desde mediados de los ’70, pero que negaron de manera rotunda: que estábamos envenenando el planeta en que vivimos.
Desde que esas verdades se conocieron y difundieron, la reputación de las compañías petroleras ha ido cayendo a niveles cada vez más bajos. Sabemos que son las mayores culpables de una emergencia climática que se cobra cada año miles de muertos por culpa de catástrofes como inundaciones, incendios, huracanes, sequías y olas de calor, en el contexto de un clima cada vez más desestabilizado debido única y exclusivamente a unas emisiones crecientes de dióxido de carbono y metano que se apoyan en los productos que esas compañías nos venden, y en los subsidios con los que los gobiernos de medio mundo alimentan su actividad para evitar que el petróleo deje de fluir. Sin esos subsidios, el petróleo, a día de hoy, ya no sería competitivo, y la emergencia climática sería prácticamente una evocación de un pasado siniestro.
¿A qué se dedican hoy la mayoría de las empresas petrolíferas sin prácticamente ninguna excepción? A seguir extrayendo petróleo y gas como si no hubiese un mañana, mientras disimulan y tratan de parecer menos malas afirmando que están en una supuesta transición hacia las energías renovables, como una especie de patético maquillaje verde aplicado a brochazos.
Pero digan lo que digan las petroleras, el desarrollo de la tecnología sigue su curso, y nos proporciona evidencias de que estamos ante un auténtico cambio de era: las compañías fabricantes de paneles solares y otras tecnologías asociadas con su desarrollo, sobre todo compañías chinas de nombres poco conocidos en occidente como Tongwei Co., GCL Technology Holdings Ltd., Xinte Energy Co., Longi Green Energy Technology Co., Trina Solar Co., JA Solar Technology Co., o Jinko Solar Co. son ya más relevantes en términos de producción de energía que las mismísimas compañías petroleras.
El desarrollo de la tecnología sigue su curso, y nos proporciona evidencias de que estamos ante un auténtico cambio de era
Ya lo sabes: la energía solar es la más barata jamás producida. Aquel que no la utilice y prefiera quemar cosas para obtener energía, está simplemente haciendo el idiota, porque los costes de hacerlo son mucho mayores y, además, se producen unas emisiones que ensucian nuestra atmósfera y cuyas consecuencias ya conocemos. Pero esa realidad, que parece simplemente un consejo doméstico para quien tenga una casa y esté pensando en instalar paneles solares en su tejado, va en realidad mucho más allá.
En el mercado doméstico, las consecuencias son muy claras y ya se están dejando notar en cada vez más países, desde algunos tan desarrollados como Australia o Alemania, hasta otros con economías menos destacadas como Kenia, que tiene tiene una de las tasas de propiedad de energía solar en hogares más altas del mundo. Los paneles solares son cada vez más baratos, su instalación resulta razonablemente sencilla, y una vez instalados, producen electricidad durante más de un cuarto de siglo sin necesitar prácticamente mantenimiento alguno.
Para los propietarios, es pasar de vivir en una economía de escasez energética, a una de abundancia, que suele llevar a que, si se ha dimensionado bien la instalación, se acometan posteriormente otras inversiones como las bombas de calor o los coches eléctricos. La sensación de dejar de pagar facturas de gas y de gasolina al tiempo que la de electricidad baja sensiblemente buena parte del año es impresionante, sobre todo cuando piensas que toda esa energía viene del sol y es gratuita.
Pero si pasamos de las consecuencias para los hogares a los efectos que este cambio de era puede llegar a tener en la geopolítica, es cuando nos damos cuenta de lo que puede estar fraguándose: que toda la industria de un país que utilice la electricidad en su cadena de valor pueda terminar teniendo una clara desventaja en costes frente a la que, en otro país, obtenga su energía del sol.
Ahí es donde nos damos cuenta de que apuestas como la de Francia por la energía nuclear o las de múltiples países en vías de desarrollo por el carbón o el gas son completamente erróneas, por una simple cuestión de aritmética de costes. ¿Qué va a hacer la industria de esos países cuando los productos fabricados por otras compañías extranjeras tenga una ventaja sostenible en costes derivada de que las facturas de electricidad que pagan son mucho más bajas? ¿Pretenderán freírlos a aranceles para compensar esa diferencia?
La energía solar es la más barata jamás producida
Las tecnologías más estratégicas de cara a esa nueva era están en manos de compañías chinas, que llevan ya mucho tiempo, incentivadas por su gobierno, optimizando las cadenas de valor de los paneles solares, las baterías o los vehículos eléctricos. Cadenas de valor que, además, están sujetas a fortísimas economías de escala y de aprendizaje, que se alejan completamente del mito de la mano de obra barata y la sustituyen con procesos marcados por una fortísima automatización.
China ya está alcanzando el llamado peak oil: a partir de aquí, su demanda comenzará a descender, y no será el único país que se comporte así. A medida que el parque de vehículos eléctricos vaya creciendo y que la energía renovable se haga cada vez más barata, la era de los combustibles fósiles va a ir llegando a su fin, y las economías que no hayan hecho bien sus cuentas tendrán problemas.
Los cambios de era siempre tienen consecuencias importantes, y no te quepa duda: estamos en uno. Cuando empieces a verlas, no digas que no te lo esperabas.
***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.