Es habitual que los ahorradores obvien dos factores muy relevantes a la hora de planificar sus finanzas personales y diseñar su estrategia de inversión: la inflación y la fiscalidad.
Recordemos que la inflación es el aumento general de los precios. En concreto, se calcula como la variación interanual de los precios de una cesta de bienes y servicios representativa del consumo de las familias. La inflación impacta de forma negativa sobre nuestra capacidad adquisitiva. Una determinada cantidad de dinero puede servir para comprar hoy un producto, pero si su precio sube en el futuro, es decir, si se produce inflación, con esa misma cantidad será imposible adquirirlo. Es decir, la inflación reduce el valor del dinero con el paso del tiempo. En los últimos 10 años la inflación media en la zona euro ha sido del 2,3%.
Es fundamental ser consciente de que los excedentes de ahorro generados pierden valor a lo largo del tiempo si no se hace nada para evitarlo. Asumiendo que la inflación futura sea la acontecida en los últimos años, el ahorrador tiene dos opciones: no hacer nada y dar por perdido un 2,3% anual (21% en 10 años) o asumir riesgo invirtiendo para tratar de minimizar o evitar la pérdida de poder adquisitivo. Creemos que la segunda opción es la correcta, siempre y cuando previamente se ha realizado una correcta planificación financiera, esto es, determinando el horizonte temporal, entre otros aspectos, y se fije correctamente el perfil de riesgo. El perfil de riesgo determinará, a su vez, la expectativa de rentabilidad. Solo si esta es superior a la inflación se conseguirá mantener la capacidad adquisitiva.
Diferenciamos así entre “rentabilidad nominal”, que es la obtenida por nuestras inversiones, y la “real” que es la ajustada por el efecto de la inflación.
Rentabilidad real = Rentabilidad nominal - Inflación
A la hora de valorar un producto de ahorro o inversión no olvides plantearlo en términos reales, teniendo muy presente que solo si la rentabilidad esperada es superior a la inflación te permitirá proteger tu capital. Obtener una rentabilidad positiva no garantiza la preservación del capital, objetivo principal del ahorrador.
Es importante recalcar que la determinación del perfil de riesgo debe enmarcase, como se mencionaba anteriormente, dentro de la planificación financiera y no solo con el objetivo de batir a la inflación. En ocasiones, será recomendable no asumir ningún riesgo, incluso conscientes de la pérdida de poder adquisitivo que se producirá. Por ejemplo, cuando sea necesario disponer del capital en el corto plazo.
Al efecto de la inflación debemos añadir el impacto de la fiscalidad. Por ello, la tributación es también una pieza clave del proceso de planificación financiera. En lo que se refiere a la fiscalidad de las inversiones, son dos los aspectos especialmente relevantes: el análisis sobre la necesidad o no de generar flujos recurrentes y la selección del vehículo. La forma habitual de generar flujos es mediante el cobro de cupones, dividendos e intereses.
Estos ingresos están sujetos a tributación, lo que reduce la rentabilidad financiero-fiscal de la inversión. La elección del vehículo en el que se materialicen las inversiones es igualmente relevante ya que no todos tienen el mismo tratamiento fiscal. El fondo de inversión es uno de los vehículos de inversión que mejor tratamiento fiscal tiene, especialmente en España donde existe el régimen de diferimiento. Esto significa que, si el fondo cumple unos determinados requisitos (en España la mayoría los cumplen), el inversor podrá traspasar la inversión de un fondo a otro sin efectos fiscales por las plusvalías generadas, difiriendo la tributación hasta el reembolso definitivo.
Inflación y fiscalidad, dos aspectos que pueden condicionar de forma relevante la consecución de nuestros objetivos financieros y que todo ahorrador e inversor debe tener en cuenta.
*** Ignacio Astorqui Nebreda es profesor de Afi Escuela.