La economía entre el aterrizaje suave y el declive
El elevado nivel de endeudamiento y el menor tirón del comercio aboca a una senda de bajo crecimiento de la economía global.
Las incertidumbres son altas en el panorama mundial. Los conflictos bélicos abiertos, más que resolverse, parece que se están recrudeciendo y no se vaticina un final cercano. Además, la victoria de Trump en los Estados Unidos agudiza aún más esta situación, fundamentalmente porque ha avisado en reiteradas ocasiones que el compromiso norteamericano en dichos conflictos debe reducirse, particularmente en Ucrania, poniendo a prueba la capacidad de defensa europea.
Tras la pandemia y la crisis inflacionaria, aún no totalmente resuelta y que ha afectado gravemente al poder adquisitivo de las clases medias, la economía global corre el riesgo de crecer a tasas muy reducidas.
Según el FMI, en su informe de Perspectivas Económicas de otoño (cuadro 1), el crecimiento mundial se situará en un entorno del 3,1% anual durante los próximos cinco años, unos niveles decepcionantes si se comparan con la media previa a la pandemia. Es la perspectiva más baja en décadas.
En primer término, porque las relaciones comerciales internacionales mermadas frenan dicho crecimiento. Y, en segundo lugar, porque el elevado nivel de deuda global, que alcanzará los 92 billones de euros este año -esto es, el 93% PIB global- amenaza el crecimiento futuro. Considerando, además, que dicha deuda global mantiene una senda ascendente y es probable que se acerque al 100% del PIB en 2030.
Las que conocemos como economías avanzadas crecerán, en términos medios, un 1,8% este año y el que viene. Es especialmente preocupante la situación de los países de la zona euro, con un crecimiento de tan sólo el 0,8% este año y del 1,2% en 2025. Mientras que las economías emergentes y en desarrollo lo harán un 4,2% anual.
Todo ello plantea tres grandes desafíos para Europa. En primer lugar, conviene proceder a un ejercicio de realismo y de humildad. En Occidente seguimos creyendo que somos el centro del mundo y no estamos adoptando, al menos al nivel y velocidad adecuados, las decisiones de inversión que permitan mantener y mejorar nuestra competitividad y crecimiento futuros.
Mientras, las economías de mercados emergentes de Asia están impulsado inversiones significativas en inteligencia artificial, así como en la producción de semiconductores y productos electrónicos. El crecimiento de la economía digital china ha sido impresionante, hasta representar en la actualidad casi el 40% de su PIB, y de cara a futuro, se prevé un crecimiento aún mayor. Asimismo, la cuantiosa inversión pública en India también respalda la intensificación de su crecimiento, que se situará en el 7% este año y en el 6,5% en 2025.
No es de extrañar que los países que se integran en los BRICS vindiquen que el mundo no es sólo Occidente, que no todo es Europa y EEUU. Tienen su propia visión y agenda respecto a las políticas frente al cambio climático y migratorias. Adquieren progresivamente más peso en las relaciones comerciales y reclaman más poder en la toma de decisiones.
En segundo lugar, el sistema multilateral sobre el cuál se ha basado la prosperidad europea está en crisis. La fragmentación del comercio mundial en bloques geopolíticos estancos encabezados por EEUU y China está provocando una "guerra fría comercial" que, según el World Trade Report 2023, podría reducir un 5% el PIB mundial y supondría el fin de más de siete décadas de aperturismo comercial global.
Las tensiones comerciales entre China y Estados Unidos conducen a un aumento de los precios intermedios y finales por los costes arancelarios adicionales que se repercuten directamente a los precios de los productos importados. Los más afectados son los hogares de bajos ingresos. En concreto, EEUU ha dejado de comerciar con China en sectores clave, como son el farmacéutico, el de equipamiento para energías alternativas, el de semiconductores o el de telecomunicaciones.
En este contexto, es necesario profundizar la integración europea, para compensar el debilitamiento del comercio global y el ascenso de proteccionismo. También debemos tender puentes entre bloques geopolíticos: a fragmentación actual, cada vez más evidente, perjudica no sólo el crecimiento y la competitividad sino también resolver los retos sociales, medioambientales y de seguridad. Ya lo vivimos tras la Primera Guerra Mundial y posteriormente en la Gran Depresión de 1929. Posteriormente, la apertura comercial multiplicó por 14 el PIB mundial en 70 años.
Finalmente, Europa se enfrenta al reto de reducir la deuda al tiempo que acomete las inversiones necesarias para detener el declive. Un menor crecimiento implicará menores ingresos públicos y, por lo tanto, menor inversión para apoyar a las familias y combatir los desafíos a largo plazo, como el cambio climático, las transiciones ecológica y digital y la apuesta por la inteligencia artificial.
En la UE estancada desde hace dos años, como acertadamente señala el informe sobre el futuro de la competitividad de la UE de Mario Dragui, para lograr ser competitivos es necesaria una inversión adicional, pública y mayormente privada, de entre 750.000 y 800.000 millones de euros anuales en la UE, para financiar los proyectos de digitalización, sostenibilidad ecológica, y defensa.
De ahí la importancia de acometer reformas que permitan reducir la abultada deuda pública para disponer de margen fiscal y acometer estas inversiones necesarias. Así como eliminar las medidas proteccionistas que imposibilitan a las economías beneficiarse de las ventajas del comercio internacional. Sólo así podremos torcer las previsiones de crecimiento mediocre que vaticinan los distintos organismos internacionales para los próximos años.
*** Mónica Melle Hernández es profesora de Economía de la UCM.