La semana pasada fue intensa, marcada por acontecimientos que nos dejan un profundo debate sobre el cambio que se está gestando en el modelo social y económico, ambos factores inseparables de la geopolítica actual.
Casi al mismo tiempo que se confirmó el regreso de Trump a la Presidencia, asistimos a la implosión del frágil Gobierno de coalición en Alemania, un país sumido en una creciente crisis económica que ahora enfrenta, además, una profunda incertidumbre política.
Pero vayamos por partes. La presidencia de Trump era casi inevitable, un desenlace sin sorpresas. Lo único verdaderamente inesperado fue la contundencia de su victoria, respaldada por sectores tradicionalmente reacios: el voto hispano, el voto joven (menores de 30 años), que contradice el supuesto wokismo de la juventud estadounidense, y una notable reducción de la brecha en el voto femenino y afroamericano.
Trump vuelve a la Casa Blanca con el Poder Legislativo y Judicial de su lado, lo que, en principio, le ofrece vía libre para implementar un programa centrado en el proteccionismo, el nacionalismo y la ruptura con el multilateralismo dominante. Curiosamente, Trump aterriza en un contexto de inflación controlada que en algún momento del tiempo acabará por enfrentar la realidad de sus políticas inflacionarias, lo que plantea la incógnita de cómo gestionará ese "ladrón en la noche" que es la inflación, un factor que claramente erosionó las esperanzas demócratas de victoria.
La inflación también emerge como un factor de cambio en Alemania. La alta inflación reciente ha generado un desgaste social y político profundo. Hablamos de un país donde impera la ortodoxia económica y que mantiene viva la memoria de la devastadora hiperinflación de hace justo un siglo y sus nefastas consecuencias.
"Trump aterriza en un contexto de inflación controlada que en algún momento del tiempo acabará por enfrentar la realidad de sus políticas inflacionarias"
Alemania no crece, el desencanto crece en todas las capas sociales y la inflación devora el poder adquisitivo de una población que observa, con desconcierto, cómo su sólido sistema industrial se desmorona en medio de una mezcla de disrupción y regulación. Un declive que se enmarca en un paradigma económico mundial en constante cambio.
La pérdida de hegemonía en Europa es un riesgo para todos los países del continente, algo que no termina de entenderse. La decadencia de la potente industria automovilística alemana, de la que hablaba hace solo dos semanas, es un claro reflejo de ello. Mientras tanto, Estados Unidos busca revitalizar sus propias empresas con políticas nacionalistas que imponen aranceles y trabas al comercio.
Durante años he escuchado con asombro que en el mundo de la inversión la macroeconomía no importa. No entiendo cómo algunos intentan ensamblar esas pequeñas piezas que tanto se afanan por encontrar de un rompecabezas financiero en un tablero tan desordenado, sin siquiera saber si pertenecen a este o a otro puzle.
Trump reaparece dejando una sensación de incertidumbre sobre los efectos de su mandato a medio plazo, aunque en el corto plazo es probable que impulse significativamente la economía y con ello las bolsas. Mientras tanto, Alemania sigue en declive, empujando al Banco Central Europeo a una encrucijada.
Y, en medio de todo esto, Rusia y sus aliados, representados por muchos de los BRICs, se frotan las manos viendo cómo el poder hegemónico de Occidente parece encaminarse hacia su propia perdición.