En agosto de 2022, el presidente estadounidense Joe Biden firmaba una de sus leyes más emblemáticas: la Inflation Reduction Act of 2022, que todos conocemos en el sector como IRA.
Frente a esta ley, destinada formalmente a “construir una nueva economía de energía limpia, impulsada por innovadores estadounidenses, trabajadores estadounidenses y fabricantes estadounidenses”, la industria europea parecía palidecer de terror ante el espíritu abiertamente proteccionista de esta decisión.
Y también, porque no reconocerlo, rabiando de cierta envidia ante la dificultad de la Unión Europea, tanto financiera como política, para desarrollar una acción de este tipo. Hasta el punto de que la UE ha debido reaccionar para poner en marcha una respuesta a esta iniciativa que se sustancia en el desarrollo del Green Deal Industrial Plan (GDIP) y del Net Zero Industry Act (NZIA).
La llegada de Donald Trump al poder de EEUU ha hecho que en algunos sectores se empiece a debatir cuál es el futuro de esta ley. Un futuro que no solo implica a los Estados Unidos, sino también al resto del mundo y, en lo que a nosotros respecta a la UE ¿Va a eliminar total o parcialmente el IRA la nueva administración de Trump? ¿Puede Europa beneficiarse de ello?
No parece que haya un acuerdo unánime entre los analistas sobre que va a pasar con la IRA. Y la reflexión fácil de que Trump pueda rescindirla puede resultar precipitada, especialmente teniendo en cuenta que una buena parte de los fondos de ayuda que contempla la ley se han destinado ya a estados y distritos que ya antes de estas elecciones eran eminentemente republicanos. La realidad es que, gracias al IRA, ya hay muchas empresas americanas que están cobrando e invirtiendo en energías renovables.
Además, una parte de los fondos que contempla la ley ya están siendo ejecutados, impulsando lo que el analista Bruce Katz llama “reshoring”, es decir potenciar que algunas industrias estén ya volviendo a los lugares de los que son originarios atraídas por las ventajas financieras o energéticas que ha impulsado esta ley.
Por tanto, no es descartable que Trump se limite a retocar algunos aspectos burocráticos o fiscales y permanezca el espíritu casi autocrático de la ley.
Quizás la mejor respuesta ante la incertidumbre es que Europa “siga a lo suyo”. Obviamente, las decisiones tomadas por la administración norteamericana tienen una influencia directa en el futuro de la gestión energética mundial, ya sea por las consecuencias que puedan tener en el proceso global de descarbonización o por el propio proteccionismo del mercado norteamericano, pero continuar yendo a remolque de las decisiones de otros países no parece la solución para Europa.
Ahora más que nunca, es necesario trabajar por una soberanía energética europea basada en las energías renovables y que reduzca la dependencia de países como los EEUU.
Por ello es necesario continuar con la apuesta en los proyectos del GDPI y el NZIA y tomar conciencia de que Trump puede ir más allá de su propio slogan “America First” para construir la realidad de un “America Only”. Teniendo muy presente que en Europa aún estamos aspirando al “Europe almost first” y bastante lejos del “Europe only”, cuando menos en lo que a la gestión energética se refiere.
** Albert Concepción, director del Foro Industria y Energía