Las declaraciones de Víctor Aldama ante el juez de la Audiencia Nacional, Ismael Moreno han sido un verdadero torpedo contra la línea del flotación del binomio Gobierno-Partido que rige los destinos patrios.

De ser ciertas sus afirmaciones se estaría en presencia de una trama corrupto-mafiosa que extiende desde las más altas instancias gubernamentales hasta la cúpula directiva del Movimiento-Organización.

Un fenómeno de estas dimensiones es inédito en cualquier democracia occidental desde el final de la II Guerra Mundial y sólo sería equiparable a Tangentopolis, el gran caso de corrupción de la República italiana en el bienio 1992-1994 del siglo pasado. 

Como es previsible y racional, el Gabinete, encabezado por el Secretario General del PSOE, su partido y sus diversos aliados han emprendido una campaña de feroz descalificación contra quien, según él mismo sostiene, ha sido el profesional encargado de crear una enorme red de corrupción cuyas ramificaciones comienzan a salir a la luz y cuyo alcance es imprevisible.

A priori, Aldama podría mentir, pero existen poderosas razones para dar una considerable credibilidad a su testimonio. Y la teoría económica en clave Beckeriana, es un interesante instrumento para respaldar esa hipótesis. 

Nadie se auto inculpa de haber cometido un delito y, en consecuencia, asume un horizonte carcelario si los costes de hacerlo son superiores a los beneficios que espera obtener. En este sentido, los incentivos del Sr. Aldama para colaborar con la justicia son altos porque, ceteris paribus, ello se traduciría en una sanción penal inferior a la de no hacerlo.

Aldama podría mentir, pero existen poderosas razones para dar una considerable credibilidad a su testimonio

Ahora bien, el éxito de esta operación, de este mecanismo de defensa sólo tiene sentido y posibilidades de lograr los objetivos de Aldama si tiene pruebas consistentes, capaces de respaldar sus manifestaciones.

De lo contrario, sus perspectivas penales empeorarían de manera significativa. Si se acepta esta hipótesis, su comportamiento se enmarca dentro de una estricta racionalidad. El “delator” no tiene nada que ganar y mucho que perder si miente. 

Esta singular estrategia de ataque defensivo tiene además un fundamento adicional. En la actual coyuntura española, definida por la presencia de un Gobierno con escasos escrúpulos para usar el poder, una fuga hacia adelante de Aldama tendría un corto recorrido y un sesgo suicida que no parece ser una de las señas de identidad del “delator”, aunque sólo sea por su dilatada experiencia como singular hombre de negocios.

Este maximiza su función de utilidad cual probo homo aeconomicus en un marco de restricciones. Por otra parte, la Teoría de Juegos ayuda a entender con mayor precisión la estrategia desplegada por el Sr. Aldama.

En apariencia, el punto de partida de la Tangentopolis española fue un juego cooperativo entre Aldama, el Gobierno o miembros de éste y máximos responsables del PSOE.

A lo largo de su desarrollo, todos los participantes en él obtenían ganancias y eso generó un equilibrio entre los intereses de los tres jugadores. Sin embargo, la imputación de Aldama rompe esa dinámica.

El escenario se desequilibra y la cooperación se vuelve imposible, quiebra de manera inevitable. A partir de ese instante, todos los jugadores de la partida han de perseguir su propio interés y desplegar una actuación en la que cada uno busca minimizar sus pérdidas; en términos coloquiales se llega a una situación de “sálvase quien pueda”. 

En este contexto, se enmarcan las acusaciones de Aldama contra sus ex socios y las lanzadas por éstos contra él, y ambos han de subir cada vez más las apuestas hasta llegar al final de la partida. Ya no hay marcha atrás.

Una fuga hacia adelante tendría un corto recorrido y un sesgo suicida 

¿Cuál será el resultado? Dependerá de la capacidad de Aldama de contrastar con hechos indubitables su hipótesis como diría el maestro Popper. En cualquier caso, el escándalo es monumental y está servido.

En las próximas semanas, meses, se va a asistir a un verdadero aquelarre. Si a un observador imparcial se le preguntase a la vista de lo conocido hasta la fecha cuál sería su pronóstico, el shakespeariano “algo huele a podrido en Dinamarca” alcanza las cumbres del Everest. 

La corrupción o, para ser precisos, el riesgo de que ésta se produzca es directamente proporcional el poder del Gobierno.

La clásica máxima de Lord Acton: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente” se ha verificado una y otra vez a lo largo de la historia.

En las próximas semanas, meses, se va a asistir a un verdadero aquelarre. 

Es en política algo así como las leyes de la gravedad en física o las de la oferta y la demanda en economía. En España, la coalición gubernamental ha desarrollado un proyecto destinado a eliminar todos los controles al ejercicio de su poder con una visión patrimonialista de la democracia y del Estado.

Cuando esto ocurre, la corrupción termina por emerger de modo inevitable. La tendencia a considerar el país un botín se dispara. 

¿Qué va a suceder? Sólo los dioses lo saben y todo dependerá de si lo dicho por Aldama es cierto y puede probarlo. Dicho esto y parafraseando a Sir Winston Churchill, útil siempre en toda situación dramática: “Esto no es el final. Ni siquiera es el principio del final. Pero es, tal vez, el final del principio”. Creo que en esto estamos hoy.