La vivienda es un problema para las nuevas generaciones de españoles, los nacidos aquí y los vendidos de allá. Aunque la bajada de tipo de interés reciente ha reanimado el mercado inmobiliario, los precios siguen siendo demasiado altos.
Su causa es el aumento de la demanda (la población española ha crecido hasta llegar a los 49 millones y pronto seremos 50) y la escasez de la oferta; no hay viviendas disponibles en alquiler o compra.
Las nuevas familias necesitan vivienda. Pero sus ingresos no les permiten adquirirlas. Además, la demanda de los nacionales y residentes tiene que competir con los alquileres turísticos.
Sin embargo, hubo una época en la que muchas generaciones (ahora mayores de 50 años) accedieron a una vivienda digna. No hace mucho tiempo. En los años 70, 80 y hasta los 90 del siglo pasado o principios del XXI, alquilaron y/o compraron sus actuales viviendas
Este acceso a la vivienda se produjo porque la oferta se adecuó a la demanda. Primero los planes urbanísticos pusieron a disposición suelo. La transformación de parcelas rurales en urbanas fue una fuente de riqueza para sus propietarios, que los ofrecieron a promotores inmobiliarios y constructores. No hubo tantas restricciones, como hoy en día, para su creación; ni legales, ni medioambientales, ni de otro tipo.
La demanda de los nacionales y residentes tiene que competir con los alquileres turísticos
Además de ese aumento de suelo urbanizable, la financiación de todos los tramos del proceso agilizó el sector. Hubo créditos para la compra del solar, para su promoción, para su construcción y para su hipoteca.
¿Qué entidades facilitaron ese crédito? En gran cantidad las extintas Cajas de Ahorro. Instituciones que sufrieron dos ataques. El primero su “ocupación democrática” por ambición política; el segundo su crisis financiera por incompetencia.
La “ocupación democrática” supuso un cambio de sus órganos de gobierno. Una parte de ellos se ocuparon por designación política, otra por mecanismos diversos. Una de las consecuencias fue que los sillones de esos Consejos de Administración pasaron de honoríficos o muy poco remunerados a “golosos” puestos, con tarjetas black incluidas.
En sus inicios las Cajas de ahorros eran humildes instituciones locales. Tenían anexos “montes de piedad” que mediante el empeño de bienes familiares, salvaban a muchas familias de los apuros mensuales. Sus “funcionarios”, pegados al terreno, conocían la vida y milagros de impositores y clientes. También financiaban desde la adquisición del solar a la hipoteca del comprador, reduciendo el riesgo por ese conocimiento.
De repente se convirtieron en poderosas maquinarias de influencia política, económica y social. La aplicación de criterios de mangement las llevó a la concentración, al gigantismo y las fusiones (recuerden las llamadas “frías”).
En sus inicios las Cajas de ahorros eran humildes instituciones locales
Hasta que la crisis financiero-inmobiliaria del año 2008 las barrió. Casi todas acabaron convirtiéndose en bancos o fueron absorbidas por ellos. Pero la naturaleza de un banco es distinta.
Para empezar los empleados bancarios no están tan apegados al terreno. Es más, los que triunfan hacen “turismo de oficina bancaria” pasando de una sucursal a otra y escalando su ladera jerárquica. Cuando llegan arriba han olvidado al pequeño cliente de activo y/o pasivo. El mercado hipotecario les parece lento, repetitivo, aburrido y poco rentable. Les interesa más la “gestión de fondos o carteras” y las grandes operaciones de inversión.
¿Pudo ser de otra manera? Sí. Las “cajas rurales”, se mantienen porque han sido fieles a sus principios y no han sido tan apetecibles para el sector político. Siguen con sus clientes de siempre. Agricultores y ganaderos a quienes conocen con sus intereses, vicisitudes y hasta sus estructuras familiares.
Así que me pregunto si no hay volver a reinventar las “Cajas de Ahorro y Monte de Piedad”, evitando su politización y recuperando su sentido social. Nacieron para responder a las necesidades financieras de las clases medias y trabajadoras, su vivienda y sus pequeños apuros de supervivencia mensual. De niño vi más de una vez a mi madre, ama de casa de diez hijos, empeñar las “joyas de la casa” (nada del otro mundo) para acabar el mes. Aún existen algunos “montes de piedad”, pero sin Caja de Ahorros son menos eficaces.
Pero la nostalgia no es buena consejera y “agua pasada no mueve molino” ¡Que le vamos a hacer!