No puedo empezar el año sin dedicar una reflexión a las cosas que deberíamos plantearnos en el 2025, también desde el punto de vista económico.
Mi primer pensamiento va para mi profesor, Dalmacio Negro, fallecido recientemente, y para su hija Almudena. Desde la perspectiva que da el tiempo, llevo unos días planteándome si saqué todo el provecho a sus clases de Teoría del Estado de primero de Económicas. Creo que no. Ninguno lo hicimos. Porque lo que nos estaba enseñando el profesor Dalmacio Negro son conceptos que he tenido que reaprender al cabo de muchos años.
Pero eso no es importante. Los libros que nos teníamos que leer siguen ahí. Sus propias enseñanzas están recogidas en sus libros y conferencias. Lo que sí aproveché, y es mucho más relevante, desde mi punto de vista, fue el impacto de ese hombre erudito que nos trataba como adultos y nos hacía leer como si nos fuera la vida en ello.
El profesor Negro era un sabio, un hombre de matices. Es una gran pérdida. Quedan muy pocos intelectuales de su valía entre nosotros. Y me pregunto quiénes, en mi generación boomer, van a sustituir esas mentes cuidadosas, preclaras y, sobre todo, honestas y consecuentes.
Y es especialmente doloroso por todo lo que hemos consentido en este 2024, que ya es historia, dando la espalda a sus advertencias.
El año del cohete económico de futuro incierto. Momento estelar de la historia en el que nuestro crecimiento es la envidia de los demás países europeos, según nos quieren hacer creer. Y es cierto. En tasa de crecimiento nuestros niveles de producción y empleo están muy bien.Todo ello a pesar de que la inversión no está, ni se la espera, a nivel nacional, con la honrosa salvedad de la Comunidad de Madrid, esa región que siguen intentando arruinar pero que todavía resiste. A pesar, también de la poca productividad de nuestro factor trabajo, de un modelo productivo encerrado en un bucle que impide el desarrollo tecnológico de un país como el nuestro en el que hay talento científico, pero en el que los inversores son penalizados.
Un año que acaba con el nuevo ataque a la ciudadanía, y en concreto, a la clase media, en aras de una mal entendida solidaridad intergeneracional.
La solidaridad, como todas la virtudes, es una virtud que se cría en los corazones de las personas, y que no se puede decretar por ley. Y luego esta el apellido intergeneracional, que hace referencia al mantenimiento y atención de nuestros mayores. Es decir, es un impuesto para paliar mínimamente (pero muy mínimamente) la sangría de las pensiones.
Así que, en el nuevo año, por poner un ejemplo, quienes cobren en neto 3.700 euros al mes, con dos pagas extra al año, verán reducido, aún más, su poder adquisitivo. Un atraco a mano armada. Sobre todo porque nadie en el Gobierno se plantea reducir el gasto y acompañar, de alguna manera, el esfuerzo de los ciudadanos. Y se puede.
Quienes cobren en neto 3.700 euros al mes, con dos pagas extra al año, verán reducido, aún más, su poder adquisitivo. Un atraco a mano armada
Milei lo ha hecho. A lo bestia. De repente. Sin más. Y, a pesar de los pesares, que le pesan a quienes le pesan, Argentina va a mejor y España a peor.
Y entiendo el concepto solidaridad intergeneracional. Por eso me escandaliza que los gobiernos sigan sacando pecho, ufanándose de haber construido carreteras, ofrecido sanidad, educación, o carriles bici a costa de una deuda que van a pagar las futuras generaciones.
Y no es que yo quiera que los enfermos no estén atendidos, o que los niños no puedan educarse. Lo que creo es que ese ingente gasto no se corresponde con lo que nos cuentan. Se corresponde con pactos políticos con minorías nacionalistas para lograr consensos parlamentarios y mantenerse en el poder. No estoy descubriendo la rueda, lo hacen a la luz del día, mintiendo a los votantes en sede parlamentaria, manipulando lo que pueden para salir indemnes.
Pero volviendo a la cuota, ¿hay algo menos solidario que ese lastre al crecimiento futuro? Nuestros jóvenes van a pagar más a un Estado que lleva despilfarrando fondos para mantener un sistema insostenible desde hace décadas. Muchas personas se preguntan, ahora que el bolsillo escuece, cómo hemos llegado hasta aquí, qué ha pasado con este sistema para que se haya ido de las manos. Y, sobre todo, qué hacemos ahora.
La respuesta se fundamenta en dos características que definen la economía y que los gestores políticos se empeñan en olvidar: una es que la economía es dinámica, y la otra es que está sometida al rigor de la incertidumbre. Como todo lo humano, efectivamente.
Pongamos el ejemplo sencillo de Muface. La ley que actualiza las mutualidades es de la primavera de 1975, pero proviene de la intención del dictador de establecer una Seguridad Social en España.
Estamos hablando de unos 300.000 funcionarios (como consta en la propia página de Muface). Pero se decidió que la asistencia se otorgara por licitación con seguros privados. Todo bien. Excepto que han pasado cosas. Ha aumentado mucho el número de funcionarios y sus familiares. Se ha envejecido extraordinariamente la población. La cobertura se ha extendido. Conclusión: no es un sistema sostenible a menos que el propio sistema evolucione. Pues exactamente igual pasa con el sistema de las pensiones.
La incertidumbre es otro factor permanente que interfiere en la planificación y en la modelización, también en economía. Los analistas al servicio del poder, del partido que sea, presentan datos que hay que revisar permanentemente. Y los modelos se quedan inservibles en cuanto un Putin cualquiera se levanta con el pie izquierdo.
¿Cómo va a ser el 2025 económico? Probablemente veremos hacia donde se dirige el cohete. Un destino incierto y, por desgracia, poco sostenible.