Es, sin ninguna duda, una de las mejores contestaciones que se le han podido dar a uno de los directivos más irresponsables e impresentables de la historia de la tecnología, Mark Zuckerberg. Y se la ha dado la CEO de Bluesky, Jay Graber, a través de una camiseta. 

Para su entrevista en SXSW 2025, Graber apareció con un discreto pelo recogido, y vestida de negro con una camiseta oversized, más grande que su talla, en lo que parecía una típica estrategia que, desgraciadamente, muchas directivas suelen emplear en Silicon Valley: rebajar conscientemente su apariencia femenina, supuestamente para ser tomadas más en serio. 

Sin embargo, ni yo me he convertido en un cronista de moda, ni la estrategia de la CEO de Bluesky era esa, sino una muy diferente: en su camiseta negra, había un diseño que jugaba con el mate y el brillo para componer una frase en latín, “Mundus sine caesaribus”, “Un mundo sin césares”. Una contestación directa a otra camiseta con exactamente el mismo diseño utilizada por Mark Zuckerberg en septiembre de 2024 que decía “Aut Zuck aut nihil”, una variación de la frase de Julio César que decía “O César o nada”, y que se convertía, por tanto, en toda una demostración de autoridad omnímoda, “O Zuck o nada”. 

La contestación no puede ser más clara: frente a un asqueroso farsante autoerigido en César que se ha convertido, gracias a una estructura de acciones con derecho a voto frente a otras sin derechos, en un dictador que no pide consejo ni consulta a nadie a la hora de tomar decisiones, y que “gobierna” las redes sociales más grandes del mundo como un auténtico autócrata sin controles de ningún tipo, otra filosofía, la de las redes federadas, que a través de la descentralización, ofrecen transparencia total y control distribuido. 

A todos los efectos, redes como Bluesky están construidas para ser fuertemente resilientes. Incluso si un billonario llegase, las comprase, y pretendiese modificar su funcionamiento, como hemos tristemente presenciado sin poder hacer nada en el caso de Twitter tras la compra de Elon Musk. Una operación que, como desgraciadamente ya sabemos ahora, nunca tuvo ningún interés económico o en favor de la libertad de expresión, sino que era una jugada para favorecer el paso a la política de un tipo que, cansado de jugar con compañías, quería ahora elevar su nivel y jugar con países. O con el mundo entero. 

Redes como Bluesky están construidas para ser fuertemente resilientes

En la práctica, Musk compró Twitter a golpe de créditos que no pensaba devolver (y de hecho, los bancos que se los concedieron ya los han amortizado como incobrables y vendido como deuda de ínfima calidad) para hacerse con la red que funciona, a todos los efectos, como el mayor medio de comunicación del mundo, y que tenía también una gran capacidad de influencia. 

La jugada sin ningún tipo de escrúpulos de Elon Musk demuestra lo poco que pintan los usuarios en internet hoy en día: ante algo tan drástico como que un tipo llegue, compre la red social que utilizabas y la convierta en un asqueroso pozo inmundo de insultos, racismo, discurso del odio y arrogancia completamente editorializado, lo único que podemos hacer como usuarios es pensar en largarnos de ahí, algo que además muchos descartan porque las economías de red tienen mucha fuerza y generan una enorme inercia. 

¿Te vas a ir de la red en la que están todos tus contactos y todas las personas o instituciones a las que te interesa seguir? ¿Y te vas a ir a otras redes, experimentales y sin probar, para tener que ponerte otra vez a construir tu propia red desde cero? Esas dos cuestiones han protegido a Musk, que ha calculado perfectamente que solo unos cuantos llegarían a abandonar Twitter una vez convertido en X. 

El modelo del CEO omnímodo, capaz de llevar a cabo su agenda sin prácticamente oposición siempre que los resultados acompañen o que sea capaz de vender algún tipo de proyecto suficientemente apasionante, es el que los Trump, Milei, Putin y otros populistas aplican a la política: déjame hacer, dame todos los poderes, quítame todos los contrapoderes, y ya verás qué bien va a salir todo. Total, “esos controles y contrapoderes no son más que la inercia del sistema, lo que nos impide cambiar”. 

Semejante receta, en entornos suficientemente desesperados o con el suficiente nivel de hartazgo, obra maravillas. El electorado se idiotiza hasta el límite, y se convence de que, en efecto, va a ser mejor así porque no puede haber nada peor que como están en ese momento, y deciden ignorar colectivamente que, por supuesto, las cosas pueden en realidad ponerse mucho, pero mucho peor. 

La jugada sin ningún tipo de escrúpulos de Elon Musk demuestra lo poco que pintan los usuarios en internet hoy en día

La tentación de romper el sistema en lugar de intentar arreglarlo nos asalta cada vez más a menudo, y se debe a una sola cosa: al hecho de que todos estamos en redes sociales, y sometidos a la tiranía de sus dos algoritmos fundamentales. Un primer algoritmo intenta simplemente engancharte para que pases el mayor tiempo posible en la red y te comas así cuantos más anuncios mejor, y para ello procura darte cada vez más contenido del que previamente te ha hecho reaccionar, te ha llevado ya no solo a leer, sino idealmente a hacer like, o incluso a comentar. 

El segundo algoritmo te reúne con otros que aparentemente piensan como tú, te monta una cámara de espejos para que no creas que estás solo en el mundo o que eres un raro, y hace que te radicalices, porque te premia cuando lo haces con más exposición, con más  visibilidad, con más likes y con más “prestigio social” dentro del grupo que te ha construido. 

Todo muy primario, sí, pero funciona. Vaya que si funciona, hasta el punto de que ahora, los populistas reclaman elecciones, porque saben que podrán manipularlas a su antojo gracias a esos algoritmos. El populismo que pretende que Trump, Milei, Putin y otros son “los únicos capaces de salvar la patria y de cambiar las cosas” funciona de maravilla, y se alimenta con supuestos paralelismos de narrativas empresariales: “hay que dirigir el país como si fuera una compañía”. 

No, no es así. Es un error. No hay que dirigir los países como compañías (y lo digo yo, que trabajo en una escuela de negocios y enseño a gente a dirigir compañías). Lo que hay que hacer es respetar escrupulosamente las reglas de la democracia, reaccionar inmediatamente cuando alguien pretende eliminar contrapoderes y quebrar los mecanismos de control, e impedir que caudillos que manipulan esas reglas para alcanzar el poder y mantenerse en él puedan presentarse como supuestas soluciones que jamás lo son. 

Un mundo sin césares, qué idea tan bonita. Qué pena que no tengamos la madurez suficiente como para ser capaces de ponerla en práctica. 

***Enrique Dans es profesor de Innovación en IE University.