Las imágenes forman parte de la historia de la ciudad: el edificio Windsor, situado a unos metros del paseo de la Castellana, ardía imparable en la madrugada del 13 de febrero de 2005. Esta torre mítica de Madrid había empezado a quemarse unos minutos antes, cuando sus instalaciones permanecían prácticamente vacías, y con las horas se hizo patente la desgracia: el inmueble iba desmoronándose poco a poco, sin vuelta atrás.
A este rincón noble de la urbe acudían bomberos, responsables políticos y curiosos para ver cómo prendía un perfil clásico del skyline madrileño. Las llamas salían desde una de las plantas superiores e iban devorando la estructura. Los transeúntes se detenían en los aledaños y las cámaras de televisión (aún no existía esa ubicuidad de dispositivos móviles con posibilidad de vídeo) mostraban la tragedia entre gritos de asombro y una espera angustiosa.
Ya de día, el humo se perdía en el cielo y exponía un chamuscado esqueleto de hormigón. Mientras, las conjeturas sobrevolaban las conversaciones, los medios de comunicación y los despachos tanto de las altas instancias como de los tribunales que se preparaban para abrir un expediente insólito. Construido entre 1975 y 1979, este bloque de oficinas rubricaba así su fecha de defunción. Sin víctimas mortales ni heridos, con la actuación de decenas de bomberos y con el testimonio de los guardas de seguridad que custodiaban el lugar, surgieron los interrogantes.
¿Cuál había sido la causa? ¿Cómo pudo incendiarse semejante coloso? ¿Qué había detrás de aquellas llamas? Según las investigaciones, el origen fue una colilla mal apagada. Al parecer, una empleada de la consultora Deloitte que acudió aquella tarde a su puesto de trabajo provocó un fuego "fortuito y no intencionado". La chispa se propagó oficialmente el día 12 de febrero hacia las once de la noche. Algo menos de un año después, el 31 de enero de 2006, el auto del juez determinó que no se habían encontrado pruebas de intencionalidad y que, por tanto, no había responsabilidad penal.
El caso se cerró. El edificio Windsor continuó en el imaginario popular a través de películas como Pájaros de ciudad o Historias del Kronen y de canciones o relatos que narraban el suceso. Al tiempo, su silueta de vidrio fue recompuesta con la nueva Torre Titania. Pero jamás se silenció el murmullo ni las teorías conspirativas ni las tramas ocultas. En los años posteriores aún resonaban los ecos de la compañía implicada, Deloitte, que ocupaba 20 pisos y contaba con 1.200 empleados.
Dijeron que esta consultora poseía documentos del Grupo FG Valores. Papeles que les había solicitado la Fiscalía Anticorrupción la víspera del siniestro y podrían perjudicar al entonces presidente del BBVA, Francisco González. En la ecuación se incluía a uno de los rostros más siniestros de las cloacas del país: José Manuel Villarejo. Este excomisario habría ordenado eliminar el rastro en otra de sus operaciones parapoliciales.
Pero la hipótesis, como el resto de posibilidades, se desestimó. Hasta ahora. Aquel episodio ha vuelto a la actualidad por culpa de un documental emitido en la plataforma Amazon Prime. En él, Jon Imanol Sapieha Candela, apodado 'El Sapo', confiesa ser el autor del incendio. Nacido en el Congo en 1953, este criminal ya se había erigido como el responsable de los robos de cuadros de Sorolla y Goya en la casa de Esther Koplowitz, del asalto al Banco Popular de Yecla o de las negociaciones en la liberación del carguero vasco Alakrana en aguas somalíes.
Durante los tres episodios que componen 'SAPO S.A. Memorias de un ladrón', el protagonista defiende que causó el fuego de esta torre de oficinas ubicada en el complejo financiero de Azca. Según relata, recibió el encargo de "robar unos documentos y destruir el edificio". Y así lo hizo. ¿Cómo? Según detalla, lo preparó con sólo dos semanas de antelación. Encargó un gas que no deja rastro a contactos de países del este de Europa. Montó un equipo con dos personas más y se coló hasta el tejado para dejar las bombonas en un lugar apartado.
Misión cumplida
Ese mismo día subió por las escaleras exteriores (el edificio llevaba dos años en remodelación para acondicionar, precisamente, sus medidas antiincendios), tomó las bombonas, utilizó una máquina para hacer un butrón en la pared, bajó hasta la planta determinada y cumplió el mandato con este material inflamable. Después se marchó por una salida que daba al garaje subterráneo y se fue a dormir plácidamente. Ni siquiera vio los informativos ni quiso saber, según asegura, por qué era tan importante acometer tal misión.
Con algunas dudas sobre este relato por parte de los entrevistados y con varias preguntas sin responder, 'El Sapo' desgrana la actuación, un miembro del grupo de seguridad ofrece su punto de vista de la experiencia y algunos profesionales ponen en duda lo afirmado. Nadie puede comprobar si lo que explica este delincuente es cierto o no. Tampoco pueden cortar los flecos sueltos de este asombroso episodio nacional: la supuesta presencia de una persona cuya sombra se vislumbraba en una ventana, el despiste de los trabajadores, los fallos de seguridad para acceder en el edificio... La torre Windsor se desvaneció en una pira que aún ilumina las incógnitas de un acontecimiento, al parecer, inconcluso.