Desde el principio trataban de mantener las formas y guardar las apariencias. "Intentemos mantener los dos metros, por favor". Nada de eso fue posible porque dos centenares de personas (cerca de un millar incluyendo a quienes gritaban y aporreaban sartenes desde los balcones de la zona) volvieron a aglomerarse en el mismo tramo de la calle Núñez de Balboa, en el cruce con la calle Ayala, en el centro de Madrid, para protestar contra el gobierno de Pedro Sánchez por la gestión del coronavirus.
El primer grito antes de que empezaran a incumplir las medidas de distanciamiento social impuestas por el decreto del estado de alarma resultó bastante clarificador.
-¡Abajo los comunistas!
A ello siguió la marabunta desmedida y el resto de repetidas consignas contra el gobierno socialista - "¡Pedro Sánchez, dimisión!", "¡Gobierno dimisión!"- mientras los vecinos del barrio continuaban la rebelión contra el confinamiento que iniciaron hace ya cuatro días.
Había el triple de gente que la jornada anterior, cuando tan solo unas 60 personas se dejaron caer por allí. Casi al mismo tiempo que el ministro Salvador Illa anunciaba los datos del test de seroprevalencia, augurando un largo camino por delante, con la Comunidad de Madrid como una de las zonas más devastadas por el virus, comenzaban los gritos de los vecinos congregados en esa calle del barrio de Salamanca.
El tiempo acompañaba este miércoles, así que la afluencia de público fue mayor que cuando la lluvia jugaba como un elemento en contra. Ahora no. Ahora estaban envalentonados.
Para llegar hasta ese punto, los jóvenes del barrio se encontraban casualmente junto a los portales, paseando al perro ante los periodistas - "Qué tal, pichón, cuánto tiempo sin verte, que alegría"-, y deambulaban a las ocho y media de un lado a otro de la calle a la espera del comienzo de una nueva protesta vespertina en la que la consigna es la de una cazerolada en la que hacer bulto. Cuanto más apretujados mejor.
Rebelión del barrio
Había quien golpeaba su cenicero de bronce. Otros, la sartén y el cazo, o la olla que se trajeron de casa. Alguno debió de creer que los golpes con el tenedor en las señales de tráfico no se iban a escuchar lo suficiente, así que se bajó un cepillo gigante de casa, configurando así el típico kit de manifestante.
Desde los balcones se secundaba la protesta, y fueron varios los que sintonizaron el himno de España desde sus terrazas, pero el problema estaba, una vez más, en las aceras y en la calzada. Donde nadie, ninguno de los casi dos centenares de personas, hicieron nada por mantener la distancia de seguridad.
La cosa siguió hasta que se fue disolviendo poco a poco al filo de las nueve y media, justo a la hora de la cena. Bastaron las luces azules de un simple coche de la Policía Municipal para que todos salieran con el rabo -y el cepillo gigante- entre las piernas.
Se disgregaron pronto, llevando consigo las mascarillas con las aspas carlistas de la Cruz de Borgoña, los improvisados atuendos y la parafernalia con la que se pertrecharon, paraguas con la bandera rojigualda incluidos, un objeto sin duda de gran utilidad en una tarde soleada y aparentemente agradable en el barrio más caro de la capital.
Paseando juntos
Fue como si la jornada anterior cogiera impulso porque esta protesta se replicó en otros emplazamientos de la capital, como Aravaca o Pinar de Chamartín. Ahora prometen guerra a diario, volverán al día siguiente pese a la prohibición de las concentraciones de gente por el riesgo de contagio social. La Policía Nacional, una jornada más, no apareció en ningún momento en la intersección donde se están reuniendo los manifestantes desde el pasado domingo.
Los vecinos insistían de nuevo, irónicamente, en que estaban ejerciendo libremente su derecho al paseo. El movimiento incluso ha abierto una página web bajo el nombre "Paseamos juntos". En ella aclaran que, por supuesto, ni se les pasaría por la cabeza que su iniciativa supusiera una llamada a la desobediencia y a vulnerar la ley. "En modo alguno".
Pero como decía el proverbio del pato, si parece una manifestación, nada como una manifestación y grazna como una manifestación, probablemente sea una manifestación.
La frase, por cierto, fue popularizada por el Embajador de Estados Unidos en Guatemala en 1950, acusando a un dirigente del país de ser comunista. Aquel hombre llegó a ser presidente elegido por las urnas ese mismo año. Cuatro años después fue derrocado por un golpe de estado orquestado por la CIA.