“Creía que la peste cambiaría y no cambiaría la ciudad, que sin duda, el más firme deseo de nuestros ciudadanos era y sería siempre el de hacer como si no hubiera cambiado nada, y que, por lo tanto, nada cambiaría en un sentido, pero, en otro, no todo se puede olvidar, ni aún teniendo la voluntad necesaria, y la peste dejaría huellas, por lo menos en los corazones”. —Albert Camus, La Peste (1947).
De un tiempo a esta parte, Madrid ya no es Madrid. La ciudad, símbolo donde los haya, múltiple, diversa, se ha vuelto poco más que un arma arrojadiza, el centro de la diana de la riña política, sanitaria, económica. La capital de España está en boca de todos y apenas se atisba el espíritu de esa ciudad, a veces pueblo, que encandiló a todo aquel que se acercaba a ella. Cuando Camus cinceló La Peste no pudo idear cómo sus palabras reflejarían todo lo que en ella se ha vivido desde que el coronavirus llegó a la escena.
Porque, ¿qué es Madrid? Para Machado, el “rompeolas de las Españas”. Para Alberti, el “corazón que late con pulsos de fiebre”. Para Gloria Fuertes, “mi tierra y mi cemento”. Para Tirso, “madre benigna del mundo”.
Para la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, “Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?”. Para su homólogo catalán, Quim Torra, un lugar al que no viajar “en modo alguno”. Para el manchego Emiliano García-Page es una “bomba radioactiva vírica”. Para el Gobierno andaluz, el lugar que rastrear.
Si algo queda cristalino es que Madrid, para lo bueno y para lo malo, es el centro de todo. Y precisamente esa centralidad se ha visto potenciada con la pandemia: el virus ha dejado al aire las costuras de un estado autonómico, cuestionado en sus formas tal y como está planteado. Y entre la izquierda y la derecha emerge la ciudad. Que protesta, que resiste, que todos quieren conquistar… o erosionar.
Madrid 'ens roba'
Esta misma semana, el presidente de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, ha querido incidir en las asimetrías económicas entre regiones, especialmente con la Comunidad de Madrid. A la autonomía madrileña le atribuyó un papel generador de “diferencias y desigualdades”, incluso afirmando que se trataba de un “procés invisible con dumping fiscal”.
A sus ojos, Madrid no es más que una “gran aspiradora que absorbe recursos, población, funcionarios estatales y redes de influencia”. Todo “en detrimento de la igualdad de los territorios que conformamos España”. El líder valenciano se apoyaba en un estudio del IvieLAB, un laboratorio de análisis de políticas públicas creado por el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas y la Generalitat valenciana.
Pero mucho antes de la Constitución del 78, Madrid ya era capital. Estaba ahí, acogía, generaba y expulsaba. La ciudad acogió de manera permanente la corte de Felipe II. Fue la chispa. “Madrid es España, la idea de España ha pasado desde 1561 por Madrid, como corte, como capital de la República o como Estado democrático. Es la ciudad donde residen todas sus instituciones importantes. Y un Estado son sus instituciones. Y cuanto más fuertes sean estas, más sólido será el Estado. Si alguien quiere acabar con el Estado no tiene más que empezar a atacar sus instituciones, debilitarlas… Se habló hace tiempo de llevar el Senado a Barcelona. Qué estupidez. ¿Y por qué no El Prado? ¿Y por qué no el estanque del Retiro?”, cuenta el escritor y ensayista Andrés Trapiello cuando EL ESPAÑOL le pregunta.
Ese estudio, citado por el presidente valenciano, argumenta que la fuerza actual de Madrid reside en su potencia gracias al sector privado. “El sector privado de Madrid en origen se va aproximando entre otras razones por esa presencia del sector público y los grandes centros de decisión y después va desarrollando un tejido productivo de alta cualificación”, manifiesta el catedrático Francisco Pérez, director de investigación de dicho paper, en conversación con este diario.
¿Sería Madrid igual sin la arquitectura del Estado detrás, sin el despliegue ministerial, sin los ejércitos de trabajadores públicos? Hilario Alfaro, presidente de Madrid Foro Empresarial, cree que no. “Madrid es suficiente polo de atracción por sí mismo. Más del 70% de la inversión extranjera que llega a España llega a Madrid, y eso es por algo”.
En cuanto al PIB -todo lo que un territorio produce en un año-, este 2020 la Comunidad de Madrid ha superado a Cataluña como principal economía española. La autonomía catalana tuvo un valor de 236.739 millones de euros durante el último curso, mientras que el de Madrid fue casi 3.000 millones más alto. Cataluña genera el 19% del PIB toda España; Madrid, el 19,3%.
“Si no estuviera el Estado tendría esa potencia o más. Tenemos que hacer un esfuerzo adicional para tener esas sedes aquí: no es 100% bueno para Madrid, pero los madrileños los asumimos”, argumenta el empresario Alfaro. “Los edificios públicos, en su mayoría emblemáticos o únicos, podrían estar al servicio de los ciudadanos. Tiene su ventajas e inconvenientes. Lo asumimos como tal. Madrid irradia riqueza al resto de España, no al revés”.
En la misma línea se muestra el economista Javier Santacruz. Tras examinar el estudio valenciano, comenta: “El análisis de Madrid parte de una falacia, porque piensan que Madrid actúa de manera desleal con el resto por ser capital, porque tiene la sede las principales empresas y las administraciones públicas, y eso no es verdad”.
Para el experto, esa capitalidad no condiciona la actividad, el furor económico de Madrid. No la favorece, sino todo lo contrario. “No genera competencia desleal, de hecho genera un coste, es lo que podríamos llamar ‘presión fiscal, burocrática’, cuando tú tienes una zona concreta del país donde se acumula la burocracia y la administración, eso genera una actividad económica (positivo) y una presión enorme, para la diversificación de actividades, el precio de lo inmobilario o bienes de consumo (negativo)”.
Es similar a lo que ocurre en las grandes capitales europeas.
El argumento de que Madrid ens roba, esgrimido por las periferias, que vacía y estrangula el resto de territorios, valía, según Santacruz, “hace 30-40 años. Entonces algo de razón tenían, Madrid vivía de ser capital de España, como capital administrativa. Ya no. El peso de lo público y las sedes corporativas sobre el valor añadido total es cada vez menor. Madrid genera su propia riqueza”.
“Madrid no ha abusado de su posición como capital de España para convertirse en el principal motor económico de nuestro país. No se puede afirmar eso. No lo ha hecho”, sentencia.
Miremos rápidamente el listado de las principales empresas de nuestro país. Las sedes de esas grandes compañías no están radicadas, en una buena parte, en la capital. De los bancos de referencia, tan sólo Bankinter está en Madrid. Ni Santander, ni Bankia, ni BBVA, ni CaixaBank.
Inditex tampoco cuenta con su sede fiscal en Madrid. Ni Iberdrola. Sí que lo están Telefónica, Naturgy o Repsol. El cómputo no es, ni mucho menos, desigual.
Pero lo cierto es que uno de los grandes arietes contra Madrid, su fiscalidad, se repite como un mantra fuera de sus fronteras. Las grandes políticas de bajadas de impuestos, una de las banderas de los Gobiernos de Esperanza Aguirre, Cristina Cifuentes y ahora Isabel Díaz Ayuso -como parte de esa vis liberal que imprime el PP en sus tesis económicas-, se despliegan bajo las mismas reglas del juego que del resto de comunidades de régimen común: esto es, que no cuentan con un concierto especial con el Estado (País Vasco y Navarra).
Por ejemplo, tiene el IRPF más bajo, Impuesto de Sucesiones y Donaciones bonificado al 99% para los familiares más cercanos, exención del 100% en el Impuesto de Patrimonio, y el Impuesto de Transmisiones y el AJD más bajos de España, concretamente, un 16,6% y un 25% más bajos que la media nacional, respectivamente. “Algunos son tributos que no se reparten a las comunidades autónomas, como es el de sociedades. El IRPF, en cambio, sí”, aclara Santacruz.
¿Qué es lo que permite que Madrid baje impuestos a mansalva, y el resto de comunidades no? Su población. Según los úlitmos datos del padrón municipal, en la capital viven 3.266.126 habitantes. En la Comunidad, con el INE actualizado en la mano, residen 6.685.471 ciudadanos.
A más trabajadores, más valor añadido. La tarta de la presión fiscal se reparte sobre un mayor número de contribuyentes.
Qué es Madrid
Entonces, si no es el Estado, ¿qué es? ¿Qué es lo que hace a Madrid tan singular? “Madrid se caracteriza por una cosa y es que no es nacionalista en ningún caso, sino que es muy aperturista, que le gusta que todo el mundo forme parte de la comunidad madrileña sin necesidad de que haya nacido en la ciudad”, agrega el filólogo, traductor, ensayista, crítico, poeta y exsecretario de Estado de Cultura con Aznar, Luis Alberto de Cuenca.
“Precisamente ese despego, ese desapego por el orgullo que pueda significar ser madrileño, creo que es lo que a la gente le indigna, porque a las periferias no les gusta Madrid precisamente porque les gustaría que estuviéramos más petulantes, más orgullosos de ser madrileños. Y no lo estamos”, ahonda.
Madrid, desde que es Madrid, concentra amores y odios. “Ortega estudió el asunto en La rebelión de las provincias, un libro espléndido, escrito básicamente contra el provincianismo y catetería de los nacionalismos: Madrid es objeto del deseo de muchos, es el centro del poder político, cultural, económico, se vive mejor que en otros sitios, hay más trabajo, más posibilidades de medro, más entretenimientos…”, apunta Trapiello.
Por eso se despiertan “recelos y envidias normalmente de quienes creen que sus aspiraciones son desatendidas. Pocos consideran, sin embargo, las desventajas e inconvenientes de vivir en una ciudad tan grande, donde las viviendas son exiguas y las aglomeraciones resultan estresantes”. Y, ahora, más. “Lo vemos ahora con la pandemia. Es poco probable que ninguna provincia quiera correr la suerte de Madrid, ser el centro del país, por el que todos pasan, trayendo y llevándose el virus…”, reflexiona el ensayista.
Quizás todo resida en la gran transformación de Madrid. Un icono al que aspirar. “Madrid significa para mí hacer de un poblachón manchego una gran capital y eso me parece un milagro”, aduce Luis Alberto de Cuenca.
“Madrid significa algo milagroso, no somos como Francia, que es un maravilloso paraje agrícola, comercial e industrial”, continúa. “España es un país pobre, lo dijo Elliott muy bien al frente de su libro sobre la España Imperial y los siglos de oro: ¿cómo es posible que un pueblo tan tarugo, un país tan pobre, tan poco abundante en todo lo que tiene riqueza, llevara a conquistar tantos territorios y llegara a ser un imperio tan importante en varios siglos? Y Madrid es el milagro dentro del milagro español”.
Esa identidad propia, no nacionalista - “Ser de Madrid no da derecho a nada, como decía Tomás Borrás, uno de los personajes que salen en el cuadro de Solana de Pombo, y es verdad. Aquí a todo el mundo le parece bien de dónde eres y nadie te pregunta si has nacido aquí o allá. Madrid además es poco chovinista, lo que acaso le permita ser más hospitalaria que otras ciudades”, indica Trapiello-, de la que no queda ni un acento propio, donde hasta esa pequeña idiosincrasia se ha diluido, permite la creación de líderes políticos diferentes. Más singulares. Más ruidosos.
Como refiere Cuenca, “todo se amplifica en Madrid”. Y remata Trapiello: “Aquí la gente tiende a ser bastante chula. En Madrid es donde se acuñó el dicho más chulo que un ocho”.
Chulería castiza... y política
El foco sobre la actual presidenta, Isabel Díaz Ayuso, y sobre su controvertida gestión -desafortunada en cuanto a la estrategia sanitaria y pandémica-, especialmente tras unos días tensos, con una tregua política firmada entre la autonomía y el Gobierno central y hecha añicos a las pocas horas, es parte del escenario que proporciona Madrid.
Fuentes del entorno de la presidenta así lo expresan, y bien lo saben. Era parte de lo que se veía venir. “Madrid tiene que ser una apestada porque tenemos que derrocarla políticamente”, sonríen. “Esta pandemia cada día abre un fuego y hay que apagarlo. Cuando sale un fuego sales corriendo. ¿Toda la mala gestión solo la reduces a que vamos a tener 1.400 rastreadores? Vale, pues es verdad”.
“Es muy fácil decir qué se podría hacer. Pero es todo activismo político. Porque Madrid es Madrid”, resumen.
En similares términos se explica Trapiello. “La madritirria es algo recurrente, desde el siglo XIX. No hace falta una pandemia para verlo. Pla detestaba Madrid, a Baroja no le gustaba. Unamuno encontraba esta ciudad un lugar de vagos, estafadores y charlatanes. La madritirria viene de muy atrás, crece y decrece”.
“Si a la gente le van mal las cosas, suele buscar un culpable, y Madrid es lo más visible y lo que tienen más a mano. La gente se queja mucho. Decía Gracián que la queja trae descrédito. Es posible. Pero la gente ha aprendido que es rentable, y se pasan la vida quedándose. Catalanes, vascos, todo el mundo. Yo he visto que por lo general el madrileño se queja menos”, suspira.
En esa guerra de símbolos -ejemplificada en la cumbre de banderas de Sánchez y Ayuso de esta semana, que de poco ha servido- se libra ahora la batalla de quién es el guapo que cierra Madrid.
Sería un shock, un golpe muy fuerte de realidad. En palabras de Cuenca, “sería muy, muy tremendo como cuestión simbólica. Si de repente Madrid vuelve a una situación de aislamiento total y de no salir a la calle, redundaría en la crisis económica que estamos abordando y que todavía ni mucho menos ha venido lo peor”.
Por eso el rifirrafe. Por eso el tira y afloja. Por eso los titulares día sí, día también. Porque es Madrid. Y porque, con Covid-19 o no, con Ayuso o no, con Sánchez acechando o no, con todo en contra o no, Madrid seguirá siendo. Ya lo ha hecho una y mil veces.
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