El viernes 4 de diciembre de 1953, el pequeño aeródromo de Bilbao embarcaba a muchos empresarios, futbolistas y hasta un diplomático estadounidense en un vuelo rutinario a la capital de España. Los viajes en avión en esos años estaban destinados a auténticos privilegiados. El resto tenía que conformarse con la tierra.

Sin embargo, el lujo de llegar a la capital en apenas un suspiro para, en muchos casos disfrutar del fin de semana previo a la celebración de la Virgen de le Purísima se convirtió en dolor en cuestión de minutos.

Hacia las cinco de la tarde, 60 minutos después del despegue, el bimotor Bristol 170/171 Freighter Mk21, de la compañía Aviaco, que había sido fundada en 1947, con matrícula EC-AEG y 27 pasajeros y cinco tripulantes abordo, empezó a sufrir fuertes turbulencias.

Imagen de un Bristol 170 de Iberia. Iberia

En cuestión de segundos, el piloto empezó a notar que el mal tiempo y las turbulencias que acompañaron todo el vuelo desde que salió de Bilbao se convertían en algo peor. Era algo desconocido. Raro. Y aunque sólo le quedaban unos minutos para descender a Barajas, la sensación del comandante era que no llegaban.

Estaban atravesando justo la Peña La Cebollera o el Pico de las Tres Provincias, muy cerca del pueblo de Somosierra, y perdía el control el aparato por unas nubes orográficas y las ondas de montaña que entonces eran unas desconocidas para los pilotos de vuelos comerciales. 

Un par de minutos después, hacia las cinco y cuarto de la tarde de hace 70 años, el avión acabó estrellándose en una zona de la sierra madrileña a más de 2.000 metros de altura. De los 32 pasajeros, sólo 10 sobrevivieron.

"Mal tiempo. Volamos sobre Somosierra", fueron las últimas palabras que escucharon en el aeropuerto de Barajas pronunciadas por el piloto principal, el comandante Cañete, que dedicó muchos años de su vida después a explicar lo que le había ocurrido en la Peña de La Cebollera para intentar evitar que un accidente tan trágico como el que vivió se repitiera de nuevo.

Rafael Escudero. Athletic de Bilbao

Entre los ocupantes de los asientos de primera, viajaban el exalcalde de Bilbao, José María Oriol y Urquijo (de una de las familias más ricas del País Vasco que consiguió sobrevivir); el diplomático estadounidense Paul J. Douglas (que murió de viejo en su país pero asegurando nunca olvidó lo ocurrido); un matrimonio de recién casados que no consiguió salir de la montaña madrileña y el entonces vicepresidente del Athletic de Bilbao y exfutbolista de ese club, Rafael Escudero, y su mujer, Concha de Pablo Romero, que también perdieron la vida hace 70 años.

Vecinos de Somosierra ayudando en el rescate de las víctimas del accidente de avión en 1953. Archivo Santos Yubero

Un rescate histórico

En esa época, el pueblo de Somosierra contaba con algo más de 170 habitantes, el doble de los que ahora viven entre esas calles. Pero muchos de los vecinos no habían visto un avión de cerca en su vida ni estaban preparados para este tipo de desgracias en la montaña.

Además, tampoco fueron conscientes del grave accidente que había sufrido el aparato en la peña hasta que tres de los supervivientes, -el segundo piloto (capitán Barsen García-López), herido y con tres costillas rotas, el mecánico de vuelo Gonzalo Fernandez Soto y un pasajero-, llegaron dos horas después del choque a las primeras casas del pueblo y pidieron auxilio a los vecinos, a la compañía y hasta al ejército.

"Si el acceso ahora al Pico de las Tres Provincias es complicado, con un coche adecuado y con las carreteras más modernas, imagina en aquella época con la nieve. No había quitanieves y había caído una buena. Así que mientras llegaba y no llegaba la Guardia Civil fueron los propios vecinos de Somosierra los que fueron al rescate de los accidentados. Si no hubiera sido por el pueblo, hubieran muerto más", advierte Alejandro Trillo, actual alcalde de esta localidad madrileña que guarda esta desgracia aérea en su memoria colectiva.

Uno de los heridos del vuelo atendido por un somoserrano que participó en el rescate. Archivo Santos Yubero

Las crónicas de la época aseguran que las primeras expediciones que se organizaron para encontrar a los supervivientes las montaron los propios vecinos del pueblo comandados por Pablo, el cura de Somosierra, y por una enfermera que vivía allí, Victoria Rodrigo.

A las cinco de la madrugada, casi 12 horas después de haberse producido el siniestro, la expedición donde iba el cura y un médico, cargados con mantas y licores para intentar reanimar a quienes llevaban casi medio día varios grados bajo cero y enterrados en la nieve, encontró a los primeros supervivientes.

Congelación

Los vecinos que estuvieron allí contaron luego que no fue nada fácil dar con ellos. De hecho, suerte que uno de los rescatadores llevaba una trompeta y la hacía sonar todo el rato para intentar avisar a los heridos. De repente, en la oscuridad de una noche gélida se oyó que alguien respondía al toque con un palo. Allí estaba el avión.

Sólo pudieron sobrevivir siete viajeros más además de los tres que habían bajado a pedir auxilio, el comandante, una azafata y cinco pasajeros que habían conseguido mantenerse vivos.

Los testigos hablaron entonces de "nieve y de cadáveres calcinados", de un horror de cuerpos y que tuvieron que apartar restos humanos para poder llegar a algunos supervivientes. De hecho, algunas de las víctimas aún respiraban cuando los vecinos de Somosierra llegaron hasta el pico pero que fue imposible salvarles la vida.

Rescate de los supervivientes del avión siniestrado en 1953 en Somosierra. Archivo Santos Yubero

La operación de rescate fue una de las más complicadas que se vivió en esos años en la montaña madrileña. Los heridos fueron bajados en camillas al peso por los somoserranos y con burros porque el lugar del siniestro se antojaba imposible de alcanzar para los vehículos que mandó el Ejército y la Guardia Civil.

"El pueblo demostró mucha solidaridad porque si no hubiera sido por los vecinos, esas personas hubieran fallecido congeladas", añade Alejandro Trillo que conoce bien la historia a través de lo que cuentan los mayores de su población.

La Virgen de Begoña

Aunque han pasado 70 años, todos en Somosierra reconocen que no sólo los familiares de los muertos y supervivientes de este trágico accidente quedaron marcados por la violencia del siniestro, también el pueblo entero creó un vínculo muy especial con quienes volvieron a nacer en el pico de esa montaña.

Cuentan que José María Oriol y Urquijo, que llegaría a ser presidente de Hidroeléctrica Española, regaló al pueblo la primera televisión, lo que convirtió a Somosierra en un lugar casi mágico en esos años en la zona de la sierra.

Otros supervivientes también enviaron regalos a los niños del pueblo entre los que estaba Francisco Sanz, que llegó a ser alcalde socialista de este pueblo décadas después, y que hace 20 años, cuando el Ayuntamiento organizó una exposición por el accidente, recordó como su madre y otras vecinas tuvieron que atender con sus propias manos a los heridos ese 4 de diciembre de 1953.

Trillo confirma también cómo ninguno de los supervivientes se olvidaron de Somosierra. "Acabó trayendo un beneficio económico al pueblo y otro mucho más espiritual porque, muy poca gente lo sabe, pero una de las familias de empresarios que se salvó regaló la imagen de la Virgen de Begoña que se encuentra dentro de la Iglesia Mayor, en un altar nada más entrar".

La Virgen de Begoña es la patrona de Bilbao por lo que un devoto que volvió a nacer en la Peña La Cebollera quiso llevar a Somosierra un trocito de su milagro para que hiciera compañía y consuelo a la desgracia de tantos.

"La Virgen que está en la iglesia de Somosierra está hecha con los restos del avión y era la patrona de la ciudad de donde venían los donantes, por eso la regalaron. O al menos eso cuentan los mayores", asegura Trillo.