Tiene 81 metros de alto y más de 20 plantas. Su estructura está basada en cilindros y es un exponente de la arquitectura brutalista. Para cualquier residente en Madrid es un clásico de la ciudad, aunque no conozca el nombre o no sepa su origen. Resulta que este edificio se construyó a lo largo de la década de los sesenta y aún esconde historias ocultas.
Se encuentra en la confluencia del número 2 de la calle Corazón de María con el número 37 de la avenida de América, al norte de la urbe. El inmueble es residencial y lo corona una serpenteante piscina. De vez en cuando se propaga el rumor de que algún famoso se ha ido allí a vivir, pero los arcanos de estas paredes van más allá de sus moradores.
La última planta, por ejemplo, llegó a albergar un restaurante con estrella Michelin. Se trataba del Ruperto de Nola. Se fundó en los años setenta, cuando el edificio comenzó a tomar vida. Competía entonces con la élite de la gastronomía española, muy lejos del lugar que ocupa ahora. Resaltaban el vasco Arzak y los madrileños Zalacaín, Jockey, Club 31, Horcher, El Escuadrón, Balthasar, O’Pazo o El Bodegón, los primeros en alcanzar esta distinción.
El proyecto estaba firmado por Francisco Javier Sáenz de Oiza como arquitecto y la participación de ingenieros como Leonardo Fernández Troyano y Carlos Fernández Casado. Tomaban ideas de Le Corbusier y su racionalismo o las propuestas organicistas de Frank Lloyd Wright. La síntesis de estas tendencias derivó en esta construcción, llamada Torres Blancas, en plural, porque constaba con otro edificio más.
Ruperto de Nola, el local "con precios moderados para la calidad de los productos", según reseñaban algunos medios, se apoyaba en una estructura de hormigón armado, sin pilares. Además, sus paredes curvas daban un toque modernista al establecimiento, cuya planta superior estaba preparada para dar servicio a convenciones y reuniones.
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Disponía además de sala de juntas, biblioteca y salas de juegos. Su estética era como de submarino, de divisar la metrópoli desde el ojo de pez del barco de un navegante. Eso es precisamente lo que aprovechas Duki y Quevedo. Los cantantes se mueven entre lo que dejó aquel templo de la restauración. De la moqueta roja que tapizaba el restaurante solo quedan unas paredes ásperas.
Quevedo y Duki piden que no les mientan (el título del tema es Don't Lie, en inglés), que les digan que les quieren como si fueran unos don nadie: ahora, ambos artistas suman millones de seguidores y de escuchas en diferentes plataformas, siendo unos estandartes de la música urbana en el globo.
Intercalan en su vídeo las panorámicas de la ciudad, donde se reconoce el Pirulí o algunos monumentos de la capital, con secuencias en el interior, reinando la penumbra y el humo del tabaco que fuma un portero. Las Torres Blancas, igual que la azotea del hotel Riu que usó C. Tangana para Tú me dejaste de querer, se han puesto en el punto de mira después de esta grabación.
Las miles de referencias a Torres Blancas hablan de un enclave futurista. Y. aunque sobrevuele siempre la opción de convertirse en un residencial turístico, los vecinos se niegan. Lo que proliferan son los rodajes: lo eligió el director estadounidense Jim Jarmusch, la serie de Cristo rey o este videoclip de Duki y Quevedo.