El hallazgo de los cadáveres de Amelia, Ángeles y Pepe Guitiérrez Ayuso el pasado 18 de enero abrió un nuevo episodio en la crónica negra madrileña que todavía no se ha cerrado. Un mes después, la investigación sigue abierta para determinar si Dilawar Hussein F. C. contó con ayuda en el triple crimen de Morata de Tajuña y para hallar el arma homicida. Mientras estas cuestiones se resuelven, los cuerpos de las víctimas continúan en el Instituto de Medicina Legal, según informan fuentes cercanas al caso.
Este suceso conmocionó a la localidad madrileña al tiempo que sacaba a la luz una rocambolesca historia que roza el surrealismo. Las dos hermanas llevaban en torno a ocho años siendo víctimas de una estafa que había arruinado a la familia, según explicaron numerosos vecinos y amigos a este periódico.
Amelia conoció a través de Facebook a una persona que decía ser militar estadounidense destinado en Afganistán. El falso novio de Amelia se llamaba Edward e hizo creer a la mujer que otro militar se había enamorado de Ángeles. Ambas hermanas iniciaron una falsa relación a distancia con los supuestos militares.
Una vez mordido el anzuelo, les hicieron creer que el novio de Ángeles, capitán del ejército, había muerto dejando detrás de sí una herencia de siete millones de euros que querían hacerle llegar a las hermanas a España.
Los estafadores las convencieron de que para hacerles llegar ese dinero debían pagar una serie de servicios, traslados y viajes. Así, llegaron a estafarles entre 300.000 y 400.000 euros.
Fruto de esta ruina, las hermanas empezaron a pedir dinero a sus conocidos y a contraer deudas. Pidieron hasta al cura del pueblo. Cuando estos no se lo daban, les dejaban de hablar. Se iban cerrando cada vez en su círculo y hacían caso omiso a las numerosas voces que les advertían de la estafa en la que estaban cayendo. Ellas, crédulas, seguían enviando más y más dinero a sus estafadores.
La estafa es la clave del crimen. El verano pasado, apareció en la vida de los hermanos Dilawar, apodado El Negro. Las víctimas le alquilaron una habitación de la vivienda de Morata de Tajuña a este hombre de origen pakistaní.
Durante varios meses, los hermanos compartieron techo con este personaje al que también terminaron debiendo cerca de 60.000 euros que le pidieron para seguir alimentando la estafa, y con la promesa de que recibiría mucho más cuando cobraran esa falsa herencia que nunca llegaba. Tras un enfrentamiento, Dilawar agredió a Amelia dándole un martillazo en la cabeza.
Meses después, el 17 de diciembre, volvió a la casa de Morata y mató a los tres hermanos a golpes y les prendió fuego. Los cadáveres, parcialmente quemados, tardarían un mes en ser hallados.
El crimen tuvo lugar durante la Feria de la Palmerita, momento de mucho trasiego en el pueblo. Pasarían varias semanas hasta que los vecinos no empezaran a echar de menos a los hermanos. El 22 de enero, pocos días después del hallazgo de los cuerpos, Dilawar se entregó en el cuartel de la Guardia Civil confesando el crimen.
El delito impune
El crimen de Morata de Tajuña, pese a sus peculiaridades, resultó ser un ajuste de cuentas, una de las casuísticas más habituales. Y, sin embargo, hay un delito que sigue -y, a todas luces, seguirá- impune: la estafa.
Los tres hermanos eran solteros y no tenían hijos. Los tres siempre habían vivido juntos. Procedían de Torre de Juan Abad (Ciudad Real) y vivieron durante varios años en una vivienda de Madrid, en el distrito de Ciudad Lineal. Hace décadas que trasladaron su vivienda a Morata.
Amelia, Ángeles y Pepe no tenían familia cercana, solo primos con los que no tenían mucha relación. A día de hoy, nadie ha denunciado a los presuntos estafadores, que se hicieron de oro a costa de la ingenuidad de estas dos ancianas.
El cuarto asesinato
Dilawar, por su parte, entró el 24 de enero en la prisión de Estremera a la espera de juicio por el triple crimen. Parecía que el interés mediático de la historia llegaba a su fin, cuando el caso dio un nuevo giro la madrugada del 15 de febrero.
Aquella noche, El Negro asesinó a golpes a su compañero de celda en la cárcel a golpes. El crimen tuvo lugar en torno a las 4 de la madrugada en el módulo 12 de la prisión. Tras matar a su compañero, Dilawar se duchó, cubrió el cuerpo y pulsó el botón de la megafonía para confesar el crimen. El asesino le destrozó la cabeza con una mancuerna de fabricación casera, precisaron fuentes de la Guardia Civil.
Las pesas que componían el arma homicida habían sido robadas días antes del gimnasio de la prisión, según corroboraron fuentes penitenciarias. La barra estaba hecha con un palo de escoba o algún objeto similar.
Dilawar contó que mató a su compañero de celda porque olía mal, según le oyeron decir varios presos que luego lo comentaron con funcionarios de la prisión. Su víctima era Angel A. V., un búlgaro de 40 años que estaba a la espera de juicio por un caso de violencia machista.