Lleva Malaga años y años, década tras década, tratando de ver resuelto un problema que no ha sabido, no ha podido… o no ha querido atajar. Una brecha que ríanse ustedes de las del ciclista que cae bajando el Tourmalet a todo trapo. Una mala foto para una gran ciudad. Una desvergüenza que avergüenza.
La capital de la Costa del Sol sigue creciendo, a la vez que la herida del Guadalmedina sigue supurando. Y es que la grieta que nace en el extremo norte de la ciudad y muere en la zona portuaria está verdaderamente muerta desde que asoma por La Concepción hasta que desemboca en el mar, a pocos metros de la zona centro. Y es ese, seguramente, el peor de sus valores: el hecho de exhibirse entre platos principales; el hecho de no poder ocultarla, por mucho que apetezca… la pena de no contar con una tirita gigante que cure esa llaga.
No han sido pocos los discursos políticos que, en estos años, han "vendido la burra" al ciudadano, asegurando que el Guadalmedina era una prioridad para Málaga. Lo hemos escuchado con color rojo socialista (más de treinta años en la Junta demostraron la escasa sensibilidad para con lo malagueño), de color azul popular (otros tantos, al mando de la capital, sin avance concreto en la materia) y hasta con tonos anaranjados, cuando el partido del ahora ciudadano Rivera asomaba con coleta a una candidatura a la alcaldía… con un bebé que al final vino de nalgas. Más de lo mismo. Iguales, unos y otros, a la hora de cumplir con aquello de "prometer hasta meter" (con perdón por las horas). Que si la pelota está en el tejado de Ciedes, que si la responsabilidad es de la Junta, que si, que si… y ahí sigue la fisura. Y ellos, con el rostro más duro que el hormigón pintorreado que vemos donde debía haber agua, o al menos vegetación.
Si manejar fondos públicos fuese como jugar al Monopoly, hace tiempo que alguno habría comprado ya la carta del cauce y le habría colocado tres casitas de esas verdes y un par de hoteles de los rojos. Pero las cosas no son tan fáciles y, a la vista está, no son se consideran tan urgentes por nuestros gobernantes. Si realmente vieran el Guadalmedina como una prioridad, ¿de verdad, creen que en 2021 estaríamos hablando de esto?
En un mundo paralelo, las infografías se hacen realidad en Málaga. Tenemos un puente sobre la bahía, el Metro llega desde Carretera de Cádiz a El Palo ya como tranvía, la Catedral tiene dos torres y el cauce del Guadalmedina luce espléndido, sin hormigón, con carriles bici discurriendo a su lado y con verde… con mucho verde.
Los malpensados dicen que la raíz del problema está en que esto de transformar el cauce del río no genera dinero y que, por tanto, siempre habrá otra batalla, en la lista de prioridades de la Málaga que nos acoge. Lo que no estaría de más incluir en la ecuación es lo que podría reportar a la capital que esa franja de algo más de cuatro kilómetros que la cruza de norte a sur fuese un atractivo, y no una humillación urbanística.
Porque para el Guadalmedina han sonado muchas propuestas, que al final quedan en nada: puentes plaza (la última de las iniciativas por las que pelea el Ayuntamiento), tráfico soterrado en sus lados este y oeste, o un plan que, por cierto, resultó ganador en el concurso de ideas planteado por el Ayuntamiento de Málaga, con la Junta de Andalucía y Confederación Hidrográfica del Gobierno Central, en 2012: el famoso proyecto de Seguí, que valoraba integrar el cauce con la ciudad, bajo la consigna de gestionar la Presa del Limonero como “embalse regulador” y no como un mero “acumulador”. Jardines y espacios libres, para un cauce que varias generaciones de malagueños sólo conocen como una herida abierta, sin apósito que la cierre. Propuesta, la del veterano arquitecto, que gustó pero no entusiasmó, como aquel niño que pidió a los Reyes la PS5 y acabó por recibir un balón de fútbol. Un “sí, pero…”
Surge casi una década después una oportunidad que, para algunos se presenta como única para Málaga: una partida de 60 millones de euros, contemplada en los Presupuestos Generales del Estado y procedente de los fondos de recuperación de la Unión Europea, que se dedicará a la renaturalización de ríos en España. Touché! En estas, Ecologistas en Acción presume de planes. Lo ha hecho esta semana, para recordar la propuesta presentada en diciembre del año pasado, que persigue recuperar la imagen de la lámina de agua entre árboles, en todo el trazado que cruza la ciudad de Málaga.
Una propuesta que mira al futuro, devuelve la biodiversidad perdida, mejora la calidad de vida… y mima a la cartera: de los 250 millones de euros que podría costar el ambicioso plan de los puentes-plaza, a los 4'5 que, apuntan, costaría devolver a Málaga su río con árboles, pajaritos y todos "sus avíos", en forma de corredor verde natural. Y de esa cuantía, el 95% vendría a cuenta de Europa. La "triple B" del bueno, bonito, barato.
Tres meses tiene el Ayuntamiento para convencerse de que más vale pájaro en mano, que ciento volando… por encima de otro cauce, como el del Piles, en Gijón o del río del Oro, en Melilla, o el Vinalópo, de Elche. En todas ellas, se ha dado un paso similar, en circunstancias similares a las de Málaga, y tomando ella recuperación del cauce del Manzanares, en Madrid, como ejemplo. Allí apostaron y ganaron.