Parte del debate ciudadano y político ocurrido en las últimas semanas en Málaga capital ha tenido como protagonistas una pérgola instalada junto a una iglesia declarada Bien de Interés Cultural (BIC) y una valla de poco más de dos metros de altura colocada en la marina de megayates del puerto de la ciudad.
El primero de los asuntos parece solventado, no sin cierta controversia en relación con el papel jugado por la Consejería de Cultura. Si bien ahora solicita formalmente al Ayuntamiento la retirada de la estructura metálica, aduciendo un "impacto significativo sobre el monumento", en 2019 eludió cualquier pronunciamiento sobre la misma cuestión, después de que sus técnicos considerasen que "no afectaba a ningún bien de interés cultural ni entorno de protección".
¿Pero si es la misma pérgola y el mismo BIC? El evidente viraje tiene tras de sí, parece obvio, la contestación que la dichosa pérgola ha generado entre una parte de la ciudadanía malagueña en el momento en que la ha visto alzarse junto a la iglesia de Santo Domingo.
Hasta ese momento, todo sea dicho, pocos eran los que siquiera opinaron sobre el particular, pese a la existencia de infografías que ilustraban, de manera más o menos fiel, lo que ha acabado por consumarse.
Parece hasta lógico que haya ocurrido así. Al menos en lo que a la vertiente vecinal se trata. Son muchas las ocasiones en las que no somos capaces de emitir una opinión objetiva hasta que percibimos la realidad de los hechos. Sin embargo, esta misma comprensión para con los malagueños de a pie que ahora critican, resulta difícil de aplicar a quienes tienen entre sus competencias la salvaguarda del patrimonio cultural.
Porque por más que desde un punto de vista estrictamente formal, (aunque cabe preguntarse por qué) la iglesia de Santo Domingo está fuera del perímetro del Centro Histórico, también catalogado BIC, y no cuenta con "entorno de protección", el sentido común, que generalmente es el menos común de los sentidos, invitaba a anticiparse a lo que finalmente ha ocurrido.
Sea como fuere, el camino queda expedito para que la Gerencia de Urbanismo pueda, con la petición de Cultura en la mano, proceder a la retirada de tan cuestionable elemento. Y habrá que dar por bueno el menoscabo económico que va a suponer la corrección de lo que podría haberse evitado en su momento de haberse actuado con más tino y diligencia.
El hervidero de las redes sociales, que encendieron el debate sobre la pérgola de Santo Domingo, ocupó también parte de su tiempo y análisis al tema de la valla que los promotores de la marina de megayates han instalado.
La presión ejercida no parece que vaya a alcanzar el objetivo perseguido de que se elimine por completo la separación física entre el cantil y el espacio peatonal abierto desde hace años al tránsito de cualquier malagueño. Pero sí ha pesado lo suficiente como para que, primero, el alcalde, Francisco de la Torre, y, después, el presidente del Puerto, Carlos Rubio, se hayan preocupado y ocupado del asunto.
La Autoridad Portuaria ha asumido y exigido la necesidad de modificar el diseño final de la barrera, que será menos alta y menos opaca (de hecho, será transparente), permitiendo a todo aquel que lo quiera contemplar de la manera más nítida posible la bahía y, sobre todo, las lujosas embarcaciones que en pocos meses estarán atracadas a lo largo del muelle 1.
Una valla y una pérgola marcando la discusión de la ciudad. Quizás, aprovechando la víspera de la Semana Santa, hubiese merecido la pena entrar a analizar las razones que llevan a la urbe a acomodar todos y cada uno de sus proyectos, sea cual sea su dimensión, a las necesidades cofrades.
El episodio de la calle Carretería podría haber sido el definitivo para encontrar un punto de equilibrio entre el día a día de una ciudad que no debe ni puede detenerse y las razonables necesidades de los recorridos procesionales. En otra ocasión será.