Eso, de qué hablo cuando alguien me pregunta por qué salgo en procesión bajo el trono del Cristo de la Columna de Mijas, si eso es algo que no me pega. La pregunta, que se las trae, no me parece impertinente, no hay nada de malo en preguntar. Preguntando se llega a Roma. Así que ya tengo una respuesta tipo: por mi madre.
Hubo un tiempo en que siempre faltaba gente para sacar al Señor del Barrio Santana. Así que, hala, a sacar el trono. No importaba que uno tuviera rastas en ese momento. ¿Acaso Jesucristo no llevaba el pelo largo como los Beatles? Lo mejor del asunto es que casi no llegaba al varal, pero sí hacía bulto como farolillo rojo. Desde entonces lo saco y hoy ya sí me pesa en el hombro: no es que yo haya crecido, es que los hombres de tronos más viejos han ido menguando.
Esta es la respuesta fácil y corta. Y no tiene nada que ver con la religión en sí misma.
La larga y más complicada explicación tampoco tiene demasiada conexión con el sentimiento litúrgico. Es así: y siempre va a ser así: nunca faltará gente que sea demasiado agnóstica para el reino de los capillitas y demasiado capillita para el reino de los agnósticos. Encarar el catolicismo de un modo u otro va por dentro y, como todo en esta vida, como cantaba Sinatra, cada cual tiene su camino. No juzguéis y... eso.
¿Por qué lo sigo sacando? Nada nuevo bajo el sol: por mi familia. Por respeto a mi madre; porque acompaño a mi tío, a mi padrino, a mi primo, mi hermano y mi cuñado bajo los varales, detrás de la espalda destrozada del Señor. Porque en el cortejo procesional caminan muchas personas a las que quiero con locura, cada una de su madre y de su padre, con sus cosas buenas y malas, con sus cargas silenciosas y sus rosarios de ausencias.
Este año será muy duro salir y no ver a mi abuela Paca, del brazo de mi padre, en la esquina de la barandilla.
Entiendo que haya quien no sienta nada de nada por la Semana Santa, incluso rechazo. En cualquier artefacto humano existen claroscuros a cuyos lados del espectro cada cual se puede agarrar para defenderlo o aborrecerlo.
Lo que no entiendo, a nivel personal, es no respetar lo que tus padres respetan. No hace falta que lo compartas, pero tampoco hace falta que lo desprecies cada cinco minutos. Si toleras otras religiones como signos culturales, ya tienes medio camino hecho, eh.
Y esto no es cuestión de no querer hacer crítica: que te guste, o, seré más cauto, no te moleste, la Semana Santa, no quiere decir que no puedas comentar que, fuera de la Semana de Pasión, las procesiones están de más. No es de recibo que cada quince días haya un trono en la calle.
En cualquier caso, hay una mayoría silenciosa detrás de todo esto: para algunos la Semana Santa simboliza muchas cosas que no tienen nada que ver con el sentimiento religioso. Llámalo amor por el folclore, prólogo a la primavera, fiesta multitudinaria donde lucir palmito, vacaciones para escapar, o descubrimiento de que las tortitas de bacalao están buenísimas gracias a tu mejor amiga. Porque, en fin, oculto tras este símbolo litúrgico se encuentra tan sólo (¡tan sólo!) la experiencia humana en su vasta complejidad y variedad. Tan sencillo, vamos.
Así que, por si a alguien le importa, salgo portando el Cristo de la Columna porque algún día lo sacaré y ese día nos faltará alguien. Ya nos faltan, y mucho. Y sé que esas personas querrían verme aquí como yo daría lo que fuera por verlas a ellas contemplando el humilde paso del Señor del Barrio.