Por qué La Palmilla se queda en casa cada vez que hay elecciones: "Aquí nada va a cambiar"
- El distrito tuvo una de las participaciones más bajas de Málaga (menos del 22%).
- El director de Cáritas subraya que la pobreza hace que la gente no sienta que la democracia va con ellos.
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La ribera de un Guadalmedina vacío modela el paisaje de la ciudad. Poco a poco, las antiguas casas señoriales, usurpadas por cubismos contemporáneos, se transforman en grandes rascacielos. El cielo de Martiricos está cada vez más cerca de la tierra. Pero una vez que el viandante deje atrás la Rosaleda, el horizonte que se atisba cambia la percepción del espacio.
Conforme se adentra en la Palmilla, las cicatrices de los desconchones afianzan las paredes de unos bloques de viviendas que arrastran el paso del tiempo. A las tres de la tarde, algunos niños regresan a sus casas después del colegio, un par de jóvenes circulan en patinete por la carretera y la pandilla de chavales aprovecha para comer un kebab. Junto a Er banco güeno, un comedor social enclavado en el centro del barrio, varios vecinos se cobijan del sol bajo la sombra de los árboles.
Están hablando de su día en el trabajo, pero al sacar a la palestra el tema de las elecciones, todos parecen rehuir la conversación, queriendo seguir estando resguardados en el confort de su entorno. Pronto, comienzan a dar pinceladas de lo que para ellos significó el 19J.
Carmen, nombre ficticio (ningún palmillero ha querido dar sus identidades para este reportaje) es la única de los presentes que sí votó. La proporción, en esta reunión, es una muestra a mínima escala de la actividad registrada el pasado junio. Reconoce que cada vez que “tocan votaciones”, se acerca a su colegio electoral. Su caso, en la Palmilla, es minoritario.
En zonas de este distrito solo participó el 21,6% de los censados; en los Asperones, la implicación fue todavía más baja: menos del 19% de los vecinos se acercaron a una urna para ejercer su derecho al voto. La Corta, por su parte, rozó el 29%.
Nos encontramos con gente que no ve en lo comunitario algo beneficioso, sino el sálvese quien pueda.
¿Qué es lo que ocurre en los territorios con las rentas más bajas cada vez que se celebran los comicios? El director de Cáritas en la provincia, Francisco Sánchez, explica que las zonas de exclusión social están marcadas por un distanciamiento entre las instituciones públicas y la ciudadanía. A lo largo de la historia, este fenómeno se ha mantenido inalterado y aferrado a una población vertebrada en torno a la pobreza.
Sin embargo, esa escasez no solo tiene que ser entendida desde un punto de vista económico, sino que estructura tres ámbitos fundamentales para el desarrollo personal: el mercado de trabajo (por lo tanto, un lugar de integración), la convivencia y el espacio político.
Este último elemento es el que se encuentra más condicionado por el carácter “multidisciplinar” de la pobreza. El círculo vicioso en el que se adentra los lleva hacia un abismo “perverso”: “No participan porque no se sienten representados; y como no votan, las cosas no cambian y vuelta a empezar”, subraya.
La tesis se refleja en el caso de Carmen. Su proactividad política no va acompañada de optimismo: los programas electorales “no recogen” las necesidades de los habitantes del barrio, alega: "Aquí nada va a cambiar".
Todo esto genera una ruptura absoluta con la idea de comunidad. En el día a día de los trabajadores de Cáritas es común encontrar situaciones en las que la desvinculación con los vecinos sea total: “Siempre preguntamos de qué manera participan en el barrio, pero muchos no ven en lo comunitario algo beneficioso, sino en el sálvese quien pueda. En la pobreza está el individualismo”, apostilla Sánchez.
La 'élite política'
José, sentado en la otra esquina del banco junto a Carmen, escogió la papeleta socialista en 2019; este año se fue a la abstención. Su mujer y su hijo tampoco participaron. La ruptura que siente entre la élite política y la sociedad es enorme. Se queja de que los sueldos que se cobran en el Congreso, y el gasto general que supone a las arcas del Estado, son desorbitados en comparación a los salarios de la “clase obra”: “Las criaturas no pueden ni subsistir con lo que ganan”, apostilla.
Esa concatenación de factores que integran la pobreza construye las barreras que separan a la persona de las condiciones óptimas: economía, derechos ciudadanos… Todo lo relacionado con lo vital se ve aislado y excluido, arrollado por el “carácter conflictivo” de realidades que viven al margen de “dónde se deciden las cuestiones importantes”: “No están amparados”, añade el director de Cáritas.
¿Qué cabe esperar entonces del futuro? Sánchez argumenta que hay que acercarse a la pobreza con amplitud de miras, comprendiendo que las carencias tienen que ver con lo relacional: “No son solo recursos económicos; también, culturales”.
Es perverso, porque no solo sienten que la democracia no va con ellos, sino que además les perjudica
Esos procesos educativos son los que tienen que encauzar caminos descarrilados, guiando a los ciudadanos hacia senderos participativos, “sintiendo que la política” les afecta, pese a la desafección que pueda existir ante el cúmulo de “promesas incumplidas”.
Sánchez recalca algunos de los ejemplos más notorios, como el caso de los Asperones. La desconfianza del vecino al que le llevan "diciendo 30 años" que este asentamiento chabolista se va a desmantelar provoca una falta de credibilidad difícil de revertir: “Es perverso, porque no solo sienten que la democracia no va con ellos, sino que además les perjudica”.
La desesperanza
Esa espiral diabólica parte de un razonamiento vigente desde hace décadas, aunque agudizado recientemente: “Los pobres votan menos que las personas más integradas, pero también es cierto que la idea de la política como disciplina que arregla lo común, ha ido cayendo”.
La falta de representación se ve agravada con una realidad que contemplan los vecinos día a día. En un momento de la conversación, José señala al suelo, arrastra su pie por las baldosas y al instante se empieza a escuchar el ruido de la suciedad reteniendo sus sandalias: “¿Crees lógico que con tanta gente trabajando esté todo tan sucio?”, se pregunta.
Los hechos que conforman su entorno tampoco le invitan a pensar que la participación puede transformarse en mejoras para su barrio. La percepción que comparten es que “solo el Centro está bonito”, mientras que la calle en la que viven está plagada de desconchones: “Esto es desesperanza”.
Así, se genera el afecto de eterno retorno: no participo porque las cosas no mejoran, y como no mejora, confirmo que no funciona. Esto es un “caldo de cultivo” para los populistas, que se agarran a la desafección como salvadores, cuenta Sánchez. La respuesta vital, por tanto, pasa por salir del barrio y superar ese círculo de marginación.
A la salida de la Palmilla, pintada en una pared-mural, se puede leer una frase convertida en declaración de intenciones: "El buen vecino se siente orgulloso de su entorno y nos invita a participar". A modo de oración, busca dar sus frutos en tierras yermas, tan áridas como el lamento escrito por Lorca en su obra homónima: "Cada vez tengo más deseos y menos esperanzas.”