Es verdad que no trato de disimularlo, ni siquiera de ser políticamente correcto. Los VMP, mal llamados vehículos de movilidad personal, son lo peor que ha ocurrido en décadas dentro de la seguridad vial.
Los patinetes eran, en su concepción, simples juguetes enfocados a los niños. Siempre han carecido de motor y las piernas eran lo que los impulsaba a base de dar empujones con una de ellas, ya que las dos no cabían en la exigua plataforma donde van los pies.
A un avispado se le ocurrió poner un motor a ese artilugio y conectarlo a la rueda trasera para que tuviese tracción eléctrica. Eso fue hace unos quince años, pero no pasaban de ser juguetes caros, unos 1000 euros, y con poca autonomía, lo que limitaba su uso a espacios privados y a algunas empresas grandes para que sus vigilantes nocturnos cubriesen distancias mayores.
Pero todo cambió cuando los chinos, que dominan el mercado de las baterías, empezaron a aumentar su autonomía y a bajar el precio, lo que ocurrió hace unos 10 años. Así que hoy tenemos el mismo juguete que era en su concepción pero a precio asequible, entre 200 y 300 euros. Sin embargo, todas las carencias que inciden en la seguridad siguen estando ahí porque no hay suspensiones que absorban baches, ni frenos que los detengan, y sus ruedas son macizas en el 90% de los que se fabrican. Apenas hay espacio para poner los dos pies, por lo que hay que posicionarlos longitudinalmente, y su guiado, a través de una larga barra que acaba en un manillar, es impreciso y peligroso.
No me cabía ninguna duda de que un precio por debajo de los 500 € y una autonomía de al menos 15 km iba a incrementar su venta de manera exponencial, como así ocurrió hace cinco años. Esos juguetes pasaron a inundar aceras y a compartir con los peatones un espacio que estos habían ganado con la peatonalización del centro de muchas ciudades, como Málaga. Como consecuencia, los incidentes entre peatones y patinetes se incrementaron y ahora, incluso, ya tenemos en las estadísticas víctimas mortales a causa de choques con peatones.
El colmo del sinsentido es que desde los gobiernos, no solo el de España, se haya decidido que no circulen por las aceras sino por la calles compartiendo el tráfico con coches, camiones y autobuses, eso sí, sin matrícula que los identifique, sin seguro y, además, sin un carné o licencia que acredite que quien los conduce está capacitado. Solo hay que darse una vuelta por las paradas donde están los que se alquilan a turistas para ver cómo gente que en su vida se ha subido a nada se atreve a meterse en el tráfico urbano de una ciudad con semejante artefacto como parte de una experiencia emocionante de las vacaciones.
He pilotado en competición todo tipo de vehículos, algunos muy complicados de conducir, pero nunca me he sentido tan inseguro como cuando alguien me dijo de probar un patinete eléctrico en una propiedad privada.
Es muy simple: deberían seguir siendo solo juguetes y que las ciudades se libraran de un problema que se hará cada vez mayor.
Carlos Sedano es expiloto y periodista de motor.